La expedición del desierto. Capítulo 1


Capítulo 1: Amanecer sobre Amnoon.





Las gaviotas graznaban bajo la tenue luz de un nuevo amanecer. El sol subía y posaba sus cálidos rayos sobre las colosales pirámides que yacían enterradas en la arena del desierto. El barco se balanceaba cada vez que una ola chocaba suavemente contra su casco.

Pese al largo viaje, el navío divisó por fin su destino. De pronto, aparecieron por la costa estandartes que deslumbraban la vista con sus bordados dorados. El bullicio de la gente comerciando empezaba a sustituir el sonido del mar y el inconfundible olor a pescado inundaba todo el puerto.

No cabía duda, había llegado a Amnoon.

El barco atracó en el muelle y los jinetes de la ciudad, montados en imponentes y elegantes raptores, llegaron a recibirles.

El primero en bajar fue un hombre delgado y de mediana estatura. Ocultaba su rostro bajo una máscara de dragón y la cabeza envuelta en telas oscuras donde portaba plumas rojizas en la nuca que ocultaban toda su espalda. La ropa era similar a la que llevaban los jinetes de Elona, salvo por la mezcla de color entre rojo y morado de sus prendas, con lazos amarillentos y dos cuchillos guardados en su costado. Quizás lo que más llamase la atención no fueron las sandalias con vendas que brillaban y ardían pacíficamente, ni las hombreras hechas de hojas, sino sus brazales, que portaban cabezas de leopardos y cuervos tallados en ellos, algo típico que llevaría un bestialma. De no haber sido por sus brazos al descubierto, la gente lo habría tomado por humano, pero el tono morado de su corteza delataban su naturaleza sylvari.

Había viajado en barco desde Tyria gracias a un anuncio en Arco de León. En él se pedía a un grupo de aventureros para montar una expedición por el desierto. Aunque ofreciera una considerable cantidad de oro como recompensa, lo que más le atrajo fue la posibilidad de estudiar a los dioses humanos, en concreto los caídos, en el lugar donde lucharon y fueron derrotados.

Se fue adentrando en la ciudad. La gente se aglomeraba en los escaparates de comida al mismo tiempo que los barcos pesqueros sacaban su cargamento y lo ofrecían a la venta. Pasó al lado de dos personas posando junto a un pez gigante que colgaba de un poste de madera mientras un tercero les dibujaba en un lienzo. Orgullosos por cazar ese trofeo, se preguntó cómo lo habían atrapado y llevado hasta la ciudad sin que la gigantesca criatura les hundiera el barco por el camino.

Llegó hasta el templo de los seis dioses y subió por las escaleras hasta dar con las estatuas de las deidades, que rodeaban una bonita cavidad de agua cristalina. Estaban todas en perfecto estado salvo la de Balthazar, que tenía una cesta con ojos burlones en la cabeza, haciendo burla del dios caído. Una acción cómica e inocente pese a las atrocidades que cometió contra la gente inocente.

Como aficionado al estudio de dioses caídos, le fascinó la oportunidad de estudiar más a fondo a éstos. Esperaba que, si tuviera la menor oportunidad, se dirigiría a la boca del tormento para estudiar más a fondo sobre Abaddon, el dios de los secretos que halló su perdición hace cientos de años en ese mismo lugar.

Estaba tan absorto observando la estatua que no se percató que había dos personas apoyadas en la estatua de Dwayna: una sylvari y una humana que le miraban de reojo. La sylvari de piel verdosa tenía el cabello largo de hojas azules, su rostro era jovial y sonreía sin parar. Su atavío se parecía a la que llevaría un miembro de la Inquisa, salvo por la excepción que la parte central era del mismo color que su cabello. Pese a lo joven y frágil que parecía, portaba en la espalda un rifle larguísimo que le superaba por dos cabezas. Era difícil pensar que ella sería capaz de usarlo. La humana, en cambio, era más discreta. La mujer de cabello plateado portaba una gabardina negra y blanca, mientras que los detalles eran rojizos. De la cintura colgaban unas pocas cadenas y en su espalda portaba un rifle de francotirador, al igual que su compañera. Sin embargo, era un arma aparentemente normal salvo por el hecho de que algunas partes se desvanecían en el aire y volvían a aparecer, como si se encontrase en dos dimensiones al mismo tiempo.

— No pases mucho tiempo al lado de Balthazar o la gente sospechará de ti —dijo la sylvari.

