La expedición del desierto. Capítulo 2
Capítulo 2: Prueba de fuego.
Índex de capítulos:
. Capítulo 2: Prueba de Fuego
Apenas
pasó una hora desde que salieron de Amnoon cuando se presentaron las primeras
molestias del viaje. En cuanto dejaron de ver las palmeras que decoraban el
camino de tierra, el calor aumentó y se volvió insoportable. Una tormenta de
arena se cernió sobre ellos como lo haría una brisa marina en la costa. Pese a
todo, el sol abrasador conseguía llegar hasta ellos. Los acantilados de roca,
aunque grandes, eran demasiado cortos y separados entre sí para ofrecer algún
tipo de sombra. Lo único que podían agradecer era el estar montados en raptores
y no tener que recorrer todo el trayecto a pie.
Sin
embargo, los ánimos del grupo eran bajos.
— Esto
es increíble —dijo Relsiin, evidentemente frustrada.
— ¿Qué
quieres decir? —preguntó Actheon, que estaba siguiéndola a poca distancia.
— Pensé
que la expedición sería un grupo de aventureros experimentados y veteranos,
pero tenemos a una asura rechoncha, un humano sin camisa, una norn borde que
odia a todo el mundo y… —miró a su compañera Arbelma, distraída mirando las
rocas—, una sylvari idiota.
— Vaya,
veo que tienes una descripción de todos. Me pregunto cuál será la mía.
Cuando
la tormenta amainó un poco y despejó el horizonte, Sheik, el líder, se detuvo a
la salida de los acantilados. Una columna de humo gigantesca apareció en el
cielo, procedente de una especie de pueblo donde las llamas consumían las casas
con un hambre voraz. No lograron ver lo que estaba pasando, pero Arbelma sacó
su gigantesco rifle y miró a través de la mirilla.
— Forjados.
— ¿Qué?
¿Aún siguen existiendo? —comentó Sheik.
— Deben
ser restos del ejército de Balthazar —añadió Alma—, deberíamos acabar con
ellos.
— Bueno… —Sheik reflexionó durante un segundo—, tenemos que pasar por ahí de
todas formas. Es el Apeadero del norte.
El
grupo se puso de acuerdo. Nairin, por su parte, se limitó a sonreír de manera
despreocupada y con los ojos entrecerrados por la arena.
— Arbelma y yo tomaremos un sitio alto y os daremos apoyo —informó Relsiin, que había sacado
su rifle y lo armó.
— Sheik
y yo podemos atacar de frente y poner a los civiles a salvo cuando se retiren. —dijo Actheon mientras Sheik asentía con la cabeza.
— Yo mato
a todos —murmuró Alma de escarcha—, pero no pienso ir con la asura.
— ¿En
serio? —espetó Nairin— ¿Ahora es el mejor momento para discutir eso?
Las dos
aventureras empezaron a discutir delante de todos, ajenas a lo que estaba
pasando. Actheon intentó calmar la situación, pero no lo logró. Sheik se
frustró y decidió actuar.
— ¡Ya
está bien! Iré con la asu… con Nairin y tú acompañarás a Actheon.
— Me
parece bien —respondieron las dos.
Finalmente,
el grupo se dispersó en tres grupos: Actheon y Alma atacarían de frente, Sheik
y Nairin rodearían el pueblo y les cortarían la retirada a los forjados y
Relsiin y Arbelma darían apoyo desde una duna elevadísima.
Cuando
estuvieron todos listos, dejaron a los dolyaks y a sus monturas y se dirigieron
al puesto avanzado con las armas desenfundadas.
Alma y
Actheon corrieron hasta la entrada del Apeadero. Los habitantes huían en todas
direcciones mientras eran perseguidos por tres criaturas de metal negro y forma
humana. Entre los huecos de su armadura se podían ver las llamas ardiendo en su
interior, como una lámpara de aceite.
