Perdidos en el desierto. Capítulo 2
¡Léetelo des del principio para enterarte de toda la historia!
Capítulo 2: Captores
Index de capítulos:
.Capítulo 2: Captores
.Capítulo 3: En busca de un imprudente
.Capítulo 4: Perseguidos
.Capítulo 5: Desolación en la Desolación
.Capítulo 6: A Contrarreloj
.Capítulo 7: El peor desierto
.Capítulo 8: Última Parada + Epílogo
.Capítulo 3: En busca de un imprudente
.Capítulo 4: Perseguidos
.Capítulo 5: Desolación en la Desolación
.Capítulo 6: A Contrarreloj
.Capítulo 7: El peor desierto
.Capítulo 8: Última Parada + Epílogo
Arbelma
despertó como si hubiera dormido en una cama de espinas. Sentía que su cuerpo
estaba destrozado y la habían abierto en canal. Comprobó su abdomen y se alivió
al ver que no había más heridas que las que sufrió en su enfrentamiento con
Sheik.
Estaba
encerrada en la celda de una cueva. ¿Dónde? No tenía ni idea. Le faltaba el
atavío, que en su lugar había sido sustituido por una mugrienta camisa raída que
dejaba mucho que desear. Le habían quitado la ropa mientras estaba
inconsciente. También estaba descalza, sus botas no aparecían por ninguna parte
al igual que sus guantes. Sus pantalones, aunque enteros, estaban rotos y
quemados.
Echó
una ojeada a su alrededor y encontró su ropa tirada en un rincón de la celda.
Sus botas, sin embargo, seguían sin aparecer. Se apresuró en quitarse la camisa
y ponerse de nuevo su atavío. Por las marcas, había sido vapuleado y registrado
a consciencia.
Cuando
ya estuvo vestida, fue donde los barrotes y asomó su cabeza lo máximo posible
para observar. Tan sólo había un pasillo iluminado pobremente con un par de
antorchas, pero nadie vigilando el sitio.
La
cerradura que mantenía la celda cerrada era muy simple. Por su experiencia con el
latrocinio, no era más que un juguete comparado con las innumerables cerraduras
que manipuló en su vida. De hecho, era tan simple que cogió una piedra del
suelo y lo estampó lo más fuerte que pudo contra ella.
El
sonido fue atronador, pero nadie acudió a investigar. Arbelma abrió la celda
lentamente y mirando a ambos lados del pasillo por si venía alguien. Cuando por
fin estaba fuera, la cerró de nuevo y fue en cuclillas hacia la derecha.
Fue
a parar a una sala irregular y enorme llena de cajas y armas mientras un par de
hombres se calentaban las manos delante de una hoguera. Las paredes eran de
piedra natural, decoradas con una serie de estandartes con el dibujo de un
escarabajo negro con alas. Vestían túnicas de cuero y tela mientras que sus
cabezas permanecían destapadas. Uno de ellos era gordo y tenía la ropa llena de
manchas. El otro era más delgado y limpio, bastante más joven que su compañero.
Arbelma
se escondió detrás de unas cajas. Desarmada, no podía hacer nada contra ellos,
pues éstos iban armados con espadas curvadas y pistolas. Los dos hombres
estaban hablando y aprovechó para rodearles y salir de la sala sigilosamente.
— ¿Qué hacemos ahora?
— ¿Estas de broma? No siempre nos cae de la nada una mujer-árbol. La entregaremos
a Joko como tributo, así nos ganaremos aún más su favor.
— No sé, Haskan, hubiera preferido quedárnosla y convertirla en nuestra mascota…
no sé si me entiendes.
— Oh, ¡qué perro estás hecho! Pero las órdenes del jefe son claras. Además, ya
sabes que valen más cuando están impolutas.
— Hubiera cedido la mitad de mi botín por estar un rato con ella.
— ¡Pero si ni es humana!
— Eso lo hace más interesante.
— Estás como una cabra, Kalhed.
Dio
con un estante de armas llena de lanzas y espadas. Entre éstas, colgaban dagas
de diferentes tamaños y formas. Arbelma agarró una y se la escondió en su
atavío mientras se dirigía a la salida.
Ninguno
de los dos se dio cuenta de su presencia.
