Perdidos en el desierto. Capítulo 7
¡Léetelo des del principio para enterarte de toda la historia!
Capítulo 7: El peor desierto
Index de capítulos:
.Capítulo 2: Captores
.Capítulo 3: En busca de un imprudente
.Capítulo 4: Perseguidos
.Capítulo 5: Desolación en la Desolación
.Capítulo 6: A Contrarreloj
.Capítulo 7: El peor desierto
.Capítulo 8: Última Parada + Epílogo
.Capítulo 3: En busca de un imprudente
.Capítulo 4: Perseguidos
.Capítulo 5: Desolación en la Desolación
.Capítulo 6: A Contrarreloj
.Capítulo 7: El peor desierto
.Capítulo 8: Última Parada + Epílogo
Nairin
fue la última en salir del polvoriento túnel y se reunió con las demás en la
salida. Finalmente dejaron atrás a los bandidos, pero también a Actheon. Habían
pagado un precio muy alto por deshacerse de ellos y lo único que podían hacer
por el druida era pensar que lo habían capturado vivo.
Sin
montura y con pocas provisiones, las cuatro mujeres se adentraron en un
frondoso camino que las llevó hasta una aldea situada a lo largo y alto de una
montaña llamada Yatendi.
El
grupo paró para aprovisionarse y Alma de Escarcha aprovechó para sacarse la
punta de flecha que tenía clavada en el brazo. Su lobo Dante le lamió la sangre
que bajaba por el codo y apoyó su cabeza en el regazo de su ama para no dejarla
sola en nngún momento. Pero en la aldea no había nada. No había ni medicinas ni
antibióticos para tratar la herida. La norn tuvo que cubrirlo con una venda y rezar
para que no se le infectase por el camino.
Tampoco
había comida. Nairin, que fue la encargada de conseguirla, regresó
profundamente decepcionada cuando lo único que obtuvo fue un deprimente saco de
yute con semillas y lentejas. La aldea sufría una escasez y el grupo tuvo que
apañárselas con lo que había.
Abandonaron
la aldea mientras unos escuálidos aldeanos les mostraban el camino más corto a
Kourna y se despidieron de ellas con mensajes de buena suerte.
Recorrieron
el basto desierto a pie durante dos días, parando a refugiarse cuando caía el
frío manto de la noche. El brazo herido de Alma de Escarcha se hinchó durante
el tiempo que pasaron andando. Arbelma sugirió cerrar la herida calentando la
hoja de su espada con fuego. La norn se negó rotundamente al principio alegando
que ya se cerraría por sí sola, pero cuando el brazo se entumeció y empezó a
soltar un olor nauseabundo el segundo día, no le quedó otro remedio que
aceptar. Nairin usó su magia nigromántica para sujetar a Alma con sus garras y
Relsiin la amordazó para que pudiera morder algo y amortiguar el dolor. Arbelma
se aseguró que su sable estuviera lo más limpio posible y colocó rápidamente la
candente hoja en la lesión. El humo salió de la carne quemada de Alma,
demostrando así que la herida se había sellado. Pero aun con eso, estaba claro
que se había infectado y la norn contrajo fiebre esa misma noche. Estaba
siempre sudorosa y sufría mareos que le pasaban factura cada hora que caminaba.
Su
agotador viaje por Jahai terminó al mismo tiempo que sus provisiones cuando
alcanzaron una entrada que las llevó al otro lado de una montaña. El cielo se
nubló y, aunque era de día, la contaminación y la pestilencia hacían del
desierto un vertedero oscuro. Un constante olor a muerto arqueó la nariz de
todas mientras una arena infinita retaba a las aventureras a cruzarlo.
Habían
llegado a Kourna.
— ¿Cómo tienes el brazo, Alma? —preguntó Nairin.
— Apenas puedo sentirlo. —respondió Alma de Escarcha mientras se quitaba el sudor
de su frente con la otra mano.
Ante
ellas se mostró un deprimente yermo decorado con huesos de todas las razas que
pisaron su suelo y estatuas de Palawa Joko hundidas hasta la cabeza, recordando
a cualquiera que las viese que el liche prevalecía eternamente en estas tierras.
