Perdidos en el desierto. Capítulo 2

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Capítulo 2: Captores





Arbelma despertó como si hubiera dormido en una cama de espinas. Sentía que su cuerpo estaba destrozado y la habían abierto en canal. Comprobó su abdomen y se alivió al ver que no había más heridas que las que sufrió en su enfrentamiento con Sheik.

Estaba encerrada en la celda de una cueva. ¿Dónde? No tenía ni idea. Le faltaba el atavío, que en su lugar había sido sustituido por una mugrienta camisa raída que dejaba mucho que desear. Le habían quitado la ropa mientras estaba inconsciente. También estaba descalza, sus botas no aparecían por ninguna parte al igual que sus guantes. Sus pantalones, aunque enteros, estaban rotos y quemados.

Echó una ojeada a su alrededor y encontró su ropa tirada en un rincón de la celda. Sus botas, sin embargo, seguían sin aparecer. Se apresuró en quitarse la camisa y ponerse de nuevo su atavío. Por las marcas, había sido vapuleado y registrado a consciencia.

Cuando ya estuvo vestida, fue donde los barrotes y asomó su cabeza lo máximo posible para observar. Tan sólo había un pasillo iluminado pobremente con un par de antorchas, pero nadie vigilando el sitio.

La cerradura que mantenía la celda cerrada era muy simple. Por su experiencia con el latrocinio, no era más que un juguete comparado con las innumerables cerraduras que manipuló en su vida. De hecho, era tan simple que cogió una piedra del suelo y lo estampó lo más fuerte que pudo contra ella.

El sonido fue atronador, pero nadie acudió a investigar. Arbelma abrió la celda lentamente y mirando a ambos lados del pasillo por si venía alguien. Cuando por fin estaba fuera, la cerró de nuevo y fue en cuclillas hacia la derecha.

Fue a parar a una sala irregular y enorme llena de cajas y armas mientras un par de hombres se calentaban las manos delante de una hoguera. Las paredes eran de piedra natural, decoradas con una serie de estandartes con el dibujo de un escarabajo negro con alas. Vestían túnicas de cuero y tela mientras que sus cabezas permanecían destapadas. Uno de ellos era gordo y tenía la ropa llena de manchas. El otro era más delgado y limpio, bastante más joven que su compañero.

Arbelma se escondió detrás de unas cajas. Desarmada, no podía hacer nada contra ellos, pues éstos iban armados con espadas curvadas y pistolas. Los dos hombres estaban hablando y aprovechó para rodearles y salir de la sala sigilosamente.

 ¿Qué hacemos ahora?

 ¿Estas de broma? No siempre nos cae de la nada una mujer-árbol. La entregaremos a Joko como tributo, así nos ganaremos aún más su favor.

 No sé, Haskan, hubiera preferido quedárnosla y convertirla en nuestra mascota… no sé si me entiendes.

 Oh, ¡qué perro estás hecho! Pero las órdenes del jefe son claras. Además, ya sabes que valen más cuando están impolutas.

 Hubiera cedido la mitad de mi botín por estar un rato con ella.

 ¡Pero si ni es humana!

 Eso lo hace más interesante.

 Estás como una cabra, Kalhed.

Dio con un estante de armas llena de lanzas y espadas. Entre éstas, colgaban dagas de diferentes tamaños y formas. Arbelma agarró una y se la escondió en su atavío mientras se dirigía a la salida.

Ninguno de los dos se dio cuenta de su presencia.

Al tratarse de una cueva, las plantas y arbustos decoraban los pasadizos, haciendo más fácil ocultarse y pasar desapercibida. Se fue topando con más individuos que patrullaban la zona, pero logró esconderse de ellos, permaneciendo invisible ante sus ojos.

Los pasillos empezaron a inclinarse hacia arriba y hacia abajo. Cuando llegó al final de éstos, se topó con un gran riachuelo de agua. Si lo seguía, era muy probable que encontrara la salida y lograra escapar.

Tomó una entrada a la derecha y se topó de frente con un hombre. Vestía las mismas túnicas que los otros, pero su rostro era mucho más joven, parecía más un adolescente que un adulto. A diferencia del resto, estaba más limpio y tenía el pelo peinado para un lado.

Sus ojos se cruzaron y ambos se quedaron quietos sin decir nada. Cuando la luz interna de su cuerpo brilló en su máximo, volvió en sí. El joven dirigió su mano a la empuñadura de su espada. Arbelma reaccionó y se abalanzó rápidamente sobre él mientras sacaba la daga que había robado. Apuntó y hundió la hoja de la daga en su cuello, cayendo ambos en el riachuelo. El agua salpicó las paredes y resonó por ellas con un llamativo eco.