Al
tratarse de una cueva, las plantas y arbustos decoraban los pasadizos, haciendo
más fácil ocultarse y pasar desapercibida. Se fue topando con más individuos
que patrullaban la zona, pero logró esconderse de ellos, permaneciendo
invisible ante sus ojos.
Los
pasillos empezaron a inclinarse hacia arriba y hacia abajo. Cuando llegó al
final de éstos, se topó con un gran riachuelo de agua. Si lo seguía, era muy
probable que encontrara la salida y lograra escapar.
Tomó
una entrada a la derecha y se topó de frente con un hombre. Vestía las mismas
túnicas que los otros, pero su rostro era mucho más joven, parecía más un
adolescente que un adulto. A diferencia del resto, estaba más limpio y tenía el
pelo peinado para un lado.
Sus
ojos se cruzaron y ambos se quedaron quietos sin decir nada. Cuando la luz
interna de su cuerpo brilló en su máximo, volvió en sí. El joven dirigió su
mano a la empuñadura de su espada. Arbelma reaccionó y se abalanzó rápidamente
sobre él mientras sacaba la daga que había robado. Apuntó y hundió la hoja de
la daga en su cuello, cayendo ambos en el riachuelo. El agua salpicó las
paredes y resonó por ellas con un llamativo eco.
Arbelma
le tapó la boca mientras apretaba la daga sobre el cuello del joven. Éste
intentó zafarse de ella, pero puso todo su peso en el arma, hundiendo su cabeza
debajo del agua. Chapoteó torpemente mientras su sangre se vertía por el
riachuelo y las burbujas de aire abandonaban sus pulmones. Poco a poco, fue
desistiendo y, finalmente, dejó de moverse.
Agarró
el arma que el joven intentó sacar. Se trataba de un chafarote eloniano,
curvado y hecho de acero. Muy fácil de usar en manos expertas como las suyas.
Sacó el puñal del cuello del cadáver y la empuñó en la mano izquierda.
No
había ningún lugar donde esconder el cuerpo del joven, por lo que tuvo que
dejarle ahí tirado y correr el riesgo de que lo descubriesen tarde o temprano.
Aceleró
el paso. Tan sólo era cuestión de tiempo que dieran la voz de alarma. Tenía que
encontrar la salida lo antes posible. Los chapoteos de sus pasos en el agua
llamaron la atención de algún que otro guardia que pasaba por ahí. Algunos
incluso se acercaban a investigar el ruido. Pero Arbelma era muy rápida,
sobretodo estando descalza, y logró despistarlos con facilidad.
Se
adentró en lo que parecía un establo, pues había un corral lleno de raptores
durmiendo enroscados. Las paredes, a diferencia del resto de la cueva, estaban
hechas de piedra pulida con su típico estilo eloniano y sujetando el techo con
vigas de madera, como si hubiesen metido un establo entero dentro. Le pareció
la oportunidad perfecta para robar uno y escapar de la cueva. Pero en cuanto se
acercó a la verja, escuchó los gritos de varias personas.
— ¡La mujer-planta ha escapado, dad la voz de alarma!
— ¡Ha matado a Akasim, cogedla!
— Maldición. —murmurró Arbelma.
Forcejeó
con el candado de la verja y la abrió sin ningún problema. Los raptores se
despertaron y se quedaron mirándola adormilados y bostezando. Le puso las
riendas a uno e intentó subirse en él.
Justo
en ese momento oyó acercarse a dos personas. No podía usar la montura si la
descubrían antes de tiempo, tenía que eliminarlos primero.
Se
apeó del animal y preparó su daga para enfrentarse a ellos con la esperanza de
que ninguno de ellos llevase un yelmo. En cuanto apareció el primero, arrojó la
daga y ésta impactó en la cabeza. El hombre se desplomó en el suelo después de
escuchar el ‘clac’ que hizo el puñal cuando atravesó su cráneo. El segundo
apareció justo después con la espada en mano.
— ¡Está en los establos!
Se
lanzó contra él. Las hojas de sus espadas chocaron y Arbelma esquivó el golpe
del hombre con agilidad. Con un movimiento en arco, dio un giro sobre sí misma
y le dio un tajo en su estómago. El guardia se apartó, llevándose una mano a su
abdomen. Arbelma no le dio cuartel y asestó un golpe tras otro mientras éste
intentaba bloquear sus ataques. Sus movimientos eran más lentos y aprovechó la
ocasión cuando tuvo el arma bajada para dirigir un tajo descendente hacia su
mano.