Cuando no había viento, el hedor putrefacto dominaba la región, pero cuando el
viento se levantaba y les daba en la cara, llegaba un ácido olor a alquitrán
procedente del sur.
— ¿Qué es esa peste? —preguntó Arbelma tapándose la nariz con la muñeca.
— Creo que Gandara. —Dedujo Nairin—. Si seguimos el olor llegaremos al mar y podremos
afianzarnos un barco para Istan.
— ¿Crees que Sheik estará allí? —Alma gruñó cuando formuló su pregunta y se llevó
la mano a la herida. Su brazo enfermo palpitó, exigiendo un tratamiento que la
norn no podía ofrecerle.
— No lo sé.
Bajaron
con cuidado por una rampa que las conducía al denso desierto de Kourna. Por
suerte para ellas, el sol no podía penetrar las capas de contaminación que
cubrían el cielo y disfrutaron de una sensación de frescor durante todo el
trayecto a costa de sentir la permanente peste a descomposición en su olfato.
Pasaron
las horas en el que la única diferencia de su avance eran las subidas y bajadas
por las dunas de arena. La falta de agua les pasó factura. En un ambiente tan
seco y sin nada con qué reponer líquidos, el grupo se agotó rápidamente y las
piernas de todas y cada una empezaron a fallarles. El único sonido que podían
escuchar era el de sus propios jadeos, sus pies hundiéndose en la arena y el
viento golpeando sus orejas de vez en cuando.
Alma
de Escarcha intentó aguantar el equilibrio lo mejor que pudo, pero la fiebre,
el cansancio y la deshidratación hicieron mella en su cuerpo y cayó al suelo.
Al encontrarse en lo alto de una duna, se deslizó hacia abajo y quedó de
espaldas a la arena. Sus tres compañeras reaccionaron muy tarde y se quedaron
mirando la caída de su compañera. Su lobo, Dante, no dudó un solo segundo y se
deslizó para llegar a su ama. Relsiin, Nairin y Arbelma imitaron al animal y se
deslizaron suavemente a los lados de Alma.
Ninguna
quiso levantarse y quedaron todas boca-arriba.
— Deberíamos seguir. —dijo Relsiin con unas palabras que acabaron en susurro.
— Deberíamos, pero así se está muy bien. —rebatió Arbelma evidentemente cansada.
— Relsiin tiene razón. —Nairin levantó un poco la cabeza, pero la dejó caer en la
arena por el agotamiento—. Si no nos movemos, este desierto se convertirá en
nuestra tumba.
— ¿Sabes qué? Me da igual.
— Venga ya, no hemos llegado tan lejos para tirar la toalla ahora, ¿no?
— Me gustaría apoyarte en eso, enana —refunfuñó Relsiin—, pero a no ser que puedas
hacer aparecer por arte de magia una jarra de agua en uno de tus muchos
bolsillos, no voy a levantarme.
Las
chicas permanecieron en silencio sin saber qué más decir, pero en cuanto se
callaron escucharon un cauce justo delante de ellas. Las cuatro levantaron la
cabeza al unísono y sus ojos mostraron un río bastante ancho cortando su camino.
— Abracadabra, bookah.
Se
arrastraron por la arena hasta el río con los ojos como platos y sin poder
creérselo. Cuanto más se acercaban, más húmeda era la arena y más se pegaba a
su ropa. Apretaron sus manos, como si intentasen demostrar a sus mentes que no
se trataba de ningún espejismo. Sus rostros se fueron llenando de felicidad
cada vez que escuchaban el relajante sonido de la corriente.
Relsiin
fue la primera en llegar. Hundió su mano en el agua y la sacó haciendo la forma
de un cuenco. Sus compañeras la miraron, esperando a que les dijese si el agua
estaba limpia o contaminada como el resto del desierto.
— ¿Cómo está? —preguntó Arbelma.
Relsiin
bebió y escupió el agua que se había metido en la boca.
— Horrible —la ladrona volvió a meter las manos y ésta vez tragó como si le fuera
la vida en ello. Con el agua corriendo por su barbilla se volvió a sus compañeras—,
pero me da igual.