Alma
sacó una flecha de su carcaj, la puso en el arco y disparó sin ni siquiera
apuntar. La flecha, que era de hierro, pasó zumbando al lado de la oreja de
Actheon, el cual se encogió al oír el pesado proyectil, e impactó en la cabeza
de la criatura. Ésta cayó en el suelo mientras la flecha permanecía clavada en
su yelmo.
— ¡Llegan enemigos por el sur! —gritó uno de los dos forjados restantes.
Actheon
invocó un rayo celestial sobre ellos. El destello fue tan fuerte que se
detuvieron y se llevaron las manos a los ojos. Alma aprovechó su aturdimiento y
disparó otra flecha. El impacto fue tan brutal que la víctima salió disparada y
rodando por la arena. Su compañero elevó su escudo para protegerse, pero el
sonido de un disparo lejano desvió la atención de los dos aventureros. El
forjado soltó el escudo y se desplomó, inerte. A lo lejos pudieron ver el
cabello plateado de Relsiin asomando en lo alto de una duna de arena.
— Me
encargaré de rescatar a los civiles, tú entra y reúnete con Sheik y Nairin.
Pese a
que llevaba su máscara de bestia, Actheon pudo percibir cómo la cara de la norn
se retorció cuando mencionó el nombre de la asura. No dijo nada y se limitó a
entrar al Apeadero con el arco preparado. Su lobo, Dante, apareció de la nada y
siguió a su ama.
— ¡Dispersaos y atacad desde los muros! —ordenó el oficial forjado.
Sus
tropas obedecieron y subieron por los muros del apeadero. El oficial permaneció
de pie con su mandoble clavado en la espalda de un jinete, observando el campo
de batalla mientras sus tropas destruían el apeadero.
De
repente, el suelo crujió bajo sus pies. Bajó la mirada y un círculo de ácido
amarillo se formó a su alrededor. El círculo se estrechó rapidísimamente, sin
darle tiempo a reaccionar. Una columna de huesos y sulfuro se elevó hasta la
altura de su cuello y se abalanzó sobre él. El pesado y metálico cuerpo fue
estampado contra la arena con la misma fuerza que uno aplastaba una hormiga con
su bota.
— ¡Emboscada! —gritó para que sus tropas corrieran a auxiliarle.
Se
levantó del suelo y sacó su imponente mandoble del cuerpo de su última víctima.
Cuando se giró vio lo que parecía ser una especie de enano con coletas que se
acercaba con actitud despreocupada y pasota.
El
oficial corrió hacia el ser con una velocidad imparable, pero su agresor tan
sólo se limitó a esquivarlo con una voltereta en el aire. El forjado se detuvo
y cambió de dirección. Sin embargo, la pequeña criatura blandió una antorcha y
expulsó de ella cenizas que se esparcieron por todo su cuerpo.
— ¡Ah!
Su
cuerpo empezó a corroerse y las llamas que ardían en su interior se apagaron.
Incluso su mandoble se oxidó. El oficial se retorció, el dolor era insoportable
cada vez que intentaba moverse. Hizo un esfuerzo tremendo para levantar la
cabeza y vio a un humano corriendo a una velocidad inhumana.
— Balthazar, acoge mi espíritu.
Cuando
estuvo lo suficientemente cerca para tocarle, éste explotó.
Los
pedazos de metal del oficial salieron volando por todas partes, hundiéndose en
la arena. Nairin comprobó el estado de Sheik, que se acercó al lugar después de
hacer estallar su ilusión.
— Ya
era mío —comentó Nairin.
— Tranquila, compartiremos el botín.
En los
tejados y en lo alto de los muros, los forjados fueron eliminados por las dos
francotiradoras del grupo. Cada vez que se oía un disparo lejano, un forjado
caía. El ejército se vio rápidamente acorralado por los miembros de la
expedición.
Alma
fue lanzando una flecha tras otra contra ellos. Sus escudos no eran capaces de
detenerlos, pues se rompían o directamente los atravesaba. Sheik fue lanzando
orbes de caos junto con sus ilusiones, sumiéndolos en la confusión y Nairin
invocó garras en el suelo que los agarraban de los pies y les desgarraba las
entrañas.