— Espero que no me confundan con un zaishen, sólo me faltaría eso en mi primer día en Elona.

— ¿Primer día? —preguntó la humana.—, por casualidad no estarás aquí por una expedición, ¿verdad?

— Sí, ¿vosotras también?

Las dos chicas se miraron entre ellas, una sorprendida y la otra como si hubiera ganado una apuesta.

— ¡Te dije que vendría más gente! —La humana se giró hacia el hombre y lo miró de arriba abajo—. ¿Cómo te llamas?

Actheon —Se presentó formalmente mientras inclinaba la cabeza.

— Encantada, yo soy Arbelma —dijo la sylvari—, y ella…

— Relsiin, con dos íes. ¿Esos guanteletes representan que eres un bestialma?

Actheon se miró los guantes.

— En realidad soy druida.

Percibieron a la lejanía un norn que se acercaba a ellos, al principio se pensaron que era un hombre, pero al acercarse se dieron cuenta que se trataba de una mujer musculada de pelo castaño y ocultando su boca con una máscara con dientes de depredador tallados en ella. Llevaba un atavío eloniano desgastado y unas botas que parecía que se había recorrido todo el camino desde Kryta a pie. Portaba en la espalda un arco de acero que a simple vista ya parecía pesado y una cadena en lugar de cuerda. Las flechas, por supuesto, eran de hierro.

Saltaron un par de llamas de las puntas del arco cuando pisó el último escalón que daba a las seis estatuas. Levantó la cabeza hacia la de Balthazar y murmuró unas palabras para sí misma. Luego la bajó e inspeccionó el lugar.

— Eh, vosotros, ¿Es aquí para apuntarse a la expedición? —preguntó con voz ronca a los tres aventureros.

— Sí, ¿Se puede saber para qué quieres saberlo? —respondió Relsiin con brusquedad.

— He venido para formar parte de ella, pero no sabía que tendría que hacer de niñera.

— ¿Disculpa? —infirió Arbelma.

— No importa —interrumpió la norn—, he venido por la recompensa, no a entablar amistades.

Se apartó la máscara e hizo un silbido con sus manos, un lobo salió de una de las estatuas y pasó silenciosamente al lado de Actheon. Cuando éste se dio cuenta, reaccionó y dio un pequeño sobresalto.

— Buen chico, Dante.

— Al menos podrías darnos un nombre —dijo Actheon con un tono más serio.

— Alma, de Escarcha —contestó mientras fijaba su mirada en su lobo y le acariciaba el cuello mientras hacía caso omiso de la presencia de los tres aventureros.

Permanecieron bajo la apacible sombra que ofrecía el techo del templo hasta que por fin llegaron dos hombres, ambos humanos. Uno tenía la tez oscura e iba con un fino atuendo blanco. Perfectamente limpio en comparación con algunos de los aventureros. Le sobresalía una perilla corta que se levantaba en la punta, igual que sus zapatos de tela.

A su lado había un hombre aparentemente normal, un humano que evidentemente no era de aquí. Su cabello era castaño y con un mechón a un lado. Sus ojos, verdes como el jade, fijaron su mirada en Relsiin, haciendo que ésta desviara la mirada por incomodidad. Llevaba puesto unas calzas de mascarada de cuero oscuras y los bordes dorados. Unas vestiduras del mismo color, abiertas, que mostraban su abdomen definido con vello para terminar con un plumaje dorado en los hombros y la nuca. Las botas, lejos de lo común, parecían zarpas de un ave rapaz lista para atrapar a su presa. Y por si no fuera poco, de su espalda sobresalía un báculo con un sol con puntas a su alrededor, cuando se ponía de lado, ese sol rodeaba su cabeza.

— Ah, veo que ya habéis llegado todos, aunque sois menos de los que pensaba. —dijo el noble—. Permitid que me presente: soy Rahim, miembro retirado del consejo de Amnoon y dueño de las propiedades del sur de la ciudad. Os he reunido aquí para un trabajo de búsqueda y rescate. Hace unos meses envié otra expedición liderada por mi hermano a las Tierras altas del desierto. Iban en busca de un artefacto antiguo, datado en tiempos de los primeros reyes primigenios. Sin embargo, ninguno de ellos ha regresado. Por ello he decidido montar una misión que vaya a por el artefacto y, si es posible, averiguar qué les ha pasado a los otros.

— ¿Le importa más el artefacto que su hermano? —preguntó Actheon con cierta indignación en su voz.

