Perdidos en el desierto. Prólogo
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Capítulo 0: Prólogo.
La
sangre brotó debida de la herida de su costado, corriendo por su ropa y cayendo
en la abrasadora arena del desierto. Sheik no se esperó que sus compañeros le
ocasionaran tantos problemas, pero finalmente tenía lo que quería.
El
artefacto era suyo, tan sólo tenía que salir de Elona lo antes posible. No
obstante, Nairin logró arrastrarle con ella hacia su propio portal y ahora se
encontraba en algún punto remoto de un desierto que no conocía.
— Maldita seas, rata nigromántica. Maldita seas.
Sintió
hormigueos en sus articulaciones, dejó de sentir su brazo derecho y le costó
moverlo. Sus manos se helaron pese a encontrarse en un ambiente extremadamente
caluroso. La herida se estaba abriendo y presionarla con la mano no era
suficiente para detener la hemorragia.
Se
detuvo por un momento y se sentó en el suelo, apoyando la espalda sobre la base
de un acantilado.
— La tiara. Es tuya. Y con ella, la joya que
buscabas.
Unos
susurros se metieron en su cabeza. No podía distinguir si eran de hombre o
mujer, pues sonaban todas al unísono. Su voz era repugnante y siempre le venía
a la mente el sonido de moscas cebándose con un cuerpo podrido cuando la oía.
Escucharla
le daba náuseas.
Sheik
jadeó cuando cambió de mano para tapar la herida y miró a su alrededor en busca
de la voz.
A
su izquierda apareció una sombra transparente. Tenía la forma de una persona,
pero su postura era inhumana, con la espalda arqueándose como una serpiente.
— Me has dado muchos problemas, ¿lo sabes?
— Y aun así has fracasado. No los mataste
como te ordené.
— ¡Hicimos un trato! La tiara por Cellica, nada más.
La
sombra se desvaneció de su vista sólo para aparecer a unos centímetros de su
oreja, agachada y mirándole fijamente con ojos inexistentes.
— Tu incompetencia. Trae. Consecuencias.
— No te atrevas a tocarla, monstruo.
Sheik
pestañeó y la sombra desapareció de nuevo de su vista. Cuando se giró, estaba
en el otro lado, dándole la espalda. Pero sabía de sobra que no era más que un
truco, pues no necesitaba valerse de sus ojos para observarle.
— Su dolor es el resultado de tus inacciones.
Cada día que pasa, sus ojos se van apagando mientras lloran tu nombre día y
noche. —Sheik intentó contestarla, pero el dolor de la herida se lo impidió
y en su lugar soltó un gruñido—. Y ahora,
estás agonizando en la nada mientras ella sufre.
— Me pondré bien. Sólo necesito recuperarme un poco y tendrás tu maldita tiara.
Tan sólo tengo que volver a Amnoon y embarcarme en el primer navío hacia Tyria.
— No puedes volver a Amnoon, Rahim espera
su regalo allí. Los obstáculos que has dejado vivir van a ir a por ti, es sólo
cuestión de tiempo que te atrapen.
— ¿Y a dónde voy entonces?
— Istan. Consigue un barco y vuelve
con la tiara. Tienes dos semanas.
— ¿Dos semanas? Es muy poco tiempo. ¡Tienes que darme más!
— No dispones de más. Pero no desesperes, a
diferencia de ti, yo sí que soy capaz de acabar con mis obstáculos. Cumple con
lo prometido, y yo te devolveré aquello que aprecias.
Sheik
se valió de la pared de roca para levantarse. Su piel estaba pálida por la
pérdida de sangre y la herida empezó a oscurecerse. Cuando por fin se puso de
pie, la sombra desapareció y volvió a reaparecer unos metros más adelante.
— Ah, y tienes mi permiso para utilizar la magia
de la tiara para curar tu herida. Pero no lo uses en exceso, o te convertirás
en un cascarón vacío y sediento.
— ¿Sediento de qué?
La
sombra se esfumó en un abrir y cerrar de ojos. Sheik, que tuvo que apoyarse en
la roca para no caer al suelo, levantó la tiara y le echó un vistazo. Cuando posó
sus ojos en el cálido y tembloroso metal del objeto, éste brilló y la magia de
hematites voló a su alrededor.
Su
mente le advertía una y otra vez sobre lo que pretendía hacer. Todos sus
instintos le decían que no y el miedo creció en su interior. Pero si quería
sobrevivir, no le quedaba otra opción.
Con
un simple hechizo, activó la tiara y ésta se calentó. Acto seguido, llevó el
objeto a su herida y escuchó el crujido de su piel ardiendo con el contacto,
seguido de un dolor insoportable. Sheik sintió miles de punzadas en el costado.
Su abdomen se comprimió y su mano se aferró al metal candente de la tiara
mientras salía humo y olía su carne quemándose por la magia.
Soltó
un grito de dolor que rebotó en la pared del acantilado y soltó la tiara.
Permaneció un rato jadeando mientras el sudor le bajaba por la espalda y pegaba
la ropa a su cuerpo. Cuando se encontró mejor, bajó la mirada y vio una
cicatriz en el lugar de la herida. La piel a su alrededor adoptó un tono rojizo
que parpadeaba débilmente.
Se
sintió más fuerte, más energizado, pero más enfurecido. Sintió una rabia
inconmensurable que creció de golpe en su interior y apretó los dientes para
paliar sus ganas de destrozarlo todo a su paso.
Se
apeó de la roca y se agachó para recoger la tiara, que se había apagado al
perder el contacto con su mano.
— Si quieres que vaya a Istan, iré a Istan.
Mientras
tanto, en lo alto del acantilado, Nairin se escondió detrás de las piedras.
Espió a Sheik todo el tiempo sin perderse ni una palabra. Aunque no sabía por
qué hablaba solo, la mención de Istan hizo que sus grandes orejas se levantasen
con cautela.
Se
refugió detrás de una roca e invocó un siervo de hueso. La criatura salió del
suelo al mismo tiempo que sus tendones se formaban y se unían entre ellos.
Cuando
terminó, se sentó, esperando las órdenes de su ama con la esquelética cabeza
acolmillada e inclinada para un lado. Nairin se acercó a la criatura y le
susurró al oído.
— Busca a los demás, diles lo que te he dicho.
La
criatura se alejó y se perdió entre la infinitud del desierto. Nairin asomó su
pequeña cabeza por el acantilado. Sheik había empezado a caminar y se apresuró
en seguirle sin ser descubierta.

QUE GANAS DE SABER MAS!!!!!!!!!!
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