Perdidos en el desierto. Capítulo 6
¡Léetelo des del principio para enterarte de toda la historia!
Capítulo 6: A Contrarreloj
Index de capítulos:
.Capítulo 2: Captores
.Capítulo 3: En busca de un imprudente
.Capítulo 4: Perseguidos
.Capítulo 5: Desolación en la Desolación
.Capítulo 6: A Contrarreloj
.Capítulo 7: El peor desierto
.Capítulo 8: Última Parada + Epílogo
.Capítulo 3: En busca de un imprudente
.Capítulo 4: Perseguidos
.Capítulo 5: Desolación en la Desolación
.Capítulo 6: A Contrarreloj
.Capítulo 7: El peor desierto
.Capítulo 8: Última Parada + Epílogo
Los
colosales esqueletos del cementerio de Lupicus que dejaron atrás fue lo último
que vieron antes de abandonar la Desolación. El cielo turbio y asfixiante desapareció de sus narices cuando cruzaron una cueva que separaba la región con
Vabbi. Ante ellos, los vastos desiertos y sus pronunciadas dunas se elevaron
bajo altísimas torres y palacios de piedra refinada.
Vabbi
se mostró ante ellos con unos majestuosos paisajes de dunas, desiertos y
acantilados.
El
grupo bajó por una colina de piedra y se acopló a un camino escarbado de tierra
que les dirigía al sur. El camino se abría paso rodeado por acantilados y
vallas por igual. Un par de columnas medio destruidas se presentaron ante ellos
mientras unos andamios de madera impedían que se derrumbasen. Los raptores
parecieron rejuvenecer y exhalaron el limpio aire sonoramente con sus morros.
Pese a que el azufre estaba demasiado pegado a sus escamas, las monturas se
sacudieron para sacarse todo el polvo posible. Estaban alegres por haber
abandonado su anterior hogar.
— No me puedo creer que hayamos estado en la boca del tormento —comentó Actheon
con gran entusiasmo y euforia. Su fuerte era el estudio de dioses caídos, y
cuando vio los picos de roca de la boca del tormento, se le iluminaron los ojos
como dos estrellas y empezó a hablar de ellos como si le fuera la vida en ello—.
¡El lugar donde Abbadon fue derrotado y Kormir ocupó su lugar como diosa!
— Por el amor de Dwayna, otra vez no. —dijo Relsiin mientras se rascaba el corte que tenía en la mejilla.
— Como vuelva a decir Abbadon otra vez, lo mato. —amenazó Alma de Escarcha.
— ¿No lo veis? Hemos pasado al lado de un pedazo de historia antigua de Tyria.
Sólo muy poca gente ha conseguido visitar ese sitio y vivir para contarlo.
— Que alguien me mate y termine con esta pesadilla. —dijo Nairin, evidentemente
cansada de escucharle repetir lo mismo una y otra vez.
— Eh, cada uno tiene sus cualidades. La mía es el estudio.
Pese
a la inmensidad de la región, Vabbi también estuvo afectada por la aparición
del dios caído Balthazar. Los portales vabbianos que daban la bienvenida a los
viajeros presentaban quemaduras y muchos de los edificios seguían teniendo
agujeros y restos de batallas anteriores. La destructiva huella del dios de la
guerra seguía presente y la tormenta de la marca que había engullido la mitad
de la región mostraba una parodia de lo que antaño se consideraba un próspero
Dominio de Vabbi.
Subieron
por una pendiente y cruzaron al lado de un par de hogueras que indicaban la vía
y daban paso a pequeños muros de piedra enmarcados que protegían el camino
mientras una bandera Vabbiana ondeaba con el suave viento del desierto.
Mientras subían, observaron a su derecha la inmensidad de una cúpula
perteneciente a una especie de palacio. Por mucho que les atrajese la idea de
visitarlo, tenían una misión que cumplir y no disponían de tiempo que gastar.
Dejaron
atrás el palacio y lo perdieron de vista cuando se desviaron y bajaron con
cuidado por una colina que daba a otra carretera de piedra.
Cuando
llegaron a una intersección, se toparon con un jinete
montado en un chacal gigante. La bestia estaba formada de arena y runas con
simbología que ninguno del grupo reconocía. Tenía seis ojos y sus dientes estaban
hechos de pequeñas piedras ovaladas.
