La expedición del desierto. Capítulo 4

Capítulo 4: La Expedición Perdida.









Actheon abrió los ojos bajo la intensa luz del sol dándole en la cara. Había dormido con la cabeza fuera de la tienda, pues dentro hacía demasiado calor para conciliar el sueño.

Lo primero que vio al despertarse fue a un perro de roca encerrado en una jaula, sentado y mirándolo fijamente a los ojos como si esperase algo.

­­­ ¿Qué?

El perro no respondió, como era de esperar, y siguió mirándole.

Se levantó y dio palmadas a su ropa para quitarse el polvo de encima. Bajo un sonoro bullicio, los ogros que se habían levantado empezaron a hacer sus tareas diarias. Algunos se vestían, otros llevaban cuencos con comida para sus mascotas y los adiestradores fueron a entrenar con los animales salvajes que pretendían domar.

Luego echó un vistazo a su alrededor y divisó en una hoguera al resto de su grupo. Sentados y desayunando en círculo.

Se acercó a ellos mientras lanzaba un saludo con una mano y sacudía un saco con comida que agarró de su tienda. Alma de Escarcha le hizo sitio soltando un gruñido y se sentó a su lado. El ambiente, a diferencia de ayer, era más cálido. Alma apenas prestaba atención a su entorno y las dos ladronas cuchicheaban palabras que no alcanzaba a oír.

 Eh, Actheon dijo Arbelma, atento a Nairin.

La asura estaba sentada al lado de Sheik, con los ojos cerrados y la cabeza inclinada a un lado mientras el hipnotizador la ignoraba.

 Parece como si estuviese desayunando dormida.

 Es que está dormida.

Nairin tenía una rodaja de pan en la mano y le untó mantequilla con un cuchillo plateado. Actheon se preguntó cómo podía hacerlo con tanta precisión teniendo los ojos cerrados.

 No estoy durmiendo murmuró Nairin con los dientes entrecerrados, sólo sueño despierta.

 ¿Eres sonámbula?

 No. respondió abriendo los ojos con muchísima dificultad.

Alma de Escarcha no si interesó lo más mínimo por la asura, de hecho, rebuznó mientras arrancaba un trozo de pan con sus dedos. No hablaba con nadie, como era habitual, pero Sheik estaba extrañamente callado, concentró su mirada en el suelo mientras le daba un bocado tras otro a su plato.

Mientras desayunaban, una pequeña criatura se acercó a ellos. Estaba hecha de músculos y huesos. Su cabeza era una calavera humana mientras que el resto era parecido a una rata.

 ¿Qué narices es esa cosa? inquirió Sheik, que no había dicho nada hasta ese momento.

Nairin se giró y mostró una cara reconfortante al verlo.

 Es mi siervo de hueso El siervo se acercó y se subió encima de ella. Alargó su cabeza hasta la oreja de la asura y luego se desvaneció bajo un manto de oscuridad en cuanto tocó el suelo. El camino está libre de marcados, si vamos ahora, llegaremos sin dificultades.

 Genial, ya habéis oído a la pequeña asura y a su horrenda creación concluyó Sheik. Terminemos de desayunar y acabemos con esto de una vez.

La ogra Yuzag se acercó al grupo y se sentó con ellos. Cada uno le mostró sus respetos inclinando la cabeza por su hospitalidad.

 He venido para desearos un buen viaje y que estéis seguros de que vuestros animales estarán a buen recaudo con nosotros.

 Le agradecemos muchísimo que nos haya acogido, Yuzag.

 ¡No es nada! De hecho, os traigo un presente Yuzag sacó de su cintura una bolsa con manchas en su base y la soltó delante de ellos, abriéndose y dejando ver su interior. Dentro había las cabezas cercenadas de varias gacelas de roca. ¡Señuelos para tiburones de arena! Son siempre útiles para atraer a esos depredadores escurridizos y asegurarse que de que no aparezcan bajo vuestros pies.

Los aventureros se quedaron atónitos y nadie supo qué decir. Dejaron de comer al instante y se miraron los unos a los otros, asqueados, para que alguien cogiese la bolsa y no ofender a la ogra. Finalmente, Actheon se armó de valor y se ofreció a llevarla.

 G…gracias. dijo el druida.