Finalmente,
el último forjado fue abatido y su cuerpo se sumó a la pila que se formó con el
resto de sus compañeros.
— Buen
trabajo, equipo. —Sheik les felicitó al mismo tiempo que sus ilusiones se
rompían y se disolvían en el aire.
Actheon
se reunió con sus compañeros blandiendo su báculo.
— Te
has perdido toda la diversión, Actheon. —comentó Alma de Escarcha.
— ¿Estás segura de eso? ¿Quién crees que ha apagado todos los fuegos del Apeadero?
El
grupo miró a su alrededor. Las llamas que consumían las casas del Apeadero se
habían apagado y en su lugar salían columnas negruzcas de humo tan espesas que
lograban tapar la potente luz del sol.
— ¡Nos
habéis salvado! —Un campesino con la ropa hecha trizas se acercó al grupo con
las manos juntas—, Muchísimas gracias, hacía meses que no sufríamos un ataque
de forjados.
— Es
extraño —comentó Sheik mientras reflexionaba—, ¿Lo harán por venganza?
— O por
pura diversión —añadió Actheon—. Los forjados no son precisamente conocidos por
cocinar tartas.
— Tartas… —La voz de Nairin sonó entre los aventureros—. Me ha entrado hambre,
¿Alguien quiere algo?
Actheon
rechazó la oferta meneando las manos y Alma de Escarcha ni siquiera la miró.
Relsiin
entró en el Apeadero con el rifle en mano, mirando a los lados en busca de
algún forjado rezagado. En lugar de eso, los aldeanos y viajeros salieron de los
edificios. Heridos y magullados, pero felices.
— ¿Qué
hacemos con ellos? —preguntó Actheon.
Hay un
lugar no muy lejos de aquí: el templo de Kormir —contó el campesino—. Pero el
camino es peligroso y nadie se encuentra en condiciones de luchar.
Sheik
intercambió miradas con Actheon. No dijeron nada, pero sus rostros mostraron claramente
lo que pensaba cada uno. Alma los observó, predijo el debate y rompió el
silencio.
— Perderemos un día de viaje si lo hacemos.
— Pero
no podemos dejarlos así. —replicó Actheon.
— Alma
de Escarcha tiene razón, si les escoltamos tardaremos más en llegar a la tumba
de los reyes. Pero tampoco podemos marcharnos dejando tirada a tanta gente —Sheik estaba indeciso—. Hagamos una votación. Si hay más de tres votos a favor
les escoltaremos al templo. Para evitar empates, mi voto contará por dos.
Alma
levantó la mano y pronunció un rotundo NO. Actheon, por su parte, hizo lo
contrario y dijo SÍ. Sheik buscó a Nairin y la encontró dando comida a un grupo
de niños que se habían aglomerado a su alrededor con euforia y curiosidad.
— ¡Nairin! —Sheik la llamó.
La
asura no se giró, pues estaba ocupada encargándose de los niños, pero levantó
el pulgar arriba, dando a entender que estaba de acuerdo con ayudarles.
— Quedas tú y las dos certeras. —contó Alma.
Relsiin
llegó con el rifle aún desenfundado. Sheik le dio un breve resumen y ella se
mostró a favor de ayudarles.
— Yo
voto que no, por lo que estamos empatados. —dijo Sheik—. Ahora todo depende de la
sylvari.
Mientras
hablaban, Arbelma llegó tirando de los dolyaks de carga y raptores que dejaron
en los acantilados. Relsiin avanzó unos metros y gritó:
— ¡Tú,
arbusto azul! ¿Quieres escoltar a los heridos al templo?
Arbelma
levantó el brazo que tenía libre e hizo una seña con los dedos.
— ¿Eso
es un “no”? —preguntó Actheon a Sheik.
— Es un
“sí”, o “perfecto” —respondió relsiin—. Jerga de certeros.
— Bueno, pues decidido, escoltaremos a los heridos al templo.