— ¡Ahai, viajeros!
Los
aventureros se acercaron al solitario jinete. Vestía una túnica negra con
bordes rojizos mientras que su rostro no se podía ver al llevar puesta una
capucha que sólo dejaban ver unos ojos de color marrón. Pese a no poder
identificarle, emanaba un aura maliciosa que puso en alerta a todo el grupo.
Alma de Escarcha tomó precauciones con él y miró alrededor para comprobar que
no se trataba de una emboscada.
— Ahai también. —Contestó Actheon—. ¿Podemos ayudarte en algo?
El
chacal del jinete encapuchado se sacudió la cabeza y la levantó en dirección al
horizonte, haciendo que el resto del grupo en la misma dirección. Asomando por
una duna con sus orejas, el lobo de Alma de Escarcha apareció y se acercó a
ellos.
— ¡Dante! —llamó Alma de Escarcha.
La
norn se apeó de su raptor y fue a por su mascota. Mientras tanto, el
encapuchado comenzó a hablar.
— En realidad, sí. —Un escalofrío recorrió la espalda de todos los miembros, su
voz se volvió tenebrosa y su tono era prepotente—. Tenéis a una mujer sylvari
entre vuestras filas —señaló a Arbelma, que ya tenía la mano en la empuñadura
de su espada—. Shor está dispuesto a perdonaros la vida al resto si nos la
entregáis.
El
nombre de Shor resonó en las cabezas de todos y cada uno de ellos. Actheon y
Nairin les sonó, pero Relsiin, Arbelma y Alma de Escarcha sabían perfectamente
de quién se trataba. La persona responsable de que llevasen huyendo durante
días de un ejército de incansables criminales.
— Estarás de coña —añadió Relsiin—. ¿Pretendes que te entreguemos a uno de los
nuestros al jefe de los bandidos?
— Creo que no entendéis el peligro al que os exponéis. Tenemos la región
acordonada y ya no tenéis donde esconder-…
— ¡No, tú no entiendes el peligro al que te expones al venir y exigirnos eso! Lárgate
de aquí antes de que vuelvas con la cabeza en las manos.
El
encapuchado no se movió ni tampoco mostró ningún signo de nerviosismo. Al
contrario de lo que pensaban, el bandido era listo y sabía que no tendría ninguna
oportunidad si les atacaba estando solo. Se limitó a escucharla y cuando
terminó, asintió con la cabeza.
— Dejaré que lo penséis más detenidamente. Os estaremos esperando en las minas de
Vejhin. Si no aparecéis, nos la llevaremos nosotros mismos —se giró y posó sus
ojos en Arbelma, la cual llevó su mano al sable—. Ya nos veremos.
El
bandido tiró de una correa y el chacal se giró. Arbelma le miró con un
semblante serio y no apartó la mirada hasta que el bandido se marchó a través de un portal de arena que había cerca. El grupo se quedó solo, pero se
les quedó la sensación de que estaban siendo observados des de algún sitio.
— No pensaréis entregarme, ¿verdad? —preguntó Arbelma mientras relajaba su mano
de la empuñadura de su sable.
— No permitiríamos que sufrieran el tormento de aguantarte todo el día.
Alma
de Escarcha volvió a su raptor y montó en él. A diferencia de antes, un aura
dorada y natural envolvía su cuerpo. Su lobo no estaba en ninguna parte.
— ¿Y tu mascota? —preguntó Nairin.
— Me he fusionado con él. Así será más fácil que esté conmigo.
Tras
horas recorriendo el camino de tierra, el sol se colocó justo en medio del
cielo y empezó a bajar al otro lado. Los raptores se agitaron y dos de ellos miraron al
horizonte. Los aventureros siguieron su mirada y divisaron a cuatro jinetes
asomando tras una duna de arena. Se los quedaron observando y uno de ellos
empezó a bajar por la escarpada duna con la ayuda de un chacal de arena.
Era
el bandido que los paró al principio.
— No vamos a entregarla a los bandidos después de todo. —preguntó Alma de
Escarcha.
— Por supuesto que no. —respondió Nairin.
