Perdidos en el desierto. Prólogo

¡Léetelo des del principio para enterarte de toda la historia!





Capítulo 0: Prólogo.




La sangre brotó debida de la herida de su costado, corriendo por su ropa y cayendo en la abrasadora arena del desierto. Sheik no se esperó que sus compañeros le ocasionaran tantos problemas, pero finalmente tenía lo que quería.

El artefacto era suyo, tan sólo tenía que salir de Elona lo antes posible. No obstante, Nairin logró arrastrarle con ella hacia su propio portal y ahora se encontraba en algún punto remoto de un desierto que no conocía.

 Maldita seas, rata nigromántica. Maldita seas.

Sintió hormigueos en sus articulaciones, dejó de sentir su brazo derecho y le costó moverlo. Sus manos se helaron pese a encontrarse en un ambiente extremadamente caluroso. La herida se estaba abriendo y presionarla con la mano no era suficiente para detener la hemorragia.

Se detuvo por un momento y se sentó en el suelo, apoyando la espalda sobre la base de un acantilado.

 La tiara. Es tuya. Y con ella, la joya que buscabas.

Unos susurros se metieron en su cabeza. No podía distinguir si eran de hombre o mujer, pues sonaban todas al unísono. Su voz era repugnante y siempre le venía a la mente el sonido de moscas cebándose con un cuerpo podrido cuando la oía.

Escucharla le daba náuseas.

Sheik jadeó cuando cambió de mano para tapar la herida y miró a su alrededor en busca de la voz.

A su izquierda apareció una sombra transparente. Tenía la forma de una persona, pero su postura era inhumana, con la espalda arqueándose como una serpiente.

 Me has dado muchos problemas, ¿lo sabes?

 Y aun así has fracasado. No los mataste como te ordené.

 ¡Hicimos un trato! La tiara por Cellica, nada más.

La sombra se desvaneció de su vista sólo para aparecer a unos centímetros de su oreja, agachada y mirándole fijamente con ojos inexistentes.

 Tu incompetencia. Trae. Consecuencias.

 No te atrevas a tocarla, monstruo.

Sheik pestañeó y la sombra desapareció de nuevo de su vista. Cuando se giró, estaba en el otro lado, dándole la espalda. Pero sabía de sobra que no era más que un truco, pues no necesitaba valerse de sus ojos para observarle.

 Su dolor es el resultado de tus inacciones. Cada día que pasa, sus ojos se van apagando mientras lloran tu nombre día y noche. Sheik intentó contestarla, pero el dolor de la herida se lo impidió y en su lugar soltó un gruñido. Y ahora, estás agonizando en la nada mientras ella sufre.

 Me pondré bien. Sólo necesito recuperarme un poco y tendrás tu maldita tiara. Tan sólo tengo que volver a Amnoon y embarcarme en el primer navío hacia Tyria.

 No puedes volver a Amnoon, Rahim espera su regalo allí. Los obstáculos que has dejado vivir van a ir a por ti, es sólo cuestión de tiempo que te atrapen.

 ¿Y a dónde voy entonces?

 Istan. Consigue un barco y vuelve con la tiara. Tienes dos semanas.

 ¿Dos semanas? Es muy poco tiempo. ¡Tienes que darme más!

 No dispones de más. Pero no desesperes, a diferencia de ti, yo sí que soy capaz de acabar con mis obstáculos. Cumple con lo prometido, y yo te devolveré aquello que aprecias.

Sheik se valió de la pared de roca para levantarse. Su piel estaba pálida por la pérdida de sangre y la herida empezó a oscurecerse. Cuando por fin se puso de pie, la sombra desapareció y volvió a reaparecer unos metros más adelante.

 Ah, y tienes mi permiso para utilizar la magia de la tiara para curar tu herida. Pero no lo uses en exceso, o te convertirás en un cascarón vacío y sediento.

 ¿Sediento de qué?

La sombra se esfumó en un abrir y cerrar de ojos. Sheik, que tuvo que apoyarse en la roca para no caer al suelo, levantó la tiara y le echó un vistazo. Cuando posó sus ojos en el cálido y tembloroso metal del objeto, éste brilló y la magia de hematites voló a su alrededor.

Su mente le advertía una y otra vez sobre lo que pretendía hacer. Todos sus instintos le decían que no y el miedo creció en su interior. Pero si quería sobrevivir, no le quedaba otra opción.

Con un simple hechizo, activó la tiara y ésta se calentó. Acto seguido, llevó el objeto a su herida y escuchó el crujido de su piel ardiendo con el contacto, seguido de un dolor insoportable. Sheik sintió miles de punzadas en el costado. Su abdomen se comprimió y su mano se aferró al metal candente de la tiara mientras salía humo y olía su carne quemándose por la magia.

Soltó un grito de dolor que rebotó en la pared del acantilado y soltó la tiara. Permaneció un rato jadeando mientras el sudor le bajaba por la espalda y pegaba la ropa a su cuerpo. Cuando se encontró mejor, bajó la mirada y vio una cicatriz en el lugar de la herida. La piel a su alrededor adoptó un tono rojizo que parpadeaba débilmente.

Se sintió más fuerte, más energizado, pero más enfurecido. Sintió una rabia inconmensurable que creció de golpe en su interior y apretó los dientes para paliar sus ganas de destrozarlo todo a su paso.

Se apeó de la roca y se agachó para recoger la tiara, que se había apagado al perder el contacto con su mano.

 Si quieres que vaya a Istan, iré a Istan.


Mientras tanto, en lo alto del acantilado, Nairin se escondió detrás de las piedras. Espió a Sheik todo el tiempo sin perderse ni una palabra. Aunque no sabía por qué hablaba solo, la mención de Istan hizo que sus grandes orejas se levantasen con cautela.

Se refugió detrás de una roca e invocó un siervo de hueso. La criatura salió del suelo al mismo tiempo que sus tendones se formaban y se unían entre ellos.

Cuando terminó, se sentó, esperando las órdenes de su ama con la esquelética cabeza acolmillada e inclinada para un lado. Nairin se acercó a la criatura y le susurró al oído.

 Busca a los demás, diles lo que te he dicho.

La criatura se alejó y se perdió entre la infinitud del desierto. Nairin asomó su pequeña cabeza por el acantilado. Sheik había empezado a caminar y se apresuró en seguirle sin ser descubierta.





Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La expedición del desierto. Capítulo 4

La expedición del desierto. Capítulo 2

Perdidos en el desierto. Capítulo 8 + Epílogo