Arbelma le tapó la boca mientras apretaba la daga sobre el cuello del joven. Éste intentó zafarse de ella, pero puso todo su peso en el arma, hundiendo su cabeza debajo del agua. Chapoteó torpemente mientras su sangre se vertía por el riachuelo y las burbujas de aire abandonaban sus pulmones. Poco a poco, fue desistiendo y, finalmente, dejó de moverse.

Agarró el arma que el joven intentó sacar. Se trataba de un chafarote eloniano, curvado y hecho de acero. Muy fácil de usar en manos expertas como las suyas. Sacó el puñal del cuello del cadáver y la empuñó en la mano izquierda.

No había ningún lugar donde esconder el cuerpo del joven, por lo que tuvo que dejarle ahí tirado y correr el riesgo de que lo descubriesen tarde o temprano.

Aceleró el paso. Tan sólo era cuestión de tiempo que dieran la voz de alarma. Tenía que encontrar la salida lo antes posible. Los chapoteos de sus pasos en el agua llamaron la atención de algún que otro guardia que pasaba por ahí. Algunos incluso se acercaban a investigar el ruido. Pero Arbelma era muy rápida, sobretodo estando descalza, y logró despistarlos con facilidad.

Se adentró en lo que parecía un establo, pues había un corral lleno de raptores durmiendo enroscados. Las paredes, a diferencia del resto de la cueva, estaban hechas de piedra pulida con su típico estilo eloniano y sujetando el techo con vigas de madera, como si hubiesen metido un establo entero dentro. Le pareció la oportunidad perfecta para robar uno y escapar de la cueva. Pero en cuanto se acercó a la verja, escuchó los gritos de varias personas.

 ¡La mujer-planta ha escapado, dad la voz de alarma!

 ¡Ha matado a Akasim, cogedla!

 Maldición. murmurró Arbelma.

Forcejeó con el candado de la verja y la abrió sin ningún problema. Los raptores se despertaron y se quedaron mirándola adormilados y bostezando. Le puso las riendas a uno e intentó subirse en él.

Justo en ese momento oyó acercarse a dos personas. No podía usar la montura si la descubrían antes de tiempo, tenía que eliminarlos primero.

Se apeó del animal y preparó su daga para enfrentarse a ellos con la esperanza de que ninguno de ellos llevase un yelmo. En cuanto apareció el primero, arrojó la daga y ésta impactó en la cabeza. El hombre se desplomó en el suelo después de escuchar el ‘clac’ que hizo el puñal cuando atravesó su cráneo. El segundo apareció justo después con la espada en mano.

 ¡Está en los establos!

Se lanzó contra él. Las hojas de sus espadas chocaron y Arbelma esquivó el golpe del hombre con agilidad. Con un movimiento en arco, dio un giro sobre sí misma y le dio un tajo en su estómago. El guardia se apartó, llevándose una mano a su abdomen. Arbelma no le dio cuartel y asestó un golpe tras otro mientras éste intentaba bloquear sus ataques. Sus movimientos eran más lentos y aprovechó la ocasión cuando tuvo el arma bajada para dirigir un tajo descendente hacia su mano.

La espada no frenó por nada y tocó la arena. La mano del guardia cayó al suelo mientras aún sujetaba su sable. El hombre gritó de dolor e intentó taparse el corte con la otra mano, ignorando por completo a su contrincante. Arbelma dio otra vuelta y usó toda la fuerza del giro para asestarle un tajo final en la cabeza. El guardia cayó rendido y la sangre brotó de sus heridas, ensuciando la arena del suelo.

Volvió junto al raptor y lo montó sin perder el tiempo. Juntos, salieron disparados del establo, siguiendo el riachuelo con la esperanza de dar con la salida.

Los bandidos empezaron a salir de todas partes, armados con espadas y arcos. Pero cuando vieron que estaba escapando con un raptor, las cambiaron por rifles y cañones apostados en lo alto de elevadas rocas.

Los pasos del raptor eran enormes y los bandidos tenían que apartarse para evitar ser aplastados, pero alguno que otro trató de desmontar a Arbelma lanzándose sobre ella o cortándole las patas a la montura. Por suerte, ninguno tuvo éxito.

Arbelma guió con las riendas al raptor por los angostos túneles de la cueva. Los bandidos eran cada vez más numerosos y algunos plantaron lanzas en medio del pasadizo para ensartarla. Se sentía como una presa rodeada por cazadores que la conducían a un camino sin salida.

Bajo una multitud de gritos y disparos, los bandidos mascullaban toda clase de improperios a la sylvari mientras trataban de alcanzarla. La situación era desesperada.

Hasta que escuchó a uno de ellos:

 ¡Bloquead la salida, que no escape!

Arbelma buscó el origen de la voz. Se encontraba al final de un túnel oscuro y giró al raptor hacia esa dirección. Era su única oportunidad de salir de ahí con vida, si se equivocaba, sería su perdición.