Relsiin
preparó sus pistolas. No pensaba usarlas, pero quería estar preparada para
cualquier cosa. Si algo había aprendido de los bandidos en estos últimos días
era que nunca actuaban en solitario.
— Ahai, viajeros —saludó el bandido—. Habéis ignorado mis indicaciones para
nuestra reunión, pero os daré una última oportunidad. ¿Vais a cedernos a la
sylvari o vamos a tener que…?
— Mira, enclenque —interrumpió Alma de Escarcha—, puedes meterte las amenazas por
donde te quepan. No vamos a entregaros nada.
El
bandido bajó la mirada. Ésta vez sus manos temblaron levemente. No pronunció
ninguna palabra. Permaneció quieto delante de todo el grupo, que empezaban a
ponerse nerviosos ante su pasividad.
De
repente, el encapuchado llevó su mano derecha a la cintura y sacó su sable.
Actheon, que le estaba observando con atención, ordenó a su raptor que atacara
al bandido. La montura dio una vuelta sobre sí misma y le propinó un coletazo
al abdomen. El mensajero salió volando de su montura y cayó de espaldas a la arena
mientras soltaba un gruñido de dolor.
Los
bandidos que miraron des de la duna sacaron sus armas y se dirigieron a los
aventureros en estampida, levantando la arena a su paso.
— Sólo son cuatro pringados —espetó Alma—, podemos con ellos.
Pero
fueron apareciendo más y más de detrás de la colina. Al final, acabaron siendo docenas
de ellos montados en raptores y armados hasta los dientes.
— Tenías que hablar, ¿no? —se indignó Nairin.
Kennir,
el guardaespaldas despertado de Nairin, cargó contra los agresores bajo gritos
de “¡por Joko!”. No avanzó ni la mitad del camino cuando lo acribillaron a
flechazos y lo derribaron junto con su raptor.
— ¡Hijos de skritt, habéis matado a Kennir! —exclamó Nairin.
— Maldita sea, ¡corred! —gritó Relsiin.
Las
monturas empezaron a cabalgar desbocadas. En unos minutos, el grupo estaba
siendo perseguido por docenas de jinetes que no paraba de aumentar en número.
Los arqueros disparaban sus flechas, pero fallaron por las sacudidas de sus
monturas, los armados con espadas y lanzas se acercaron a los
lados de los aventureros y trataron de abalanzarse sobre ellos. La expedición
se separó un poco para que no fueran un objetivo fácil de los tiradores.
Relsiin
tenía las manos en las riendas, pero cuando se acercó un bandido con un
chafarote por la izquierda, se quitó el rifle que tenía en la espalda y apuntó
a su contrincante. Era extremadamente difícil apuntar, así que esperó a que el
jinete intentase estar lo suficientemente cerca para asestarle un tajo. Apretó
el gatillo y disparó a quemarropa. El jinete se llevó las manos al pecho y cayó
rodando por la arena mientras su raptor aminoraba la marcha hasta detenerse.
Actheon
blandió su báculo y derribó a dos jinetes que le intentaron rodear por los lados.
Dos bandidos más se sorprendieron por su manejo del arma y decidieron atacarle
a distancia con pistolas y arcos. Entonces Arbelma chocó su montura con el de la derecha y le rebanó el pescuezo de un revés con su sable. Le quitó la
pistola amartillada de las manos y disparó con ella al otro bandido. Erró el tiro y el encapuchado
agachó la cabeza cuando la bala pasó silbando al lado. El jinete cambió de
objetivo y apuntó a Arbelma con su arco, pero justo cuando lo tensó, Actheon
invocó un torrente de agua que lo desequilibró e hizo que la montura tropezase
y cayese, aplastando a su jinete con todo el peso de su cuerpo.
Alma
de Escarcha no permitía que se le acercasen a los lados. A diferencia de sus
agresores, ella era una arquera experimentada y disparaba con suma precisión
sus flechas de metal. Aquellos que recibían el brutal impacto salían disparados
y sus monturas a veces no se daban cuenta que su jinete había desaparecido de
su lomo, por lo que seguían corriendo sin nadie encima de su lomo.
Nairin,
por su parte, no tenía muchos problemas por deshacerse de sus perseguidores.
