La expedición del desierto. Capítulo 3


Capítulo 3: Las Tierras Altas.







Tras un desayuno rápido, la expedición recogió sus cosas y partió del templo de Kormir, pues querían llegar a su destino antes del anochecer. Los sacerdotes y algunos de los refugiados les despidieron en la entrada bajo cálidos gestos de agradecimiento.

Recorrieron un túnel revestido con algunos tablones de madera antigua y, cuando salieron, llegaron al portón que les llevaba a las Tierras Altas del Desierto.

Su primera parada fue tan sólo diez minutos después, cuando se adentraron en el puesto avanzado de Makali. Un pronunciado desnivel dividía el campamento en dos. La entrada del Desierto de Cristal se encontraba en la parte superior y las casas y puertas a su zona a la parte inferior.

El puesto estaba rodeado por un hostil desierto, lleno de huesos y tierra agrietada, mientras que a su vez era rodeado por montañas tan altas que las nubes no permitían a la gente de a pie ver sus cimas.

Al este, había una tormenta oscura y de color morado donde los rayos caían más de dos veces en el mismo sitio. Cristales del tamaño de montañas se elevaban en el cielo y se retorcían de forma antinatural. Su presencia auguraba un destino horrible a aquellos que se atrevían a adentrarse a ella.

Ese lugar era tristemente conocido como “La marca”.

Cada vez que un trueno rugía, los dolyaks se agitaban y los raptores se quedaban mirando fijamente a la tormenta corrupta.

 ¿Hemos de atravesar eso? preguntó Actheon.

 La tumba se encuentra en esa dirección, así que sí respondió Sheik.

Al escuchar sus palabras, uno de los guardias se giró y se acercó a ellos.

 No os recomendaría viajar a esa dirección.

 ¿Por qué no?

 La marca se ha vuelto mucho más intensa y es más peligroso que nunca atravesarla. Nuestros exploradores cada vez lo tienen más difícil para regresar.

 Pero necesitamos llegar a la tumba de los reyes primigenios. No nos queda otra.

 ¿Y por qué no rodeáis las montañas hasta el corral Lommuld? Os tocará recorrer un camino mucho más largo, pero hay un pasaje donde la marca apenas está presente.

Sheik reflexionó mientras el guardia esperaba expectante su respuesta.

 ¿Son amigables los ogros de allí?

 Oh, sí, súper amigables, os lo aseguro.

El grupo se agrupó en círculo y empezó a discutir sobre la mejor opción a seguir. Tras un breve murmullo grupal donde, por primera vez, estaban todos de acuerdo en algo, la expedición se decantó por la opción de rodear las montañas.

Entonces a Sheik se le ocurrió una idea brillante, como si se le hubiera iluminado una lámpara imaginaria en su cabeza, y la expuso a sus compañeros.

 ¿Un portal? Inquirió Nairin.

 Sí. Si me concentro, puedo llevaros hasta lo más alto de las montañas y al corral al instante.

 ¿Y no podías haber hecho eso en Amnoon? comentó Alma de Escarcha.

 Querida, soy un hipnotizador, no una puerta asura. Necesito visualizar mi objetivo primero. Pero antes, hay un pequeño detalle que debo comentaros.

 ¿Cuál?

 Los raptores han de quedarse. Sólo tengo fuerza para transportaros a vosotros, ese lobo de ahí refiriéndose a Dante, el lobo de Alma, y los dolyaks.

 ¿Y esperas que vayamos andando hasta el corral?

 Con el portal no hará falta, no os preocupéis.

Los aventureros gruñeron casi al unísono, pero acabaron aceptando.

Actheon se encargó de guardar los raptores en los establos del puesto avanzado mientras Sheik hacía espacio y estiraba los brazos. Después, bajó su mano izquierda y con ella dibujó un círculo en el aire. Se formó un portal a sus pies que abarcó a todo el grupo. Uno de los guardias se hizo a un lado cuando se dio cuenta que estaba dentro del portal.

El suelo se volvió de un líquido rosado y sintieron que estaban pisando arenas movedizas.

 Vamos allá.

Sheik levantó los brazos y el portal engulló a todos los que se encontraban en su interior. Los guardias que observaban vieron sorprendidos cómo el grupo y los seis dolyaks de carga se esfumaron delante de sus narices sin dejar rastro.






Actheon estaba en el puesto avanzado de Makali. Pero cuando pestañeó, se vio en la ladera de una montaña con hierba y rodeada de niebla junto a sus compañeros. Miró a su alrededor y se dio cuenta que a sus espaldas había un acantilado donde el fondo era imposible de ver.