La
posibilidad de que no estuviese limpia era muy alta, pero tras pasar las
últimas horas andando por un árido desierto les daba igual lo que hubiese
nadando por ahí. Las demás se unieron a Relsiin como si fuesen una manada de
gacelas de roca sedientas. Sólo cuando saciaron un poco su sed decidieron
hervir el agua con una cazuela que tenía Nairin para asegurarse de no enfermar
por ella.
Cuando
terminaron, llenaron los sacos de agua para llevarlos consigo y se fueron
levantando poco a poco. Se sentían revitalizadas pese a no haber comido nada
sólido en horas. El agua fue un buen aliciente para recobrar fuerzas por un
tiempo.
— ¿A dónde vamos ahora?
Alma
de Escarcha se levantó con el brazo sano y apuntó a lo largo del río.
— Donde hay agua, hay un poblado. Yo digo de seguirlo hasta dar con el mar o con
una aldea.
El
grupo se mostró de acuerdo y siguieron el cauce del río. Aun sin comer durante
horas, el agua les dio fuerza para seguir andando y los ánimos fueron subiendo
por momentos.
Pero
su racha de buena suerte se terminó cuando se alzó una voz en lo alto de una
colina de rocas.
— ¡Intrusos!
El
grupo levantó la cabeza y vio a una patrulla de despertados cargando en su
dirección. Nairin se dio prisa para detenerles y mostrarles el permiso que
consiguió en la Desolación, pero uno de los despertados la fulminó con un rayo
mágico. La asura salió disparada y aterrizó al rio. Las ladronas sacaron las
armas mientras que Alma se lanzó de cabeza al agua para sacar a la nigromante y
evitar que se ahogase si seguía viva.
— Supongo que ese permiso no sirve de nada aquí. —comentó Relsiin.
— ¿Contaste las balas que te quedaban? —preguntó Arbelma al mismo tiempo que
desenvainaba su chafarote.
— Me quedan seis, en Yatendi no había nada.
Alma
de Escarcha agarró a Nairin por la muñeca y tiró de ella, arrastrándola por la
orilla y alejándola del rio. Las gotas de agua bajaron por la túnica de la norn
y dejaron un rastro en la arena a medida que se alejaba y se ponía a cubierto.
Nairin parecía pálida y la parte del pecho de su ropa estaba ennegrecida en el
lugar donde impactó el rayo. Llevó su cabeza al pecho y se incorporó para
dirigirse a sus compañeras.
— Respira, pero está fuera de combate. —Las dos ladronas se miraron entre ellas y
soltaron una pequeña sonrisilla que desconcertó a Alma—. ¿Qué?
— Pensé que querías verla muerta. —soltó Arbelma.
— Tengo un brazo herido y una fiebre que no me aguanto de pie, prefiero que ella
haga el trabajo sucio por mí. —Levantó la oreja derecha de Nairin y acercó su
cara para que pudiese escucharla mejor con la esperanza de despertarla—. ¡Pero
si no hay otra, pienso usar su cuerpo como maza!
Su
comentario no surtió efecto y Nairin no respondió. Antes de que a otra se le ocurriese
una idea mejor, un despertado se abalanzó hacia Relsiin alzando una espada hecha
de hueso y alquitrán y Arbelma le cortó el paso entablando combate con su chafarote.
Los dos chocaron sus espadas y Relsiin volvió en sí y se apartó. Necesitaba
distancia, un lugar donde estabilizar su rifle y proporcionarle el apoyo que
Arbelma necesitaba, pero no podía ignorar a los demás despertados.
Una
flecha pasó rozando la cabeza de Relsiin y su instinto la tiró a la orilla del
rio. Sus pies chapotearon y se hundieron en el agua mientras aprovechaba una
elevación de tierra para cubrirse y apoyar su rifle. Puso su mira en el abdomen
abierto del despertado que acababa de disparar esa flecha y apretó el gatillo.
El rifle soltó un fogonazo que apartó la arena que tenía debajo y dejó un
pequeño hundimiento en ella. El arquero se fue inclinando para encajar el
disparo y cayó de espaldas al suelo mientras soltaba su arco y se llevaba las
manos a la herida.
Ahora
sólo tenía cinco balas.