Cuando uno se acercaba, la asura invocaba garras del suelo que agarraban la
montura entera y la paraba en seco. El jinete caía rodando mientras que los que
lograban esquivar las zarpas recibían un chorro de azufre necrótico que salía
de la antorcha de la nigromante. Cuando caían al suelo, no eran más que restos candentes
decorando el desértico paisaje vabbiano.
— ¡Hay que llegar a la Academia! —Gritó Nairin a sus compañeros—. ¡Hay un túnel
que conduce a los acantilados de Jahai, si lo sellamos, los dejaremos atrás!
— ¡Esto es emocionante, Arbelma! —Comentó Actheon cuando tumbó a otro bandido con
su magia—. Deberíamos hacer carreras de raptores más a menudo.
— ¡La última vez que hice eso me clavaron una lanza!
A
medida que avanzaron, fueron topándose con más vegetación y llegaron hasta la
entrada de una necrópolis. Nobles y despertados se reunían por igual para
dar sepultura a los muertos y despertarlos poco después al servicio de Joko.
Actheon esquivó un ataúd flotante saltando sobre él y Relsiin esquivó a los
transeúntes con sumo cuidado. Los bandidos sin embargo arrasaron todo cuanto se
le cruzaba por delante, atropellando tanto a nobles como a despertados con tal
de no perder de vista al grupo.
El
camino se adentró hundiéndose en el centro de dos empinadas montañas. Una
figuras aparecieron por los bordes y dispararon con rifles, arcos e incluso
arrojaron rocas a la expedición.
— ¡Nos estaban esperando! —gritó Arbelma.
Nairin
invocó marcas malditas en los pies de los tiradores, haciendo que éstas
explotasen y sumiesen a los bandidos en un mar de veneno y tormento.
Alma
de Escarcha dirigió sus flechas hacia los tiradores, derribándolos uno a uno
mientras se ponían a cubierto por la inesperada precisión de la norn. Pero
cuando estiró de nuevo su arco, una flecha se clavó en su brazo derecho hasta llegar al
hueso.
— ¡Ah!
Alma
se desequilibró y arqueó la espalda a un lado y encajar el impacto, pero
logró mantenerse en la montura haciendo fuerza con las piernas. Sin embargo,
dejó de contraatacar y los tiradores aprovecharon la oportunidad para asomar de
nuevo y dispararles con todo lo que tenían.
— ¿Estas bien? —preguntó Relsiin.
— ¡Calla y sigue corriendo!
Los
aventureros cabalgaron por todo el camino hasta que empezó a subir de altura.
Los bandidos montados les pisaban los talones unos pasos por detrás, pero
ninguno se atrevía a acercarse por la peligrosidad de la nigromante asura y su
oscura magia. Finalmente, una cúpula colosal seguida de otra más pequeña asomó
por el horizonte y se fue elevando a medida que el grupo recorría el camino. A
Nairin se le iluminaron los ojos cuando lo vio y sus compañeros se quedaron
anonadados mientras los raptores subían por una última cuesta.
— ¡La Academia!
Un
puente les separaba de la Academia Vehtendi. A Relsiin se le ocurrió la idea
de, al igual que los tiradores apostados en los acantilados, también predijesen
que cruzarían el puente. Podrían haber enganchado bombas debajo y hacerlo
estallar justo cuando estuviesen en medio. Todo esto se le pasó por la cabeza
cuando su raptor ya había cruzado la mitad y casi tiró de su correa del pánico
para frenar y dar marcha atrás.
Por
suerte, no estalló nada y sintió un alivio en su corazón cuando dejó atrás el
puente de una sola pieza.
— ¡A la derecha! —exclamó Nairin.
El
grupo se desvió a la derecha, rodeando la Academia Vehtendi y fueron a parar a
un extenso viñedo con sus plantas perfectamente cuidadas y alineadas. Pero a
diferencia del resto del camino, el cielo se ensombreció por una niebla morada.
Los bandidos pararon en seco y se acumularon en la entrada mientras la
expedición siguió adelante sin detenerse.