 Esto no tiene pinta de corral, Sheik. comentó Arbelma.

 Me temo que me he desviado un poco, pero no temáis, no estamos lejos.

 Hace frío dijo Nairin mientras tiritaba y se cubría el rostro con sus largas orejas para preservar el calor.

 Si hace frío, es que estamos en un escarpe helado analizó Relsiin. Sheik, ¿tú qué entiendes por “desviarse un poco”? Un poco más y nos envías a Ascalon.

La niebla no les dejó ver más allá de dos metros de tierra por delante. Los dolyaks se mostraron nerviosos, inquietos por algo que la expedición no alcanzaba a ver.

De pronto, se empezaron a oír golpes en el suelo. Las piernas de los aventureros vibraban por cada porrazo. Cada vez que sonaba, se acercaba más a ellos.

 ¿Sierpes? dedujo Arbelma.

Los aventureros desenfundaron sus armas y las dirigieron hacia el origen de los estruendos.

El estruendo se detuvo de golpe. Los miembros de la expedición permanecieron con las armas en alto hasta que empezaron a cansarse.

 Habrán sido sierp-

Los estruendos sonaron otra vez, más fuertes que nunca. De la nada apareció un hombre de estatura descomunal, más alto incluso que los pocos árboles que habitaban la zona. Iba vestido con unos harapos hechos con pieles de animales enteros que le protegían la parte baja y se movían de un lado a otro con cada paso 

Corrió en dirección al grupo. Los miembros lo esquivaron como pudieron y el humanoide alcanzó uno de los dolyaks de carga. Le propinó una patada tan fuerte que lo lanzó por el acantilado como si fuese un balón mientras el animal soltaba un bramido.

 ¡Gigante! gritó Sheik.

 ¡No me digas, lumbreras! contestó Relsiin sarcásticamente.

Nairin invocó con su cetro garras en el suelo para atraparle, pero era demasiado grande y apenas consiguió arañarle los dedos de los pies. El gigante rugió y estampó su pie contra el suelo, provocando una onda expansiva que desequilibró a todo el grupo.

 ¡Rodeadle, no dejéis que os atrape!

Alma de Escarcha disparó un par de flechas al talón del gigante, con la esperanza de incapacitarlo, pero éstas rebotaron como palillos. La criatura se hastió y golpeó a Alma con la palma de su mano, lanzándola por los aires y arrastrándola varios metros por el suelo.

 Arbelma, haz tu trabajo le dijo Relsiin. Yo lo atraigo y tú le disparas.

Arbelma asintió y buscó a su alrededor un sitio elevado. Gracias al pisotón del principio, la niebla se disipó un poco, lo que le permitió descubrir un árbol que tenía una altura considerable.

Relsiin corrió hacia el gigante. Apuntó con su rifle y le disparó varias veces. Aunque no esperaba hacerle nada, deseó que sus balas consiguieran provocarle algún daño. El gigante se enfureció e intentó golpearla con su mano. Relsiin reaccionó a tiempo y lo esquivó con un salto acrobático hacia atrás.

Sheik apareció de la nada y atrajo su atención desde otro lado con varias de sus ilusiones.

 ¡Actheon, ve a por una cuerda! Tengo una idea.

Arbelma llegó al árbol y empezó a trepar. Pero mientras estaba en medio del tronco, oyó otro estruendo a su lado y se quedó quieta, intentando mimetizarse con el árbol.

Otro gigante apareció de la niebla y se dirigió al maltrecho grupo.

 Genial, Por si con uno no teníamos suficiente.

Alma de Escarcha se levantó a duras penas del suelo, recuperándose del duro golpe mientras su lobo le lamía las heridas. El segundo gigante se acercó a ella con intención de matarla y dio un pisotón en el suelo. El cuerpo de la norn se elevó como una pluma y cayó de bruces mientras su lobo volvía a su lado para intentar levantarla. El gigante volvió a levantar el pie, ésta vez para dejarlo caer sobre ella. Alma disparó una flecha mientras seguía en el suelo al cuello de la criatura, con la esperanza de interrumpirle, pero sin éxito. Empujó a su lobo fuera del alcance del gigante para salvarlo y se cubrió la cabeza con los brazos.

El gigante usó toda su fuerza y rugió victorioso cuando la aplastó. Sin embargo, cuando levantó el pie, Alma abrió los ojos y vio una barrera de arena rodeando su cuerpo, desvaneciéndose a los pocos segundos. Miró a su alrededor y vio a Nairin, la asura, invocando una sombra de arena para protegerla.