En
su mira veía a tres despertados más, dos de ellos cargando con espadas mientras
un tercero meneaba un báculo brillante de hueso a su dirección. Relsiin dedujo
que ese último era un ocultista. A diferencia del resto, podía usar magia
oscura capaz de aniquilar a la expedición si permitía que invocara los hechizos
necesarios para hacerlo.
Arbelma
esquivó los toscos golpes de su contrincante al mismo tiempo que trataba de dar
un tajo a las zonas de su cuerpo que dejaba expuestas. La fuerza del despertado
era superior a la suya, ni siquiera su chafarote podía hacer frente a la gruesa
espada alquitranada del despertado. Su aguante se consumía cada vez que evadía
uno de sus ataques y su piel no parecía ceder al filo de su sable. Por si no
fuera poco, otros dos despertados se acercaban con sus espadas en alto.
— ¡Relsiin! —Exclamó mientras bajaba la cabeza para evitar que se la cortase el
despertado—, ¡haz algo con esos que vienen o nos harán picadillo!
— ¿Picadillo de carne?
Nairin
levantó las orejas y después la cabeza, sorprendiendo a Alma de Escarcha, que bufó.
— Qué curioso, habla de comida y la resucitas.
La
sylvari levantó el pie hasta la altura de su cabeza y le dio una patada
rotatoria a la cara del despertado. Su contrincante se llevó la mano a la nariz
y bajó la guardia, pero justo cuando se dispuso a recuperar el equilibrio y
asestarle un tajo letal, Arbelma sintió un pinzamiento en la espalda y cayó de
rodillas al suelo. Sintió como si la herida de la lanza se hubiese abierto y no
le permitió moverse con soltura. El despertado volvió en sí, elevó su grotesca
espada y la bajó contra la sylvari. Arbelma reaccionó, se dio la vuelta y lo
bloqueó con su chafarote, quedándose tumbada en la arena soportando la fuerza
de su enemigo como podía. La hoja del despertado se hundió hasta la mitad de la
hoja del arma de Arbelma, dio un pisotón en la base de su espada y partió en
dos el chafarote.
Arbelma
se quedó con el mango y parte de la hoja mientras que la otra mitad cayó sobre
su mejilla izquierda. Estaba desarmada frente a un enemigo que la superaba en
todo. El despertado volvió a elevar su espada para rematarla y soltó un grito
de guerra mientras bajaba el arma. Pero justo cuando llegó a mitad del
trayecto. El lobo de Alma de Escarcha, Dante, se abalanzó sobre el brazo del
despertado. El animal gruñó con vehemencia mientras clavaba sus colmillos en lo
más profundo de la carne del soldado. Al ser un lobo de considerable tamaño, el
despertado no pudo aguantar su peso y se vio forzado a dejar caer su brazo y su
arma al suelo mientras trataba de deshacerse del animal dándole puñetazos a su
hocico. Arbelma aprovechó la distracción y rodó por el suelo en dirección a la
espada de hueso del despertado. La agarró y se levantó rápidamente a espaldas
de su adversario. Bajo un grito de fuerza e ira, blandió la espada de hueso y
le cortó la cabeza al despertado de un único tajo.
Relsiin
apuntó con su rifle a uno de los dos despertados que se dirigían hacia ellas.
Apretó el gatillo y el proyectil impactó en el pecho de su víctima, pero no
cayó. En lugar de eso, encajó el impacto y siguió corriendo. Amartilló el arma
y volvió a disparar al pecho. El despertado perdió el equilibrio por momentos,
pero volvió a levantarse como si no hubiese pasado nada.
Le
quedaban tres balas.
El
otro despertado paró en seco cuando la arena subió por sus pies. Un aura de
azufre le rodeó todo el cuerpo y lo tiró al suelo bajo un opresivo manto de
corrupción. Nairin adoptó una pose de combate, sacó su antorcha que había
clavado en la arena y se dirigió a Relsiin con aires de coraje.
— ¡Apunta ahora! —le gritó agravando su voz.
Relsiin
apuntó cuidadosamente y puso la cabeza del despertado en el centro de la mira.
Dejó de respirar y fue soltando aire muy lentamente. Cuando estuvo segura,
apretó el gatillo. La bala le atravesó un ojo y el despertado cayó rígido como
una estatua.