La
espada no frenó por nada y tocó la arena. La mano del guardia cayó al suelo
mientras aún sujetaba su sable. El hombre gritó de dolor e intentó taparse el
corte con la otra mano, ignorando por completo a su contrincante. Arbelma dio
otra vuelta y usó toda la fuerza del giro para asestarle un tajo final en la
cabeza. El guardia cayó rendido y la sangre brotó de sus heridas, ensuciando la
arena del suelo.
Volvió
junto al raptor y lo montó sin perder el tiempo. Juntos, salieron disparados
del establo, siguiendo el riachuelo con la esperanza de dar con la salida.
Los
bandidos empezaron a salir de todas partes, armados con espadas y arcos. Pero
cuando vieron que estaba escapando con un raptor, las cambiaron por rifles y
cañones apostados en lo alto de elevadas rocas.
Los
pasos del raptor eran enormes y los bandidos tenían que apartarse para evitar
ser aplastados, pero alguno que otro trató de desmontar a Arbelma lanzándose sobre
ella o cortándole las patas a la montura. Por suerte, ninguno tuvo éxito.
Arbelma
guió con las riendas al raptor por los angostos túneles de la cueva. Los
bandidos eran cada vez más numerosos y algunos plantaron lanzas en medio del
pasadizo para ensartarla. Se sentía como una presa rodeada por cazadores que la
conducían a un camino sin salida.
Bajo
una multitud de gritos y disparos, los bandidos mascullaban toda clase de
improperios a la sylvari mientras trataban de alcanzarla. La situación era
desesperada.
Hasta
que escuchó a uno de ellos:
— ¡Bloquead la salida, que no escape!
Arbelma
buscó el origen de la voz. Se encontraba al final de un túnel oscuro y giró al
raptor hacia esa dirección. Era su única oportunidad de salir de ahí con vida,
si se equivocaba, sería su perdición.
Sin
embargo, la luz reflejada de la luna iluminó los bordes del túnel y mostraba el
paisaje desértico que tanto anhelaba.
Dos
bandidos armados con lanzas habían puesto una valla con estacas en medio,
cortándole el paso. Pero Arbelma no se detuvo y ordenó a su raptor que lo
saltase.
— ¡No tengas miedo! —Profirió Arbelma—, ¡salta!
El
raptor se impulsó con sus dos patas y saltó el obstáculo con éxito. Las garras
de sus patas rozaron la valla y ésta tembló por la imponente fuerza del animal.
Los bandidos, que se quedaron pasmados al ver tal temeridad, lanzaron sus
lanzas contra ella. La primera falló y aterrizó en el suelo, pero la segunda
alcanzó a Arbelma y se clavó en su espalda.
— ¡Ah!
La
montura no se detuvo por nada, ni siquiera cuando el cuerpo de la sylvari chocó
bruscamente contra su lomo por la fuerza de la lanza, y siguió corriendo sin
rumbo, adentrándose en el desierto en plena noche mientras sacaba su lengua de
agotamiento.
El
dolor era inmenso. Arbelma dejó de sujetar las riendas de su raptor. Le daba
igual a dónde iba, tan sólo quería alejarse todo lo posible de ese sitio.
Trascurrió
una hora y el raptor dejó de correr, pero no se detuvo y en su lugar anduvo
tranquilamente mientras jadeaba y recuperaba el aliento. Aparte del ruido que
hacía, en el desierto reinaba el silencio total.
Con
la lanza clavada en su espalda, Arbelma se acomodó en el lomo del animal e
intentó relajarse. Si hacía algún movimiento, corría el riesgo de desgarrarse algún
músculo. Palpó con su mano lo más cerca posible de la herida y miró sus dedos.
Estaban empapados de savia azulada y brillante, su equivalente a la sangre para
los humanos.
— Maldita sea. —musitó gruñendo.
A
la lejanía vio unas luces. Aunque estaba demasiado lejos para ver qué eran, era
su mejor baza si quería sobrevivir. El raptor se guio por su instinto y cambió
su rumbo hacia las luces.
Se
alzó todo lo que la lanza le permitió. Sintió un pinchazo extremadamente
doloroso tras otro, pero quería mantener su compostura. Al menos, el tiempo
suficiente para que la vieran.