La expedición no recogió sus cosas, pues tenían pensado volver lo antes posible cuando terminasen con la misión. En su lugar, se vistieron, se armaron y se equiparon con agua y una sola ración de comida cada uno que los ogros les ofrecieron. Cuando todos estuvieron listos, se reunieron en una puerta de madera con forma de fauces aullando y cruzaron un puente natural de piedra hasta el otro lado.

 Esperaremos vuestro regreso. anunció Yuzag.




Nada más cruzar el puente, notaron cómo el aire estaba cargado. Dos columnas de madera les indicaba el final de los dominios de los ogros, pues más allá, la tierra estaba corrompida, las estructuras de madera estaban inclinadas y deformadas, como si se derritiesen con el paso del tiempo. Cristales diminutos flotaban envueltos en nubes tormentosas. Pero en el horizonte se podían ver columnas de piedra rotas que permanecían impasibles ante la corrupción que las rodeaba.

Sin embargo, no había ni rastro de criaturas marcadas, lo cual era una grata noticia para el grupo.

Anduvieron por el camino, esquivando las mortales nubes y sus rayos corruptos hasta bajar por un acantilado lleno de piedras y cristales marcados. A su alrededor, los pocos árboles presentaban un follaje con un distintivo color morado y sus troncos estaban marchitos. Incluso cuando se acercaban a las plantas, éstas se agitaban y su interior brillaba de corrupción.

Llegaron a un campo abierto y delante de ellos, un muro de madera que les bloqueaba el camino. Por su arquitectura era obra de los ogros, pero había sido construido debajo de las altísimas columnas de piedra que vieron desde el corral.

Las paredes estaban agujereadas y el grupo buscó una entrada lo suficientemente grande para que lograran pasar a través. Pues tanto a su izquierda como derecha había montañas manchadas de oscuridad de la altura de las columnas.

 ¿Alguna idea? preguntó Alma de Escarcha.

Sheik miró de arriba abajo el muro y se puso a reflexionar mientras observaba las puntas.

 Podría…

 No más portales, señor de las montañas. se adelantó Relsiin.

El grupo se puso a discutir la mejor manera de atravesar el muro. Las ideas eran dispares e iban de treparlo hasta abrirse paso a hachazos. Cada vez que alguien tenía una idea, a otro se le ocurría el motivo de por qué era mala.

Nairin, que no participó en la discusión, miró a través de los huecos de la muralla y soltó un murmullo. Giró sobre sí misma y se hundió en la arena, formando de la nada un agujero en el suelo. La arena comenzó a flotar y girar como un pequeño huracán mientras huesos y azufre se mezclaban entre sí, dando un toque amarillento.

El grupo se calló y se quedó de pie, intentando asimilar lo que acababa de pasar. Pero de pronto, la cabeza de Nairin apareció de nuevo en el agujero y les fijó la mirada mientras el resto daba un bote de sorpresa.

 ¿Vais a venir o qué? dijo mientras volvía a hundirse.

 Ni en broma voy a meterme en ese agujero. Espetó Alma de Escarcha a sus compañeros y señalando con el dedo.

Los miembros se miraron entre ellos desconfiados hasta que Actheon fue el primero en reunir el coraje suficiente para saltar al portal.

 Esto no puede ser peor que la bolsa de las cabezas.

Luego fue seguido de Sheik, Arbelma, Relsiin y, finalmente y a regañadientes, Alma y su lobo.

Cuando salieron disparados del portal, se encontraron al otro lado de la muralla.

 No sabía que tú también podías hacer portales comentó Actheon.

 Son más cortos y duran menos, pero no os envía a una montaña remota dijo al mismo tiempo que soltaba una mirada furtiva a Sheik y éste intentaba disimular silbando.

Sin percatarse al principio, los aventureros se quedaron pasmados al ver el paisaje que habían descubierto. Esculpida en la piedra de una de las montañas, la tumba de los reyes primigenios se erigía discretamente ante un plano irregular de dunas y corrupción. Guerreros de piedra decoraban sus paredes al mismo tiempo que la arena de la cima caía sobre ellos en forma de cascada. Tampoco se salvó de la marca, pues entre sus recovecos habían incrustados cristales marcados casi tan grandes como la tumba en sí, dejando por los suelos la poca naturaleza de los tentáculos que invadieron el lugar y quedaron petrificados hace cientos de años.

 ¡Eso son los tentáculos del dios humano Abaddon! exclamó Actheon con emoción. Se dice que se quedaron petrificadas cuando Kormir se apoderó de su magia y se convirtió en la nueva diosa.