Sin embargo, la luz reflejada de la luna iluminó los bordes del túnel y mostraba el paisaje desértico que tanto anhelaba.

Dos bandidos armados con lanzas habían puesto una valla con estacas en medio, cortándole el paso. Pero Arbelma no se detuvo y ordenó a su raptor que lo saltase.

 ¡No tengas miedo! Profirió Arbelma, ¡salta!

El raptor se impulsó con sus dos patas y saltó el obstáculo con éxito. Las garras de sus patas rozaron la valla y ésta tembló por la imponente fuerza del animal. Los bandidos, que se quedaron pasmados al ver tal temeridad, lanzaron sus lanzas contra ella. La primera falló y aterrizó en el suelo, pero la segunda alcanzó a Arbelma y se clavó en su espalda.

 ¡Ah!

La montura no se detuvo por nada, ni siquiera cuando el cuerpo de la sylvari chocó bruscamente contra su lomo por la fuerza de la lanza, y siguió corriendo sin rumbo, adentrándose en el desierto en plena noche mientras sacaba su lengua de agotamiento.

El dolor era inmenso. Arbelma dejó de sujetar las riendas de su raptor. Le daba igual a dónde iba, tan sólo quería alejarse todo lo posible de ese sitio.



Trascurrió una hora y el raptor dejó de correr, pero no se detuvo y en su lugar anduvo tranquilamente mientras jadeaba y recuperaba el aliento. Aparte del ruido que hacía, en el desierto reinaba el silencio total.

Con la lanza clavada en su espalda, Arbelma se acomodó en el lomo del animal e intentó relajarse. Si hacía algún movimiento, corría el riesgo de desgarrarse algún músculo. Palpó con su mano lo más cerca posible de la herida y miró sus dedos. Estaban empapados de savia azulada y brillante, su equivalente a la sangre para los humanos.

 Maldita sea. musitó gruñendo.

A la lejanía vio unas luces. Aunque estaba demasiado lejos para ver qué eran, era su mejor baza si quería sobrevivir. El raptor se guio por su instinto y cambió su rumbo hacia las luces.

Se alzó todo lo que la lanza le permitió. Sintió un pinchazo extremadamente doloroso tras otro, pero quería mantener su compostura. Al menos, el tiempo suficiente para que la vieran.

El raptor subió una cuesta de tierra y Arbelma perdió la compostura. Las luces resultaron ser lámparas y un cúmulo de gente se reunió para recibirla llenos de curiosidad y murmullos. Su visión se nubló, pero juró ver gente de todas las razas de Tyria en un mismo sitio.

 ¡Arbelma! una mujer de pelo blanco y que vestía una falda de pueblo se acercó a ella.

Varias personas la agarraron y la bajaron con sumo cuidado del raptor, dejándola sobre una manta que habían traído de una tienda. La colocaron de lado y sin dejar que la lanza se apoyase en el suelo. De pronto, su visión le permitió ver a la mujer.

 Relsiin… dijo con esfuerzo, pareces una abuela con ese vestido.

 Anda, cállate un poco.

 Sácame la lanza de la espalda.

Relsiin puso la mano sobre su hombro y con la otra tiró del arma. El tirón fue tan brusco que Arbelma gritó del dolor y la sorpresa.

 ¡Pero con cuidado, imbécil!

 ¡Persona a la vista! sus quejidos se vieron interrumpidos por la voz de un guardia que sonó por todo el campamento.

 Ya lo sabemos, pesado dijo Alma de Escarcha. Arbelma no se dio cuenta que estaba al otro lado hasta que habló.

 ¡Esta vez es un ejército entero!

Relsiin y Alma de Escarcha miraron al horizonte y vieron una columna de antorchas dirigiéndose al campamento. Los guardias desenfundaron sus armas y se fueron agrupando poco a poco al no saber de quiénes se trataban.

De la nada, y oculta bajo el manto de la noche, una lanza voló hasta uno de los guardias y lo empaló en el suelo, quedándose con los brazos abiertos y la cabeza inclinada hacia atrás. Sus compañeros se pusieron a cubierto justo cuando les cayó una lluvia de flechas encima.

 ¡Nos atacan!

Las luces resultaron ser jinetes montados en raptor y armados con antorchas que arrojaron sobre la tela de las tiendas. Rodearon el campamento mientras el atronador sonido de sus pasos ensordecía a la gente y el polvo levantado por éstos los cegaba. Los seguidores de la ascensión corrieron presa del pánico, escondiéndose en las tiendas o apagando los fuegos que provocaban sus atacantes. Algunos cogieron sus propias armas y se enfrentaron a los jinetes como podían.