Le
quedaban dos balas.
Su
compañero se levantó justo después del ataque de la nigromante y observó que
tenía a tres enemigos delante esparcidos por la zona. Cargó a ciegas mientras
pensaba a por quién iba, pero no avanzó ni cinco pasos cuando la mitad de su
rostro fue mordida y arrancada por una mandíbula espectral que Nairin había
invocado.
La
asura avanzó rápidamente y manifestó una sombra de arena justo al lado del
último despertado que quedaba y el más alejado, el mismo ocultista que la
fulminó al principio con un rayo. El despertado giró su cabeza en dirección a
la sombra y ésta explotó con virulencia mientras emanaba pulsos necróticos a su
alrededor. Sólo cayó al suelo la mitad del despertado y una gran cantidad de
alquitrán que brotaba de su interior.
El
combate parecía haber terminado. Todos los despertados fueron eliminados y el
grupo se reagrupó. Nairin pasó al lado del despertado que le faltaba media
cabeza y le absorbió la fuerza vital que le quedaba de su interior alzando su
brazo y apuntando hacia él.
— Gracias a los dioses que los hemos eliminado. —soltó Relsiin aliviada.
— ¿Esos eran todos?
— Creo que sí. —Nairin miró a su alrededor y enfundó sus armas—. Me parece que ya
no poseemos ninguna inmunidad en esta zona.
¿Qué te hace pensar eso? —Vaciló Arbelma—, ¿el
que te lanzasen un rayo de la muerte o que nos hayan atacado sin ni siquiera
preguntar?
El
grupo avanzó siguiendo el cauce del rio hasta su fin. Al principio de
desanimaron al ver que el rio se trataba en realidad de una cuenca, pero se
adentraron por un camino decorado con los huesos de un animal gigantesco y
fueron a parar a un lúgubre pueblo. Para cuando divisaron las primeras luces
procedentes de las ventanas de las casas, el cielo ya se había oscurecido y el anochecer
cayó sobre Kourna.
El
pueblo se encontraba en lo alto de una montaña y encima del cauce seco que
estaban recorriendo. Las casas estaban hechas de piedra anaranjada y las
estatuas de Joko vigilaban los alrededores haciendo alarde de poses de
dominación sobre los habitantes. A medida que pasaban a hurtadillas por el
cauce, otra estatua observaba con los brazos cruzados los dos únicos puentes
por los que se podía acceder al poblado.
— En el pueblo seguro que hay comida —comentó Nairin justo antes de que su
estómago protestase con un rugido hambriento—, pero seguro que también estará
repleto de despertados.
— No podemos arriesgarnos —respondió Relsiin—, habrá que aguantar hasta que
lleguemos a los barcos.
Mientras
se escondían detrás de un árbol de hojas viejas, una voz resonó por todo el
pueblo e hizo eco en el cauce:
— ¡Atención a todos los ciudadanos! ¡Aquel
que hable o sea sospechoso de colaborar con los lanceros del sol será apresado,
ejecutado e interrogado en ese orden!
Al
cruzar por debajo el primer puente vieron que el agua volvía a correr por el
cauce. Algunas jacarandas dormían alrededor con sus ramas temblando por la
fuerza del viento. Las aventureras pisaron el agua con sumo cuidado para no
chapotear ni hacer ruido. Si lo hacían, no sólo los despertados que vigilaban
el pueblo las verían, sino también las jacarandas que permanecían semienterradas
en la orilla. El más mínimo ruido las delataría. Dante gruñó a las plantas
móviles, pero Alma de Escarcha lo calló rápidamente.
Pasaron
por debajo del segundo puente y no pareció que nadie se hubiese percatado de su
presencia. Al tratarse de un cauce profundo y rodeado de acantilados, no podían
ver si habían despertados vigilando el camino por arriba, pero tampoco
escuchaban ninguna alarma, por lo que tenían que hacer un acto de fe y confiar
en que a nadie se le ocurriese mirar abajo.