Pero había algo que nadie lograba ver: La expedición que estaban buscando.

 ¿Los veis por alguna parte? dijo Sheik.

 No.

 No.

 Nada.

 Quizás estén en el interior de la tumba. comentó Alma de Escarcha.

Los aventureros se acercaron mientras echaban una ojeada a su alrededor en busca de la expedición, pero en cuanto Relsiin pisó el primer escalón de la tumba, apareció del suelo una silueta transparente y armada con una espada espectral. Su rostro, protegido por un yelmo desgastado, era decrépito y con la piel momificada. Sus ojos lechosos se cruzaron con los de Relsiin, que se detuvo y llevó su mano a uno de sus bolsillos.

 Atrás, malditos —advirtió el ente mientras dirigía su espada a la garganta de Relsiin. Su voz era grave y resonaba en los oídos de los aventureros—. No permitiremos que la tumba de nuestros reyes sea profanada por saqueadores de tumbas.

 No somos ladrones aclaró Actheon. Buscamos una expedición que debió llegar aquí hace dos meses.

 Nadie ha pisado este lugar en meses. La gente que buscáis no está aquí, ahora marchaos y no volváis.

Frustrados, el grupo se alejó de la tumba y reposó en los escalones mientras en la entrada un pequeño escuadrón de espíritus se agrupó y se plantó en ella, listos para combatir si a alguien se le ocurría acercarse.

 Ahora, ¿qué? dijo Alma.

 Está claro que la expedición no llegó a su destino, lo que nos indica que les pasó algo a mitad del camino.

 ¿Y dónde podrían estar?

 ¡Eh, por ahí! exclamó Arbelma.

La sylvari miró con la mira de su rifle y apuntó con el dedo a un punto a las afueras.

 ¿Qué ves?

 Un carro y puntos negros.

 ¿La expedición? inquirió Actheon.

 Solo hay una forma de averiguarlo.




El grupo fue a paso rápido hacia el punto que Arbelma había apuntado. A medida que se acercaban, fueron distinguiendo el carro que mencionó y lo que parecía ser una roca oscura incrustada en el suelo. A su alrededor se había formado un círculo morado de corrupción que cubría todo el lugar.

Cuando llegaron ahí, descubrieron en el suelo una multitud de cuerpos descompuestos con toda clase de heridas, cortes, laceraciones y quemaduras. Algunos conservaban su ropa intacta, pero los que no, parecían haber sido transformados en deformes criaturas de cristal. Su estado era lamentable y tan sólo quedaban esqueletos envueltos en pieles pálidas y disecadas.

No había supervivientes.

 ¿Qué ha pasado aquí? Preguntó Relsiin. ¿Un ataque de los marcados?

Sheik se acercó al carro mientras miraba con precaución dónde pisaba y se puso a rebuscar entre los escombros. Mientras tanto, Actheon se acercó a la roca que parecía haber sido lanzada contra el carro desde una gran altura.

 Jamás he visto una roca similar.

 Eso es porque no es una roca, sino un meteorito interrumpió Sheik. Es nuestra expedición, éste es el diario del hermano de Rahim dijo mientras sujetaba una pequeña libreta quemada por los bordes.

 El meteorito debió de caer sobre ellos, los que no murieron en el impacto, se transformaron y mataron al resto  —concluyó Actheon.

 Ya hay que tener mala suerte para que te caiga un meteorito y que encima esté corrupto dijo Arbelma. ¿El hermano?

 Será uno de estos fiambres. Y aunque hubiera sobrevivido al meteorito, la corrupción y a sus colegas marcados, el desierto le habría matado o de hambre o por algún tiburón de arena. No es que falten opciones aquí.

 Han muerto hace mucho, no siento la presencia de ninguno de sus espíritus. dijo Nairin mientras abría sus manos y las levantaba en el aire.

 ¿Qué hacemos ahora? preguntó Arbelma.

 Nuestra misión era recuperar un artefacto, ¿verdad, Sheik?

 Sí… respondió mientras seguía rebuscando entre los escombros.

Sheik encontró una cajita, la sacó de entre los restos y la abrió lentamente. El grupo se quedó mirándole mientras la abría.

 ¿Es el artefacto?

 Sí… Sheik sacó una corona negra de la caja con una joya de rubí en el centro que brilló en cuanto puso sus manos en sus extremos. Sus puntas estaban rotas y en los bordes se podía observar un aura rojiza que envolvía el objeto y las manos del hipnotizador con una fuerza antinatural. Por fin.