— Que
Kormir os bendiga, héroes. —dijo el agradecido campesino mientras respiraba
aliviado por el resultado.
La
expedición abandonó el apeadero y cruzó un puente que daba a un acantilado
gigantesco. El camino era escarpado y con escalones de piedra desgastada mientras
que el borde estaba protegido por un muro adornado de banderas elonianas. Los
dolyaks se apretaban unos a otros por miedo a caer al vacío. Aunque los
protegía el muro, eran lo suficientemente altos para asomar su cabeza cuando
terminaba una porción de piedra y empezaba otra para subir de altura.
Los
refugiados que aún podían caminar llevaban camillas con los heridos más graves.
Algunos asomaron para ver el fondo del acantilado. No sólo la altura los
mataría al instante, sino que además había decenas de hidras paseando por la
arena. Algunas incluso se percataron de su presencia y levantaron sus múltiples
cabezas con la esperanza de que cayese algún aperitivo para ellas.
Caído
el atardecer, vieron al otro lado de los colosales acantilados una edificación
que se elevaba desde el fondo del suelo hasta más allá de las montañas. Su
estructura, claramente eloniana, se sujetaba con finas pero resistentes
columnas de piedra refinada. Los refugiados soltaron un suspiro de alivio y
empezaron a vitorear de felicidad.
Habían
llegado al templo de Kormir.
El
pueblo que compartía el puente con el templo era la aldea de Kweli. A simple
vista no destaca en nada. Había banderas atadas a cuerdas entre las casas y los
mercaderes atendían a sus clientes. Pero en cuanto vieron a la expedición con
los heridos, todos dejaron de hacer sus cosas y fueron a echar una mano. Los
aldeanos ofrecieron su hombro para que se apoyasen en ellos, los mercaderes
trajeron agua a los más sedientos y los jinetes se encargaron de llevar las
camillas hacia el interior del templo. Mientras tanto, los miembros de la
expedición bajaron de sus monturas y tomaron un merecido descanso en la
aldea.
La
noche cayó. En agradecimiento por su esfuerzo, los sacerdotes
les ofrecieron quedarse a dormir en el templo. Los aventureros cruzaron un
puente hecho de azulejos de color turquesa y se adentraron en la grandiosidad que
representaba el templo.
Los
aventureros se acomodaron rápidamente en la estancia. El centro del templo
estaba decorado con una fuente redonda que ofrecía una sensación de frescor al
acercarse mientras una estatua de Kormir sujetaba un pergamino dorado. Los
miembros empezaron a montar tiendas de campaña para pasar la noche y algunos
aprovecharon para charlar.
— No me
puedo creer que te hayas llevado un yelmo forjado para usarlo de sartén. —Le
dijo Actheon a Nairin mientras andaban por el templo.
— A mí
no me sorprende —comentó Alma de Escarcha desde su tienda—. Seguro que no es lo
peor que ha hecho.
— ¡Alma! —Actheon exclamó.
— No,
tiene razón —Nairin intervino—. Una vez se me ocurrió mezclar fresas con
rábanos —se llevó la mano a la mejilla y simuló estar llorando—. Estaba
desesperada y tuve que hacerlo.
Nairin
miró de forma burlona a Alma de Escarcha mientras ésta hacía una mueca de asco.
Actheon se tranquilizó y entonces fijó su atención en las esculturas
de Kormir.
Mientras
tanto, al otro lado del templo, Relsiin y Arbelma se montaron dos tiendas de
campaña frente a uno de los bustos de Kormir. Se quitaron las botas y
escondieron los rifles dentro de las tiendas. El de Arbelma no cabía y
sobresalía una parte del cañón.
Al ser
de noche, Arbelma brillaba de forma intermitente con un llamativo tono azulado.
Las dos
ladronas estaban sentadas en el suelo, disfrutando de un aperitivo nocturno.