Justo
enfrente se libraba una escaramuza entre los despertados y abominaciones
deformes cubiertas de cristal corrupto. Más al fondo, un inmenso orbe flotante
hecho de esquirlas afiladísimas de cristal que giraban entre sí monitoreaba la
batalla mientras un grupito de estudiantes de la academia observaba con sus
ojos curiosos cómo el elemental invocaba una tormenta de rayos a su alrededor.
Las
monturas de los aventureros se asustaron y entraron en pánico. El aire estaba
cargado y la velocidad a la que cabalgaban hizo que se quemasen los ojos. No
tuvieron más remedio que detenerse y deshacerse de sus jinetes. Relsiin saltó
de su raptor y rodó ágilmente por el suelo, pero el resto cayó torpemente a la
tierra a riesgo de ser aplastados por las musculosas patas de las bestias. Alma
de Escarcha trató de saltar, pero la flecha que tenía clavada le recordó su presencia con un doloroso pinchazo y
no le quedó otra que dejarse caer.
Los
bandidos se encontraban en la entrada, farfullando y discutiendo sobre si
debían o no entrar a por ellos. Sus monturas se negaban en rotundo cada vez que
alguien las golpeaba con las correas y la niebla corrupta les impedía
concentrarse.
— ¡Imbéciles! —gritó uno de ellos—. ¡Son sus cabezas o las nuestras!
Dicho
eso, los bandidos parecieron estar de acuerdo y se apearon de sus monturas para
adentrarse a pie.
— ¡Vamos, levantad! —ordenó Relsiin a sus compañeros.
— No puedo usar mi arco. —se quejó Alma de Escarcha mientras rompía la flecha que
tenía clavada en el brazo en dos.
Relsiin
se encaró con ellos. Puso su rodilla en tierra y disparó dos veces con su
rifle. Dos bandidos se desplomaron y obligó al resto a buscar una cobertura.
Relsiin disparó dos tiros más, dos agresores más cayeron y uno de ellos soltó
gritos de dolor e insultos.
Actheon
se levantó del suelo bajo el atronador sonido de los disparos de Relsiin y se
arregló el yelmo. Sus compañeros se fueron recuperando de la caída mientras los
raptores huían despavoridos en cualquier dirección. Inspeccionó al resto del
grupo y ayudó a Arbelma a levantarse recordando su herida que tenía en la espalda.
— Te dije que las placas amortiguarían cualquier golpe. —le comentó sonriente
Arbelma mientras se dio toques al pecho con su puño.
Nairin
se acercó y ayudó a Alma de Escarcha a levantarse del suelo, pero al ser tan
grande tuvo que pedirle ayuda a Actheon.
— Ya casi estamos. El túnel está dentro de la bodega. —dijo Nairin señalando un edificio
que se encontraba en lo alto del viñedo.
El
grupo subió magullado por la colina en dirección a la bodega y Relsiin fue
reculando para seguirles el paso. Fue astuta y eliminó rápidamente a los
tiradores enemigos para que no pudiesen contraatacarla. Los bandidos no tenían
otra opción que avanzar lentamente y cubrirse con lo primero que se encontraban
para evitar estar en el punto de mira de la certera, lo cual permitió a la
expedición ganar distancia entre ellos.
Pero
se le presentó un problema que no había parado a pensar hasta ahora: La
munición.
Disparó
tantas veces que no tuvo tiempo a contar las balas que había gastado. En
cualquier momento su rifle haría un sonoro “clic” que sólo ella escucharía, pero si
los bandidos se percataban de ello, se abalanzarían sobre ellos como lobos hambrientos.
Arbelma se acercó a Relsiin y le quitó la pistola que tenía en la cintura.
Apuntó a un arbusto y apretó el gatillo. Un bandido que se había escondido
detrás de la planta se levantó y bajó rodando por la colina.
— ¿Y la pistola que robaste?
— Era de chispa. —Respondió Arbelma mientras reculaba a la par con Relsiin—.
¿Cuántas balas te quedan?
— No tengo ni idea. En cualquier momento me puedo quedar seca.
— ¿Alguna idea?
Relsiin
estuvo pensando mientras retrocedía y mantenía el rifle en alto en tono
amenazante para que a ningún bandido se le ocurriese correr hacia ellas. Sus
cabezas asomaban de entre las piedras, arbustos y colándose entre los viñedos y
se dieron cuenta que cada vez eran más numerosos.