 Es… ¿eso es magia de hematites? preguntó tartamudeando Arbelma, claramente nerviosa.

 Esto, es la tiara del hechicero. Se dice que la creó uno de los visires de los reyes primigenios para acabar con su dinastía, imbuyendo la tiara mágica con una esquirla de hematites que él mismo alteró y la ocultó dentro del rubí para que la reina Nalhah enloqueciera y matase a su hermana. Pero la plaga apareció antes y la corona se perdió en el desierto. Hasta ahora.

Relsiin se cruzó de brazos.

 Es una bonita historia, pero es obvio que también es muy peligrosa, deberíamos llevarla lo antes posible a…

Antes de que pudiese terminar la frase, su cuerpo se envolvió de cadenas ilusorias y su cuerpo quedó paralizado por una fuerza que no alcanzaba a comprender. Rápidamente, el resto del grupo se vio envuelto con las mismas cadenas y sus cuerpos se paralizaron en la postura en la que se encontraban. Actheon sujetando su báculo, Alma de Escarcha agachada, examinando los cuerpos, Nairin sujetando su cetro y Arbelma con las manos juntas. Lo único que podían mover era la cabeza.

 Lo siento. Pero no voy a hacer eso. Rahim no lo entendería y yo no puedo permitir que se la lleve por mero capricho.

Entonces las sospechas que acumuló Relsiin sobre Sheik durante el viaje se materializaron en su mente.

 Sabia que no podía fiarme de ti gruñó Relsiin. Tú nunca has tenido la intención de devolverla. Tu charla secreta en el templo, las monturas, la montaña de los gigantes. ¡Has estado conspirando contra nosotros todo este tiempo!

 Eres muy lista para ser una ladrona. Necesitaba saber dónde estaba, así que me inventé lo de la expedición con tal de que Rahim me dijera dónde encontrar la tiara. Pero insistió en que fuese acompañado para que mi viaje fuese más “seguro”.

— ¿Nos has engañado todo este tiempo sólo para robar el artefacto? —inquirió Actheon.

 No me echéis la culpa, yo no quise una escolta personal, pero Rahim fue muy testarudo y no logré convencerlo. No se fiaba mucho de mi… supervivencia.

 Voy a arrancarte la cabeza en cuanto me libere. —dijo Alma de Escarcha mientras forcejeaba con las cadenas.

 Lo dudo mucho. No os iréis a ningún sitio.

 ¿Para qué lo quieres, de todas formas?

 Eso no es de tu incumbencia.

Mientras Sheik hablaba, Nairin oyó el traqueteo de sus cadenas. Bajó sus ojos y vio a su siervo de hueso, mordisqueándolas poco a poco con sus colmillos. Aunque lento, éstas se fueron debilitando poco a poco. Tan sólo esperaba que Sheik no se diese cuenta.

 ¿Qué vas a hacer con nosotros ahora? preguntó Arbelma.

 Me habéis servido bien y os estaré eternamente agradecido respondió poniendo su mano en su corazón, pero no puedo dejar que me sigáis.

Con la tiara en la mano, movió su báculo e invocó círculos mágicos bajo los pies de los aventureros. Éstos forcejearon con las cadenas, pero eran tan fuertes que no lograron que se aflojasen ni un poco. Sin embargo, Nairin estaba esperando pacientemente a que su siervo rompiese las suyas.

Sheik observó cómo sus compañeros intentaban liberarse, pero sólo podían limitarse a sacudir su cuerpo. Todos ellos, menos Nairin. Se preguntó por qué ella no se esforzaba por quitarse las cadenas. Por qué ella permanecía parada mientras los demás temblaban.

Bajó su mirada y vio lo que parecía ser una rata gigante mordisqueándole la espalda, luego se dio cuenta de que era el siervo de Nairin mordisqueando sus ataduras.

 ¡Pero serás…!

Sheik alzó su báculo para lanzarle un rayo a la nigromante asura, pero antes de poder conjurar su hechizo, Nairin se zafó de las cadenas y con el cetro lanzó una maldición que le alcanzó la muñeca, quemando su piel y obligando a Sheik a bajar su báculo.

Nairin se apresuró, elevó su cetro y lo bajó en dirección a Actheon. Sus cadenas se rompieron como cristales y, al tener el báculo ya preparado, lanzó una descarga de energía celestial contra Sheik, aturdiéndolo mientras Nairin se encargaba de liberar al resto de sus compañeros.