— Me preocupa mi hermano, pero también soy realista. Si lográis encontrarlo con vida, os estaría eternamente agradecido.

— Dalo por hecho —añadió Alma—, siempre y cuando la recompensa sea generosa.

— No te preocupes por eso. Si lo conseguís, os recompensaré a cada uno con quinientas piezas de oro.

— Quinientas… —le susurró Relsiin a Arbelma mientras ésta inclinaba la cabeza para oírla mejor—, ya puede ser importante el artefacto.

— Por supuesto, os ofreceré una estancia gratuita para que podáis descansar tranquilamente. Mañana tendréis preparados los dolyaks con provisiones para el viaje. El hombre que tengo a mi lado se llama Sheik Melvin, él será el líder de la expedición.

Sheik saludó con la mano, pero nadie salvo Actheon y Arbelma le devolvieron el saludo.

De pronto la serenidad del agua del templo se vio interrumpida por unos sonoros pasos que subían por las escaleras. El grupo se giró a esa dirección y apareció una asura cargada con mochilas de todo tipo, asomando por el último escalón. Estaba jadeando y llevó sus manos a las rodillas para tomar aire.

—¡Lo siento mucho! ¿llego tarde a la expedición?

— ¿Y tú eres…? —preguntó Sheik.

— Nairin —dijo mientras se sacaba un papel de una de las mochilas—, vengo por el trabajo.

La asura estaba entrada en carnes y tenía los ojos verdes, unas pupilas gigantes y una mancha en la parte derecha de la cara. El cabello eran dos coletas oscuras, con mechas del mismo color que los ojos. La nariz, similar a la de un ratón, estaba enrojecida por el cansancio y las orejas, grandes incluso para un asura, colgaban balanceándose con cada jadeo que daba.

— Una asura, lo que me faltaba —espetó Alma.

— Cuantos más miembros, mejor —añadió Rahim apresuradamente para evitar una posible discusión—. ¿Alguien la puede poner al día?

— ¡Oh, yo puedo! —dijo Arbelma mientras levantaba la mano enérgicamente.

— Perfecto. Seguidme entonces, os mostraré dónde pasaréis la noche.




Amaneció. La luz se apoderó de la habitación hasta que no quedó ni rastro de las sombras, las cuales se ocultaron en los rincones de los muebles.

Arbelma abrió los ojos y se estiró en la cama. Lo primero que vio fueron los marcos dorados que decoraban todo el techo. Tenía que reconocerlo, los aposentos que les ofreció Rahim eran lujosos, incluso podían competir con los de un noble.

Todo era precioso en esa tierra, incluso en los bordes de su ventana se posaron un par de aves tropicales, cantando y batiendo sus alas mientras jugueteaban. Todo parecía sacado de un cuento de hadas.

Hasta que percibió algo.

Su ventana daba a un edificio un poco más amplio que el suyo. Había un grupo de niños reunidos en el tejado que la observaban en silencio y sin desviar la mirada ni un solo momento. Tenían una vista perfecta de su habitación y de ella. Fue entonces cuando se dio cuenta que tan sólo llevaba encima una fina tela de dormir.

— ¡Eh, vosotros!

Los niños se asustaron y algunos salieron corriendo, escondiendo sus cabezas detrás del borde del tejado. Arbelma se levantó ágilmente y se fue donde estaba su equipamiento, fue cogiendo su ropa hasta que agarró una de sus pistolas de hueso.

— ¡Tiene una pistola! —gritó uno de los niños.

De repente todos escondieron sus cabezas y salieron corriendo en todas direcciones. Arbelma se quedó con la pistola en la mano mientras intentaba taparse con su ropa.

— ¡Malditos mocosos!

Estaba hecha una furia, pero no quería que eso le arruinase el día. Se vistió apartada de la ventana, lejos de la vista de posibles mirones, se armó y salió por la puerta, dispuesta a embarcarse en su nueva y emocionante misión.

Cuando salió a la calle, se encontró a su compañera norn, Alma de Escarcha, equipando a su dolyak de carga. Su compostura, brusquedad y los quejidos del animal le indicaban que seguía con la misma actitud que ayer.

También estaba su compañera humana, Relsiin, que se encontraba lo suficientemente lejos de la norn para que ninguna de las dos se cruzaran la mirada.

— Me ha sorprendido no verte en la habitación. —comentó Arbelma mientras se acercaba a Relsiin.