Nairin y Alma de Escarcha se
adentraron en la bodega, desapareciendo en la oscuridad de su interior.
Actheon, por su parte, se quedó en las escaleras esperando a las dos certeras,
que aún seguían subiendo lentamente por la colina.
— A la de tres salimos corriendo. ¿Lista?
— Lista.
Un
bandido salió de detrás de uno de los viñedos y apuntó con un mosquete. Relsiin
le disparó y el bandido lanzó por los aires su arma. El resto agachó la cabeza tras
escuchar el estruendo.
— ¡Tres!
Las
dos certeras salieron corriendo hasta la bodega y subieron las escaleras. Los
bandidos, al ver que empezaron a huir, salieron de sus escondites
bajos atronadores gritos de guerra. Actheon dejó pasar a las dos ladronas e
invocó un muro de energía con su báculo. Los tiradores dispararon con sus
armas, pero los proyectiles que atravesaban el muro de energía se convertían en
agua curativa. El druida soltó una sonrisa y siguió a sus compañeras por las
escaleras.
Pero
cuando les dio la espalda, una explosión procedente de la
Academia Vehtendi sonó y al instante notó un dolor extremo en la pierna
derecha. El impacto fue tan brutal que parte de su pierna se esparció por los
escalones y el druida se desplomó en ellos, golpeándose el yelmo con los bordes.
— ¡Le han dado a Actheon! —gritó Relsiin.
Relsiin
escuchó los alaridos de dolor de Actheon y dio la vuelta, pero en cuanto asomó
por la puerta para rescatar a su amigo, los tiradores bandidos la acribillaron
y lograron darle en el abdomen. Relsiin se tiró al suelo para cubrirse, Arbelma se arrastró, la agarró del brazo y tiró de ella hasta estar fuera de su rango de visión.
— ¡Corred! —gritó Actheon como pudo—. ¡Corred!
El
druida se miró la pierna, estaba destrozada y su sangre brotaba como si se
tratase de un volcán en erupción. Con todas sus fuerzas, invocó una oleada de
hiedras en el suelo que atrapó a los bandidos más cercanos por los pies y los
inmovilizó por completo. Pero el efecto acabó pasándose, las hiedras se
marchitaron y los bandidos se deshicieron de ellas con sus espadas. Una vez
libres, se abalanzaron sobre él y empezaron a propinarle golpes y patadas.
Incluso algunos le dieron tajos con sus espadas mientras el druida trataba de cubrirse con los brazos.
Arbelma
ayudó a Relsiin a levantarse. Por suerte no había sufrido ningún daño y la bala
que le dio en el abdomen no logró atravesar su piel. Vieron a Nairin y Alma de
Escarcha en el interior de un túnel jugueteando con una especie de tubo. Cuando
se acercaron a pedir ayudar para rescatar a Actheon, ninguna de las dos las
miró a la cara, hicieron ver que estaban demasiado concentradas con el artilugio.
— ¿Qué hacéis? ¡Tenemos que rescatar a Actheon! —exclamó Arbelma.
Ninguna
de las dos contestó, pero la sylvari no necesitaba que lo hiciesen. Sabía
perfectamente de sus intenciones y, aunque le doliese en el alma, debía usar la
lógica y la razón. No les quedaba otra que dejar a Actheon atrás. Con suerte,
los bandidos lo apresarían y podría rescatarlo más tarde.
Quería
aferrarse a esa posibilidad.
Nairin
imbuyó unos de sus dedos con magia incandescente y unas chispas saltaron del
tubo. Alma de Escarcha lo lanzó a la entrada del túnel con el brazo que tenía
sano.
— ¡Corred! ¡No miréis atrás!
Las
chicas salieron disparadas como si hubieran dado el pistoletazo de salida de
una competición. Al cabo de unos segundos, el tubo estalló y el túnel se vino
abajo.
Los
bandidos formaron alrededor de la bodega. Algunos charlaban entre ellos, otros
trataban sus heridas, pero todos callaban cuando se acercaba el cabecilla.
Shor
llegó al viñedo desde la Academia con el rifle que le había arrebatado a la sylvari
azul el día que apareció por arte de magia en su guarida. Demostró ser un arma
fiable y poderosa cuando la disparó contra aquella molestia que trataba de
impedir el avance de sus tropas. Sin embargo, el túnel que les conducía a Jahai
quedó sepultado y les había dejado atrapados sin poder moverse de Vabbi.