Desde donde se encontraban, podían ver al resto de la expedición haciendo sus
cosas: Nairin, la asura, estaba comiendo de lo que parecía un yelmo, el druida
Actheon estaba tomando apuntes delante de una cortina con frases y Alma de
Escarcha, la norn, salió a dar un paseo por la aldea de Kweli acompañada de su
lobo.
— Menudo grupo nos ha tocado, ¿eh? —comentó Arbelma mientras se llevaba un trozo
de pan a la boca—. Al menos la norn y la asura no se han matado entre
ellas.
— Tú
dale tiempo.
— ¿Crees
que lo harán?
— Es
probable.
Arbelma
suspiró, estiró las piernas y se acomodó en el suelo.
— Al
menos los dos hombres del grupo parecen normales. Actheon está contemplando
estatuas y Sheik está durmiendo plácidamente en su tienda.
— ¿Estás segura de eso?
— ¿Por
qué lo dices?
Relsiin
señaló la tienda abierta de Sheik, donde se le veía dormir de lado. No parecía
haber nada raro a simple vista, pero ella insistió.
— Dime
quién va a dormir tan pronto.
— ¿Alguien cansado? —Arbelma respondió con vacilación.
— Vale,
entonces ¿Quién lo hace con toda la armadura puesta?
— Tú,
por ejemplo.
— Vale,
entonces ¿Quién usa una ilusión para que ésta duerma mientras la persona real
está ahí escondida y hablando sola?
Apuntó
a un rincón con poca luz. Sheik estaba de pie y a espaldas de ellas. Parecía
que estuviera dando un discurso en solitario.
— Ah,
vaya. Podías haber empezado por ahí.
— Voy a
ver qué es lo que hace.
Relsiin
se levantó del suelo al mismo tiempo que Arbelma agarraba otro trozo de pan. Se
acercó sigilosamente a Sheik. Al estar descalza, sus pasos eran inaudibles,
pero Sheik notó su presencia y se sobresaltó.
— Relsiin.
— Me
preguntaba qué hacías aquí.
— Oh,
pues estaba conjurando unos mantras. Necesito concentración e invoqué una
ilusión para que no me molestaseis. Aunque supongo que no ha funcionado contigo.
— No —Relsiin permaneció en silencio durante unos momentos para probar la paciencia
de Sheik. Éste se le quedó mirando con una cara apacible que se fue apagando
poco a poco. Justo cuando se dispuso a decir algo, Relsiin lo interrumpió—. No
soy experta en hipnotizadores ni nada parecido, pero cuándo conjuráis mantras,
¿no se supone que los materializáis en el aire o algo por el estilo?
Sheik
sonrió débilmente. Relsiin notó en su rostro que le incomodaba la conversación.
— Tienes razón, amiga mía, no sabes de hipnotizadores. Hay
veces que primero tienes que repetirlos en voz alta para memorizarlos, y a
partir de ahí conjurarlos —se
giró y le dio la espalda a Relsiin—. Espero que no te importe, pero voy a
seguir con lo mío. Me haría invisible o me teletransportaría a otro lugar, pero
no quiero parecer borde.
— Claro.
Relsiin
se apartó y volvió a su tienda. Arbelma se encontraba con las piernas cruzadas
y observando a través de una mira que había desenganchado de su rifle.
— ¿Y
bien, es de fiar?
Se
sentó en su sitio y apoyó las manos en el suelo para reclinarse.
— Qué
va.
Pasadas
unas horas, todo el grupo estaba durmiendo. Todos excepto Alma de Escarcha.
Mientras su lobo estaba retozando en sueños, anduvo en silencio y se acercó a
una pared polvorienta. Quitó todo el polvo que había acumulado y descubrió un
garabato con el símbolo de Balthazar dibujado. Lo miró de arriba hacia abajo y
empezó a rascarlo con sus guantes de cuero.
Cuando
lo quitó por completo, dio un par de vueltas por el templo, volvió a su tienda
y se metió dentro para dormir.


Mola mazo.
ResponderEliminarpon de a dos seguidas xD
ResponderEliminar