El
raptor subió una cuesta de tierra y Arbelma perdió la compostura. Las luces
resultaron ser lámparas y un cúmulo de gente se reunió para recibirla llenos de
curiosidad y murmullos. Su visión se nubló, pero juró ver gente de todas las
razas de Tyria en un mismo sitio.
— ¡Arbelma! —una mujer de pelo blanco y que vestía una falda de pueblo se acercó
a ella.
Varias
personas la agarraron y la bajaron con sumo cuidado del raptor, dejándola sobre
una manta que habían traído de una tienda. La colocaron de lado y sin dejar que
la lanza se apoyase en el suelo. De pronto, su visión le permitió ver a la
mujer.
— Relsiin… —dijo con esfuerzo—, pareces una abuela con ese vestido.
— Anda, cállate un poco.
— Sácame la lanza de la espalda.
Relsiin
puso la mano sobre su hombro y con la otra tiró del arma. El tirón fue tan
brusco que Arbelma gritó del dolor y la sorpresa.
— ¡Pero con cuidado, imbécil!
— ¡Persona a la vista! —sus quejidos se vieron interrumpidos por la voz de un
guardia que sonó por todo el campamento.
— Ya lo sabemos, pesado —dijo Alma de Escarcha. Arbelma no se dio cuenta que
estaba al otro lado hasta que habló.
— ¡Esta vez es un ejército entero!
Relsiin
y Alma de Escarcha miraron al horizonte y vieron una columna de antorchas dirigiéndose
al campamento. Los guardias desenfundaron sus armas y se fueron agrupando poco
a poco al no saber de quiénes se trataban.
De
la nada, y oculta bajo el manto de la noche, una lanza voló hasta uno de los
guardias y lo empaló en el suelo, quedándose con los brazos abiertos y la
cabeza inclinada hacia atrás. Sus compañeros se pusieron a cubierto justo
cuando les cayó una lluvia de flechas encima.
— ¡Nos atacan!
Las
luces resultaron ser jinetes montados en raptor y armados con antorchas que
arrojaron sobre la tela de las tiendas. Rodearon el campamento mientras el
atronador sonido de sus pasos ensordecía a la gente y el polvo levantado por
éstos los cegaba. Los seguidores de la ascensión corrieron presa del pánico,
escondiéndose en las tiendas o apagando los fuegos que provocaban sus
atacantes. Algunos cogieron sus propias armas y se enfrentaron a los jinetes
como podían.
Un
charr apuntó con su rifle y derribó a un jinete de un solo disparo, luego se
acercó a él y lo remató clavándole su bayoneta en el pecho. Los gritos agónicos
del bandido fueron superados por el rugido de victoria del charr.
— ¿Amigos tuyos? —preguntó Relsiin a Arbelma.
— Si tú supieras…
Un
jinete se acercó a Relsiin empuñando una espada y la blandió sobre su cabeza,
Relsiin reaccionó a tiempo y se agachó, esquivando el letal tajo. Apuntó con su
mosquete maldito y le disparó a la espalda del agresor, derribándolo del raptor.
El
campamento se convirtió en un campo de batalla. Alma de Escarcha disparó sus
flechas y derribó un bandido tras otro, destrozándoles en el proceso. Algunos
de ellos desmontaron de sus raptores y se abalanzaron sobre ella. Alma logró
dispararle a uno, que salió disparado por la descomunal fuerza y le dio una
patada a otro cuando se acercó lo suficiente.
Al
tratarse de una norn, los bandidos tenían la esperanza que fuese torpe y no
pudiese esquivar sus ataques de espada, pero no contaban con que el propio arco
fuera de metal. Alma agarró su arco como si fuera una barra y se dispuso a
golpear a uno de los agresores. Éste se preparó para bloquear el ataque con su
espada, pero el golpe fue tan implacable que la rompió en pedazos y le alcanzó
la cabeza. El bandido cayó en el suelo mientras el otro se quedaba atónito por
la escena. Cuando intentó asestarle un tajo a la norn, ésta dio un paso hacia
atrás y le golpeó la cara con el extremo de su arco, aturdiéndolo. Rápidamente
sacó una flecha de su carcaj, la puso en el arco, lo tensó y soltó. La flecha
se clavó en su ojo y el bandido cayó de espaldas.
— ¿Y tus armas? —inquirió Relsiin a Arbelma, que seguía tumbada en la manta.