Fueron
pisando despacio y suavemente con sus botas deslizándose por la inmóvil agua y
se fueron alejando del pueblo hasta cruzar un tercer puente. Cuando llegaron al
otro lado, la tierra se empañó y el olor del alquitrán mezclado con ceniza
sustituyó completamente al de la podredumbre. Ante ellas se impuso una
fortaleza colosal conectada a tres puentes arqueados y protegidos por torres
masivas. Los muros estaban formados de piedra y huesos gigantescos que hacían
de defensa contra invasiones mientras unas calaveras con forma de animal
advertían a los que se acercaban con sus ojos emanando una luz verde corrupta,
como si fuesen antorchas de muerte. Su alrededor estaba contaminado por
alquitrán puro e incluso algunas burbujas de aire se habían solidificado al
entrar en contacto con el agua, formando globos en el suelo. El rio era
pringoso y los pies de las aventureras se pintaron con un aceite negro. La mera
presencia de la fortaleza denotaba un atisbo de opresión y muerte y su
inmensidad era tal que el humo que desprendía de los muros era capaz de ocultar
las estrellas del manto de la noche.
— Gandara, la fortaleza de la luna. —anunció Nairin.
— Pues será una luna podrida. —añadió Alma de Escarcha mientras mantenía su mano
presionando la herida de su brazo—. Qué peste hace aquí.
Salieron
del rio abandonado, dejando un rastro de aceite en la tierra y rodearon la
fortaleza sin acercarse demasiado. Nairin conocía el camino y recorrieron un
campo poblado por palmeras y puntas de hueso por igual hasta llegar a una
altísima montaña de rocas.
A
la izquierda vieron algo que no habían visto en semanas:
El
mar.
Anduvieron
por la orilla, subiendo por las rocas de la montaña. Un poco más allá vieron
una pequeña flota de barcos atracados en las inmediaciones y con las velas
desplegadas. Todos estaban demasiado lejos como para incluso llamarles, pero
había uno en concreto que atracó justo en la orilla. El navío era largo pero
pequeño en comparación al resto. Con 18 cañones en los lados, sus velas eran
blancas y en la proa había la figura dorada de un dragón rugiendo a quienes se
interponían en su camino, además de un espolón pronunciado hecho de metal.
Un
hombre estaba en la orilla hablando con un grupo de tripulantes que se pusieron
a cubierto cuando uno de ellos señaló a las aventureras. El hombre se quedó
parado en medio de la zona e hizo una ridícula demostración de artes marciales
con los brazos.
— ¡Juro por vuestro rey que no sé nada más!
— ¡No somos siervos de Joko! —exclamó Relsiin.
— Gracias a los seis, —el hombre se relajó y bajó los brazos—, no hubiese
aguantado otra de sus interrogaciones.
El
grupo se acercó al hombre y éste se presentó como Haravik. Tenía la piel
oscurecida por la constante exposición al humo de Gandara y su ropa a rayas
presentaba unos descoloridos tonos rojos y azules. Los tripulantes que se
habían puesto a cubierto salieron de sus escondites y algunos subieron al barco
por una plancha que habían colocado.
— ¿Qué ocurre aquí? —preguntó Nairin.
— Os diré lo que pasa. Llevo quince años al servicio de Joko. Quince años
navegando por toda Elona haciendo de recadero, y cuando asesinan al capitán
Malama ¿a quién acusan primero? ¡a mí!
— ¿Han asesinado al capitán de un barco?
— Al de “Sol Eterno” precisamente. Se
ve que alguien lo ha matado y se ha hecho pasar por él para robar el barco. ¿Pero
sabéis por qué ha muerto? ¡Porque me debía oro! Pero claro, como está muerto ya
no tiene por qué devolvérmelo. Ojalá le despierten, ¡porque pienso patear su
culo momificado hasta que me lo devuelva moneda por moneda!
Las
chicas se miraron entre ellas, confiadas en la respuesta que tenían en mente.
Sheik era el responsable, había matado al capitán de un barco, usó sus dotes de
hipnotizador para embaucar a su tripulación y se dirigió a Istan. Necesitaban
llegar hasta él antes de que pudiese abandonar Elona y perderle de vista para
siempre.
— ¿Nos podrías llevar a Istan? —preguntó Relsiin.