— Tenía poco sueño. Además, es imposible dormir contigo cerca. Eres como una gigantesca lámpara viviente.

— Eh, siempre te digo que uses una venda para taparte los ojos, pero nunca me haces caso.

— Tápate tú, no es mi culpa que brilles en la oscuridad.

— ¡No brillo tanto!

Su conversación se vio interrumpida por el quejido del dolyak de Alma. Eso hizo que cambiaran de tema al instante.

— Casi que me da pena su dolyak.

— ¿Eso te sorprende? —preguntó sarcásticamente—, eso es porque no has visto a la asura.

Relsiin señaló con la mano y le enseñó a su amiga un montón de sacos y mochilas andantes, todas atadas entre sí para que no se cayeran en el suelo. Arbelma no cayó en quién sujetaba todo eso. No era un dolyak ni ningún animal de carga, sino Nairin, la asura que llegó tarde a la reunión. Se movía sin aparentar ninguna dificultad ni esfuerzo. Cualquiera hubiera dicho que no se daba cuenta que tenía tanto peso en sus hombros, solamente sus gruesos brazos sujetaban las correas como si de una simple bolsa se tratase.

— ¡Por el árbol Pálido! —exclamó Actheon, que justo había aparecido por el otro lado— ¡Hay más equipamiento que asura!

— Necesito todo esto para el viaje —dijo Nairin despreocupada mientras comprobaba su equipaje con los ojos—, tampoco es tanto.

— ¿Se puede saber qué llevas ahí?

— Pues lo básico para el viaje: pergaminos, comida…

Actheon no salía de su asombro sobre cómo una asura lograba sujetar tanto peso.

Sheik, el líder de la expedición, apareció de la nada y se dirigió a los aventureros.

— ¡Ahai, compañeros! Espero que hayáis cargado a vuestros dolyaks y… ¿Eso de ahí es un skritt? —preguntó señalando a la montaña de mochilas andante.

— ¡Eh! —Nairin se dio la vuelta, molesta por el comentario.

— Oh, mis disculpas —Sheik intentó volver al tema— Como jefe de la expedición he de poneros al día. Nuestro destino es la tumba de los reyes primigenios, al este de las Tierras altas del desierto. Si vamos a un buen ritmo llegaremos en dos días. Si estáis listos, ¡partiremos enseguida!

Todo el grupo estaba presente en el establo y se dirigieron con sus dolyaks a las puertas de la ciudad mientras se subían a los raptores que Rahim les había ofrecido. Los enormes muros de piedra y los cascos de los guardias de la puerta que se asomaban brillaban por el potente resplandor del sol.

La expedición estaba lista. Sheik, el líder, fue por delante a lomos de un raptor que se erguía con orgullo. Actheon, el druida, era el segundo, colocándose su lado izquierdo, seguido por Relsiin y Arbelma, que se habían puesto una al lado de otra. La gente se amontonaba a los lados para observar su partida y la sylvari observó a un grupo de niños intentando asomarse entre la muchedumbre. Recordó la situación de esa mañana y decidió comprobar si entre ellos se encontraban los mirones. Apartó a un lado su atavío para dejar ver sus pistolas, llevó la mano a una de ellas de forma intimidante y algunos niños salieron corriendo.

— ¿Qué haces? —preguntó Relsiin.

— Oh, nada, solo estaba comprobando que no me dejaba nada.

Nairin, la pequeña asura, se arreglaba los zapatos para subirse al raptor mientras Alma de Escarcha la observaba de reojo con recelo y desprecio. Su lobo, sin embargo, estaba distrayéndose corriendo alrededor de los dolyaks mientras éstos andaban con total indiferencia.

Las puertas se abrieron con un fuerte crujido, dejando ver un camino de tiendas y un puente que se distorsionaba por las ondas de calor.

Todos sabían que a partir de ese momento ya no habría marcha atrás. El viaje que les esperaba era impredecible, pero nadie se echó para atrás. Todos estaban decididos a cumplir con su trabajo.



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Comentarios

  1. Una historia amena ahora que tengo los dos capítulos esperando a ver más y que no se ponga luego más pesada, aunque deberías intentar creo sin animo de meterme en la historia de meter a Eddie en el ajo, ya que muchas veces hace de general en los pvp y como el guild wars como su nombre indica es guerra de clanes estaría bien, de todas manera por ahora me esta gustando ya veremos como continua "je,je" (< nota: si no lo pongo es como si no fuera yo)

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