Un
escuálido bandido se acercó a Shor con una hoja de papel raída y un trozo de carbón
apoyados en una tabla pequeña de madera. El cabecilla era mucho más alto que
cualquiera de sus subordinados. Superaba por dos cabezas al bandido más alto de
sus filas y sus ojos eran tan profundos que algunos bromeaban en secreto que su
mirada penetraba hasta el alma de quien lo mirase. Su turbante era similar al
de los demás, pero su altura, el martillo gigante que tenía en la espalda y su
corpulencia le delataba demasiado.
— He hecho un recuento de bajas: hemos perdido a cinco hombres aquí, más los siete
de los acantilados…
— Me importan un cuerno las bajas. Quiero saber cuánto tardaréis en despejar el
túnel.
El
enclenque se encogió de hombros y bajó la mirada.
— No lo sabemos. Pueden ser días… semanas… incluso un mes…
Shor
inclinó la cabeza, tratando de buscar los ojos de la persona que tenía delante.
Tuvo que agacharse para estar a su altura, cosa que provocó que al enclenque le
temblasen las piernas del miedo que sentía.
— Qué hay del fiambre.
— ¡Oh, sí, la planta andante!
El
enclenque ordenó a los bandidos que trajeran al prisionero. Dos de ellos
levantaron en el aire a Actheon sujetándole por los brazos y lo dejaron caer enfrente del cabecilla. El druida estaba malherido, su pierna dejó de sangrar pero no podía moverla de ninguna manera. La corteza de su piel presentaba
cortes en todas partes y no podía abrir su ojo izquierdo de lo inflado que
estaba.
— Idiotas.
— ¿Señor?
— Se puede saber cómo es posible que le hayáis rematado entre todos, y sí, me
refiero a todos vosotros, que os he visto, ¿y no habéis sido capaces de acabar
con él?
— Pensamos que a lo mejor le interesaría tenerlo vivo.
— ¡Idiotas! Os dije que quería a la mujer planta, no al hombre planta. Éste ni se
tiene en pie, ¿qué voy a hacer con él?
Actheon
trató de incorporarse, pero su brazo derecho se había roto por la paliza que le
dieron. Se impulsó con su cabeza y acabó arrodillado
enfrente del gran bandido. Los bandidos hicieron un círculo alrededor y se
quedaron contemplando la escena. El druida inclinó la cabeza e hizo un soplido
en tono burlón a Shor.
— Todo lo tengo que hacer yo. —Concluyó Shor mientras ordenaba al enclenque que
sujetase el larguísimo rifle de Arbelma y le quitó de un zarpazo la lanza a uno de los
bandidos—. Quitadle ese estúpido casco.
Uno
de ellos tiró del yelmo abollado por los golpes y dejó ver su rostro sylvari. El turbante que cubría el casco bajó al cuello y su ojo derecho se entrecerró por la luz del sol.
— Tengo algo que decir. —alcanzó a musitar Actheon con mucha dificultad.
Shor
ya se había preparado para arrojar la lanza hacia el druida, pero se detuvo
cuando lo oyó hablar. Levantó el brazo que tenía libre y abrió la palma en modo
de impaciencia.
— Venga, di. Que no tengo todo el día.
Actheon
sonrió y empezó a reír por dentro.
— He visto cosas horribles en mi vida. Pero por el árbol pálido, ya hay que ser cutre para fracasar así.
El
rostro de Shor estaba oculto dentro de su turbante, pero todos y cada uno de
los presentes notaron cómo se infló de rabia. El jefe bandido hizo una pequeña
carrerilla, soltó un grito que los ensordeció a todos al mismo tiempo y arrojó la lanza hacia Actheon. La velocidad del arma fue tan rápida que los
espectadores seguían mirando a Shor cuando éste ya la había lanzado.
La
lanza atravesó el pecho de Actheon y el druida soltó un grito ahogado seguido
de un gruñido. No tenía fuerzas para alzar la voz. El arma se clavó en la arena, dejándolo empalado en el suelo.



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