Alma se levantó, aunque magullada, conservaba su compostura combativa.

 Esto no demuestra nada. le espetó a Nairin.

 Lo sé, esperaba que la barrera no fuese suficiente.

El gigante miró a su contrincante, sorprendido de que su pisotón no la hubiese matado. Alma disparó otra flecha, ésta vez a su cara, pero rebotó en la mejilla.

 ¡Su piel es demasiado dura, hay que reblandecerla!

Mientras tanto, Arbelma trepó hasta la copa del árbol y llegó hasta una rama que le daba una buena perspectiva de la zona. Sheik, Actheon y Relsiin estaban distrayendo al primer gigante, mientras que Nairin y Alma de Escarcha se encargaban del segundo.

 ¡Ahora, atráelo!

Relsiin escuchó la llamada y empezó a correr hacia ella. Sheik, por su parte, se reunió con Actheon y ambos se volvieron invisibles gracias a su magia. El gigante fue tras la certera al ser la única que podía ver.

Arbelma se acomodó en la rama. Elevó su larguísimo rifle y puso la mira en la frente del gigante. Permaneció quieta, imitando el balanceo de las ramas del árbol. Su respiración era lenta y firme. A medida que el monstruo se acercaba, dejó de pestañear y de respirar.

Aseguró el tiro y apretó el gatillo.

El disparo fue sonoro. Unas pocas hojas que colgaban del árbol se fueron volando por la onda expansiva del rifle. El gigante se llevó las manos a la cabeza mientras un reguero de sangre brotaba entre los huecos de sus dedos. El dolor fue tan grande que cayó de rodillas.

 ¡Ahora! exclamó Sheik.

Actheon le pasó el extremo de una cuerda a Sheik, la lanzaron alrededor su cuello y tiraron de ella, obligando a la criatura a doblarse en el suelo. Apenas ofreció resistencia y su pecho quedó al descubierto, a merced de los aventureros.

Arbelma bajó ágilmente del árbol y se subió encima de la criatura, que balbuceaba con quejidos por la herida de su frente. Recargó su rifle, apuntó al corazón de la bestia y volvió a disparar. El gigante dejó de moverse al instante al mismo tiempo que la sangre salía de la nueva herida y manchaba la suela de las botas de la sylvari.

 Uno menos, ahora a por el otro.

El segundo gigante intentó aplastar a Alma de Escarcha, pero ésta logró esquivarlo una y otra vez. Frustrado, cambió de objetivo y fue a por Nairin, que estaba lanzándole hechizos oscuros. Casualmente, uno de los dolyaks de carga se encontraba cerca. El gigante empezó a esprintar hacia ella. Nairin predijo su movimiento y lo esquivó con una hábil voltereta. Entonces, el gigante cambió de dirección y aplastó al dolyak contra el suelo de un puñetazo. El pobre animal no reaccionó a tiempo y las cajas de suministro que llevaba en su lomo se rompieron en mil pedazos, esparciéndose por todo el lugar.

Alma disparó sus flechas, pero éstas no penetraban en su piel y caían patéticamente al suelo. Nairin empezó a mostrar signos de cansancio, jadeando cada vez que esquivaba los incesantes golpes del gigante.

 ¡Ya me he hartado de ti! dijo enfurecida, ¡Ábrete a mí, reino del tormento!

Alzó los brazos y abrió en canal el aire con sus manos. Una cúpula borrosa se formó a su alrededor y aparecieron brechas suspendidas en el aire. Éstas aumentaron de tamaño y derramaron un líquido amarillento y extremadamente corrosivo. Todo lo que se encontraba dentro de la cúpula se deshizo, la hierba se marchitó y la niebla se mezcló con el sulfuro que surgía de las cicatrices en el aire.

El gigante avanzó hacia ella, pero cuando puso el pie en la cúpula, éste se hundió en el suelo. El líquido de las brechas alcanzó su cuerpo y le quemó la piel, derritiéndose con suma facilidad. Las heridas se mostraron en carne viva y el gigante rugió de dolor mientras su pie seguía hundiéndose en la ácida tierra.

 ¡Dispárale en las heridas! exclamó Nairin a Alma.

Alma disparó una precisa salva de flechas a la carne abierta del gigante. Los proyectiles lograron clavarse y la criatura se tambaleó. Logró sacar su pie de la tierra, sólo para descubrir que lo que quedaba de ella no era más de un trozo de carne negruzca. Cuando tocó tierra firme, no consiguió mantenerse de pie y cayó bajo un tremendo estruendo.