Mientras tanto, el druida se enzarzó en un combate contra Sheik.

Su báculo chocó contra el suyo, saltando chispas deslumbrantes en todas direcciones. Actheon intentó darle un golpe en los bajos con la punta de su arma, pero Sheik lo predijo y se clonó a sí mismo, dejando una ilusión en su lugar mientras él se teletransportaba unos metros más atrás. Actheon rompió la ilusión, que se esparció en un montón de cristales y se vio de frente contra un orbe del caos que el propio hipnotizador había invocado. El orbe lo atravesó y le obligó a poner una rodilla en el suelo. La cabeza le daba vueltas y no lograba pensar con claridad. El dolor que sentía en su interior era tremendo y cada vez que intentaba mover alguna articulación sentía pinchazos por todo el cuerpo.

Sheik se acercó al druida para atacarle, pero Relsiin, que había sido liberada, arrojó un cuchillo contra él sin que se diera cuenta. Impactó en su costado derecho y soltó un quejido de dolor. Su aura mágica y rosada desapareció por completo mientras caía de rodillas en el suelo.

 ¿Una daga de rompehechizos? ¿De dónde has sacado eso?

 Ahora mismo, de tu futuro cadáver.

Sus compañeros eran libres. Alma de Escarcha estaba poniendo una de sus flechas de hierro en su arco llameante, Relsiin sacó dos pistolas y Arbelma le apuntó con su gigantesco rifle. Actheon, por otra parte, se había regenerado extremadamente rápido y estaba listo para combatir de nuevo.

 Muy graciosa, pero ya me he cansado de jugar con vosotros.

Antes de que pudieran atacarle, Sheik se volvió invisible y desapareció, dejando caer la daga de Relsiin en la arena. Los aventureros permanecieron quietos, listos para cualquier emboscada. Arbelma sacó lentamente una de sus pistolas de hueso.

De repente, el suelo se volvió rosado y el sonido de un estallido mágico les ensordeció por completo. A su alrededor aparecieron docenas de siluetas de Sheik, todos atacando con diferentes hechizos a la vez. Orbes, rayos y toda clase de mantras impactaron contra los aventureros. El grupo empezó a disparar con todo lo que tenían. Alma asestó un flechazo tras otro a las diferentes siluetas, pero éstas se rompían, ninguno era el verdadero. Relsiin descargó toda la munición de sus pistolas con el mismo resultado. Actheon se encargó de curar al grupo con su magia.

Nadie lograba oír nada, los disparos se convertían en débiles golpes bajo sus oídos y los gritos y advertencias de cada uno pasaban a ser susurros inentendibles.

Las siluetas no dejaban de aparecer. Cuando una se rompía, dos más ocupaban su lugar. El grupo se vio rodeado por un ejército de ilusiones que les bombardeaba con todo tipo de conjuros.

 ¡Se acabó!

Pese a que el grupo no pudo oír eso, Sheik invocó portales bajo los pies de los aventureros. Cuando se dieron cuenta, les engulló a todos y desaparecieron bajo el manto de su magia.

Las ilusiones explotaron al unísono y se disolvieron en un enjambre de mariposas que se desvanecieron en el aire. Sheik permaneció de pie, victorioso por el combate y rodeado de los restos inertes de la antigua expedición, pero sin bajar la guardia.

 Sé que faltas tú, pequeña.

Cuando terminó la frase, Nairin salió disparada del suelo por uno de sus portales de arena. Lanzó un conjuro de su antorcha contra Sheik con la esperanza de quemarlo, pero éste se volvió transparente y las cenizas le atravesaron como si fuese humo. Rápidamente, Sheik arrojó una ola de confusión que empujó a la asura y la lanzó por los aires, cayendo en dirección a un portal que él había invocado, prediciendo el lugar donde caería.

Sin embargo, y antes de ser engullida, Nairin logró conjurar una garra que se aferró a la ropa de Sheik y tiró con tanta fuerza que lo arrastró con él a una velocidad inhumana.

Tanto Sheik como Nairin cayeron por el portal y ambos desaparecieron. La soledad se apoderó del sitio.



Comentarios

  1. UY! UY! UY! Se vuelve interesante esto.... QUE GANAS DE SABER MAS!!!

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  2. Muy buena parte de oasis y tierras altas ^^

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