— No tengo.
Relsiin,
que disparaba sin parar contra los atacantes, se detuvo un momento para
desenfundar sus pistolas y las lanzó hacia Arbelma. Ésta las atrapó en el aire,
pero con tan mala suerte que el dolor de su herida la estremeció y las dejara
caer.
Alma
de Escarcha se acercó a la sylvari afligida al mismo tiempo que eliminaba a los
arqueros y tiradores que disparaban desde las afueras del campamento.
— ¿Puedes moverte?
— ¡No!
— ¡Pues cúbrenos desde el suelo!
Arbelma
apuntó con las pistolas a cualquier objetivo que estaba a su alcance. No podía
disparar a los jinetes, pues eran demasiado rápidos y desaparecían en la
oscuridad cuando les tenía a tiro. Sí alcanzó a los que iban a pie. Tumbó a
tres bandidos que se estaban enfrentando con los seguidores de la ascensión y a
otro que estaba recargando su mosquete con precisas ráfagas. No importaba que
les matase al instante o simplemente les hiriese, sus adversarios se encargaban
de terminar con ellos.
Uno
de ellos se dio cuenta de la presencia de Arbelma y empezó a correr hacia ella
con la espada en alto. Arbelma se percató del bandido y le disparó dos veces
con sus pistolas. El hombre cayó de rodillas, pero se puso a gatear. Disparó
dos veces más, dándole en la yugular, y el bandido sucumbió a sus heridas.
Sin
darse cuenta, otro apareció a su lado y se puso sobre ella. La desarmó con un
golpe a sus brazos, arrojando una de las pistolas a un lado. Justo en ese
momento, la explosión de una bola de fuego iluminó el campamento, dejando ver
un furioso rostro, sucio y ennegrecido por la batalla.
El
bandido puso sus ensangrentadas manos en su cuello y empezó a estrangularla.
Arbelma intentó zafarse de él, pero no tenía fuerzas y la herida de su espalda
le recordaba con rápidos y dolorosos pinchazos que se estaba desangrando.
Dirigió
la pistola que aún tenía hacia su cabeza, pero el bandido liberó una mano para
desviar el disparo. Arbelma apretó el gatillo, pero su agresor tenía demasiada
fuerza y los disparos se perdieron en el aire. Al final, se quedó sin balas y
escuchó impotente el chasquido del arma sin munición.
Volvió
a apretar con los dedos su delicado cuello. Arbelma ya no podía respirar.
Sintió que su cabeza le iba a explotar
de un momento a otro. Su visión de nubló de nuevo y comenzó a marearse. Su
fuerza menguó y apenas ofreció resistencia. Sus ojos miraron para otro lado
mientras su agresor sonreía y sus brazos cayeron inertes al suelo.
El
bandido se acercó a su rostro con aires de gloria.
— Cómo me hubiera gustado convertirte en mi mascota…
En
cuanto escuchó esas palabras salir de su boca, sujetó la pistola y le golpeó la
cabeza con ella. El porrazo le pilló desprevenido y aprovechó para empujarlo a
un lado. Arbelma volvió a levantar el arma y volvió a golpearle con ella. Ahora
era ella quien se había subido encima y le golpeó otra vez en la cabeza.
Arbelma
estaba ida de sí. Bajo coléricos gritos de ira, golpeó sin parar la cabeza del
bandido con la culata de la pistola. No se detuvo por nada, las flechas pasaban
por su lado y el sonido de la batalla
camuflaba sus bramidos. Siguió golpeando una y otra vez. El bandido había
dejado de moverse pero eso no la detuvo. Su cabeza se cubrió de sangre que
salpicaba con cada porrazo. Al final, el rostro del bandido pasó a ser una masa
irreconocible de carne y huesos.
No
paró hasta que dejó de notar la dureza del cráneo. Pero de pronto, se mareó.
Sintió hormigueos por sus extremidades. Su visión desapareció por completo.
Sintió que ya no podía mantener el equilibrio.
Intentó
alzar la voz para pedir ayuda a alguna de sus dos compañeras, pero no le
salieron las palabras. Su cuerpo dejó de responder y se desplomó inerte justo
al lado del bandido que había matado.




ARBELMA!!!! NO!!!! qnq Espero que sobreviva... Y aver cuando sale Sheik y Nairin
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