Los demás miembros se reagruparon y todos juntos remataron al gigante con todo lo que tenían a mano. Arbelma y Relsiin vaciaron sus rifles contra él, Actheon lanzó rayos solares de su báculo. Sheik lanzó orbes de caos y Nairin invocó una maldición tras otra con su cetro.

El gigante se tumbó de lado y dejó de moverse, pero nadie se detuvo y siguieron atacando hasta que se cansaron.

Agotados, enfundaron sus armas poco a poco.

 Sheik. dijo Alma de Escarcha.

 ¿Sí?

 No vuelvas a usar portales.






Permanecieron sentados en círculo durante una hora, descansando y tratando sus heridas al lado de unas ruinas que encontraron más tarde.

Sheik fue el que menos se cansó, por lo que se dedicó a reunir a los dolyaks que salieron espantados. Cuando terminó, volvió con tres de ellos.

 Hemos perdido dos dolyaks y hay otro desaparecido, dudo que lo encontremos con esta niebla.

 ¿Hemos perdido la mitad de las provisiones? preguntó Nairin con cara de preocupación.

 Eso me temo, pero al menos hemos avanzado un buen trecho hasta la tumba.

 ¿Cómo lo sabes? inquirió Relsiin. Apenas nos vemos los unos a los otros con esta niebla.

Sheik sonrió.

 Hay un río en esa dirección señaló un punto el cual nadie se molestó en mirar. Si vamos allí, llegaremos al corral de los ogros.

Los aventureros terminaron de recomponerse y marcharon en la dirección que Sheik había apuntado. Anduvieron durante horas, atravesando trechos y siguiendo caminos de tierra y nieve. Cuando la niebla quedó atrás, todos pudieron ver un bello paisaje de montañas escarpadas y pequeños bosques. En los valles, manadas de pequeños minotauros corrían guiados por uno mayor. Los pájaros se posaban en las ramas para descansar sus alas o dar de comer a sus crías y el viento se tornó más cálido, algo que todo el grupo agradeció.

Al encontrarse en algún punto de las montañas, la expedición se topó con acantilados y desniveles demasiado inclinados para bajar por ellos. A Sheik le costó horrores convencer a sus compañeros de volver a usar sus portales, pero finalmente se dieron cuenta que, sin ellos, tardarían días en llegar, y con la mitad de los suministros, no podían permitirse ese lujo.

Machacados y sin montura, caminaron como muertos andantes bajo un aplastante sol golpeando sus cabezas.

Se toparon con un río de agua cristalina y no dudaron ni un solo instante en quitarse las botas para hundir sus pies en él. Para ellos fue como un milagro, pues se regocijaron al sentir la helada sensación del agua pasando entre los dedos de sus pies. Todos se sentaron en la orilla, reposando en rocas cubiertas de musgo.

Mientras descansaban en la orilla, Relsiin divisó una bandera alargada al otro lado del río. No pudo ver el patrón, pero sí el que estaba abierto por el centro.

 Ese debe ser el corral anunció Relsiin, por fin hemos llegado.

Los aventureros atravesaron el río con los pies descalzos. A Nairin le llegó el agua por la cintura, por lo que los pantalones y parte de la camisa quedaron completamente mojados.

Cuando se acercaron, vieron un corral amurallado por paredes de madera, cuyos extremos acababan en punta. En la entrada, un ogro les estaba mirando junto con otros dos. Luego, se puso a andar y se acercó a ellos.

 Saludos, extranjeros saludó el ogro, que resultó ser una ogra. Parecéis salidos de una guerra. ¿Habéis tenido un encuentro con los despertados?

 Con gigantes.

 ¿Gigantes?, entonces venís de…

 Sí.

 ¿Sin monturas?

 Sí.

 ¿Y habéis venido andando hasta aquí?

 Sí.

Echó una ojeada a cada uno de los miembros con una evidente cara de inquietud.

 Pasad, pasad. Os ofreceremos comida y un lugar donde descansar y asearos.

 Vaya, muchas gracias por la hospitalidad.

La expedición se adentró al corral Lommuld. Las casas, las jaulas y los muros parecían estar hechos de madera afilada. Los ogros que estaban trabajando en fincas o adiestrando a sus mascotas se acercaron para mirarles y cuando saciaban su curiosidad, volvían a su trabajo como si nada.

 Disculpad nuestra falta de recibimiento, nuestro jefe se marchó hace dos lunas, yo me hago cargo de los extranjeros que vienen a visitarnos.