— Claro, y de paso os regalo mi barco y os hago un masaje en los pies de cada una
antes de que me arresten y me maten. ¿Por qué tendría que llevar a cuatro
extranjeras y un lobo a la isla más despertada del mundo?
— Sabemos quién es el asesino. Se llama Sheik y se dirige a la isla para huir de
Elona. Si le capturamos a tiempo, podrás probar tu inocencia y ser libre.
— Sheik qué más.
— Sheik… ¿Melón? —Nairin se dio cuenta que después de tanto tiempo, se había
olvidado de su apellido. Se giró a sus compañeras y comenzaron soltar nombres.
El capitán las miró de reojo y arqueaba una ceja cada vez que escuchaba un
nombre que no era—, … ¿Pelín?
— No, no. Era Pelvis. —soltó Alma.
— Eso es un hueso, idiota —la nigromante estuvo reflexionando hasta que por fin
se le iluminó la cabeza y su voz superó a la de sus compañeras—. ¡Melvin! ¡Se llama Sheik Melvin!
— Bien… y por qué debería confiar en vosotras.
— Porque a no ser que te guste que te arranquen los órganos y huelas a alquitrán
para toda la eternidad, no te queda otra alternativa que ayudarnos.
Haravik
miró incómodo a su tripulación y éstos miraron en otra dirección,
desentendiéndose del problema.
— E-está bien, os llevaré. Pero con la condición de que me traigáis al asesino y
cinco mil monedas de oro.
— ¿Qué oro?
— Vale, sólo al asesino. —El capitán Haravik se dio la vuelta y subió a la mitad
de la plancha que conectaba el barco con la orilla—. ¡Sed bienvenidas al “Goliath”, el navío más rápido de Elona!
— ¿Puedo preguntar si tenéis medicinas? —dijo Alma de Escarcha mientras enseñaba
su brazo herido a Haravik. Éste no pudo esconder una mueca de asco e intentó
disimular fregándose la boca con la manga de su camisa de rayas.
El
capitán alzó la voz por la distancia entre él y las chicas.
— Algo tendremos en la bodega. ¿Algo más?
— ¿Tenéis comida? —quiso saber Nairin.
El
Dominio de Kourna quedó atrás, perdiéndose de la vista de todos los tripulantes
del navío. El mar estaba tranquilo, durmiendo bajo las tenues luces de las
estrellas que cubrían la fría oscuridad de la noche y mostraban el camino al
Dominio de Istan con sus constelaciones al timonel del barco.
Relsiin
posó las manos en el bordillo y contempló la infinidad del océano mientras se
adaptaba al balanceo del buque y su cabello seguía la dirección del viento.
Alma de Escarcha salió a cubierta para tomar el aire y vio a la ladrona allí
parada. Tras un rato pensándolo, decidió acercarse.
Sus
pasos fueron lo bastante sonoros para interrumpir el silencio de la noche.
Relsiin giró la cabeza y le hizo un saludo a la norn. Alma de Escarcha imitó a
la humana y posó su brazo sano al bordillo.
— El capitán ha dicho que llegaremos al atardecer si el viento sigue siendo
favorable. ¿Cómo está tu brazo?
— Mejor, me han dado medicinas para la fiebre y me han desinfectado la herida. —Alma abrió y cerró la mano de su brazo herido en un intento de demostración de
que se sentía mejor—. Me sigue doliendo, pero creo que podré usar mi arco otra
vez.
Relsiin
sonrió, pero no duró mucho y se puso seria de nuevo.
— Alma, ¿qué harás cuando todo esto termine?
— ¿Yo? Irme de este sitio, estoy cansada de tanta arena y no-muerto intentando
asesinarnos.
— ¿Y si no lo conseguimos? Estamos yendo a una isla acorazada. Es posible que
fracasemos o… no volvamos.
— Pues… supongo tendré que esforzarme para que eso no pase. No voy a permitir que
el imbécil de Sheik se salga con la suya. Tú tampoco deberías, así que mantente
viva cuando llegue el momento. ¿Vale?
— No prometo nada, pero lo intentaré. —respondió con una sonrisa y ésta vez tardó
en desaparecer de su rostro.
Las
dos se quedaron mirando el horizonte mientras el barco se deslizaba suavemente
por el mar.




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