 ¿Vienen muchos?

 Últimamente no, antes llegaban grupos bastante numerosos cuando Balthazar causaba el caos por estas tierras. Vosotros sois el primer grupo que recibimos desde entonces.

 Entonces no sabréis nada sobre una expedición que se dirigía a la tumba de los reyes primigenios, ¿verdad? preguntó Nairin.

 No, pequeña. Puedes preguntar a nuestros exploradores, es posible que hayan visto algo.

La ogra se presentó como Yuzag, les guio por el corral, les dio a los aventureros comida y les mostró un sitio donde dormir. Los aventureros se sentaron en el suelo y se pusieron a descansar.

Cuando sol se ocultó detrás de las montañas, las antorchas del corral se encendieron. Los animales se pusieron a dormir mientras que sus amos ogros se reunían para comer todos juntos en una multitudinaria cena. Los aventureros fueron invitados a unirse y todos cenaron alrededor de una gran hoguera.

 Ya estamos cerca de la tumba. dijo Arbelma.

 Está a una hora a pie, atravesando la marca añadió uno de los ogros. Pero hay un muro que lo separa, tendréis que escalarlo para llegar.

 Si hay que trepar, no podemos llevarnos a los dolyaks dijo Actheon. Además, la marca puede ser un sitio aún más peligroso que los gigantes.

 Estoy de acuerdo. respondió Sheik.

 Nosotros cuidaremos de vuestros animales hasta que volváis dijo Yuzag.

 Perfecto. Entonces mañana llegaremos a la tumba y terminaremos con esto de una vez.

 ¿Ya te has cansado de nosotros, Sheik? preguntó sarcásticamente Relsiin.

 Oh, yo nunca me cansaría de vosotros respondió con aún más sarcasmo. Después de tanto, os habéis convertido en una familia para mí.

Cenaron con aparente normalidad y se fueron a dormir en sus tiendas. Sin embargo, Actheon no logró conciliar el sueño. Para despejarse, salió a dar una vuelta por el corral, tratando de no despertar a los animales enjaulados.

Vio en lo alto de un pequeño monte una figura que se iluminaba intermitentemente con un tono azulado. No necesitó agudizar la vista para ver de quién se trataba.

Actheon se acercó a Arbelma. Su melena de hojas perennes se movió con una suavidad perfecta cuando se giró hacia él. Algunas partes de su cara se iluminaban de la misma forma que su cabello. Sus ojos eran de un azul más vivo y hermoso y su rostro era más expresivo bajo la luz de su propio cuerpo.

 Oh, Actheon dijo tras percatarse de su presencia. Perdona, no pretendía despertarte.

— Tranquila, no podía dormir de todas formas.

Achteon se puso a su lado y fijó su mirada en lo que creyó que ella estaba mirando: La marca.

Los rayos caían sobre las montañas, seguido de un estruendo. Por suerte, caían a kilómetros de distancia y con un poco de esfuerzo se podía ignorar el sonido que llegaba al corral. Las colosales garras de cristal se elevaban al cielo, como si tratasen de alcanzar la luna.

— Te noto preocupada dijo Actheon.

Arbelma no le miró y se quedó mirando a la intemperie.

— ¿Nunca te has preguntado si podemos… corrompernos?

— ¿Te refieres a marcados? Nunca me lo había preguntado.

— Sé que somos sylvari y no podemos corrompernos con la magia de otros dragones. Pero Mordremoth está muerto, eso significa que Kralkatorrik ha absorbido su poder y nos hemos vuelto vulnerables ante él, ¿verdad?

— No lo sé, puede ser posible. Actheon levantó la cabeza, volver a oír ese nombre le retumbó la mente, como si se acordara de un mal recuerdo que había reprimido hace mucho. Fueron tiempos muy duros para nosotros.

 Sí… Arbelma se mostró más seria de lo que nunca estuvo desde que empezó la expedición. ¿Qué hiciste cuando nos llamó?

 Hui de su llamada, ¿tú?

 Me enfrenté a ella.

 Debió ser duro.

 Lo fue, pero cuando veías las horrendas criaturas que creaba a partir de nosotros, entendías el motivo de tu lucha.

Los dos sylvari permanecieron de pie con los brazos cruzados, mirando el paisaje marcado mientras los rayos golpeaban los colosales cristales.

 Si alguna vez me transformo en un bicho de cristal, dejaré que me mates. dijo mientras le sonrió.

 Hecho. respondió devolviéndole la sonrisa.



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