Un charr apuntó con su rifle y derribó a un jinete de un solo disparo, luego se acercó a él y lo remató clavándole su bayoneta en el pecho. Los gritos agónicos del bandido fueron superados por el rugido de victoria del charr.

 ¿Amigos tuyos? preguntó Relsiin a Arbelma.

 Si tú supieras…

Un jinete se acercó a Relsiin empuñando una espada y la blandió sobre su cabeza, Relsiin reaccionó a tiempo y se agachó, esquivando el letal tajo. Apuntó con su mosquete maldito y le disparó a la espalda del agresor, derribándolo del raptor.

El campamento se convirtió en un campo de batalla. Alma de Escarcha disparó sus flechas y derribó un bandido tras otro, destrozándoles en el proceso. Algunos de ellos desmontaron de sus raptores y se abalanzaron sobre ella. Alma logró dispararle a uno, que salió disparado por la descomunal fuerza y le dio una patada a otro cuando se acercó lo suficiente.

Al tratarse de una norn, los bandidos tenían la esperanza que fuese torpe y no pudiese esquivar sus ataques de espada, pero no contaban con que el propio arco fuera de metal. Alma agarró su arco como si fuera una barra y se dispuso a golpear a uno de los agresores. Éste se preparó para bloquear el ataque con su espada, pero el golpe fue tan implacable que la rompió en pedazos y le alcanzó la cabeza. El bandido cayó en el suelo mientras el otro se quedaba atónito por la escena. Cuando intentó asestarle un tajo a la norn, ésta dio un paso hacia atrás y le golpeó la cara con el extremo de su arco, aturdiéndolo. Rápidamente sacó una flecha de su carcaj, la puso en el arco, lo tensó y soltó. La flecha se clavó en su ojo y el bandido cayó de espaldas.

 ¿Y tus armas? inquirió Relsiin a Arbelma, que seguía tumbada en la manta.

 No tengo.

Relsiin, que disparaba sin parar contra los atacantes, se detuvo un momento para desenfundar sus pistolas y las lanzó hacia Arbelma. Ésta las atrapó en el aire, pero con tan mala suerte que el dolor de su herida la estremeció y las dejara caer.

Alma de Escarcha se acercó a la sylvari afligida al mismo tiempo que eliminaba a los arqueros y tiradores que disparaban desde las afueras del campamento.

 ¿Puedes moverte?

 ¡No!

 ¡Pues cúbrenos desde el suelo!

Arbelma apuntó con las pistolas a cualquier objetivo que estaba a su alcance. No podía disparar a los jinetes, pues eran demasiado rápidos y desaparecían en la oscuridad cuando les tenía a tiro. Sí alcanzó a los que iban a pie. Tumbó a tres bandidos que se estaban enfrentando con los seguidores de la ascensión y a otro que estaba recargando su mosquete con precisas ráfagas. No importaba que les matase al instante o simplemente les hiriese, sus adversarios se encargaban de terminar con ellos.

Uno de ellos se dio cuenta de la presencia de Arbelma y empezó a correr hacia ella con la espada en alto. Arbelma se percató del bandido y le disparó dos veces con sus pistolas. El hombre cayó de rodillas, pero se puso a gatear. Disparó dos veces más, dándole en la yugular, y el bandido sucumbió a sus heridas.

Sin darse cuenta, otro apareció a su lado y se puso sobre ella. La desarmó con un golpe a sus brazos, arrojando una de las pistolas a un lado. Justo en ese momento, la explosión de una bola de fuego iluminó el campamento, dejando ver un furioso rostro, sucio y ennegrecido por la batalla.

El bandido puso sus ensangrentadas manos en su cuello y empezó a estrangularla. Arbelma intentó zafarse de él, pero no tenía fuerzas y la herida de su espalda le recordaba con rápidos y dolorosos pinchazos que se estaba desangrando.

Dirigió la pistola que aún tenía hacia su cabeza, pero el bandido liberó una mano para desviar el disparo. Arbelma apretó el gatillo, pero su agresor tenía demasiada fuerza y los disparos se perdieron en el aire. Al final, se quedó sin balas y escuchó impotente el chasquido del arma sin munición.

Volvió a apretar con los dedos su delicado cuello. Arbelma ya no podía respirar. Sintió que su cabeza  le iba a explotar de un momento a otro. Su visión de nubló de nuevo y comenzó a marearse. Su fuerza menguó y apenas ofreció resistencia. Sus ojos miraron para otro lado mientras su agresor sonreía y sus brazos cayeron inertes al suelo.

El bandido se acercó a su rostro con aires de gloria.

 Cómo me hubiera gustado convertirte en mi mascota…

En cuanto escuchó esas palabras salir de su boca, sujetó la pistola y le golpeó la cabeza con ella. El porrazo le pilló desprevenido y aprovechó para empujarlo a un lado. Arbelma volvió a levantar el arma y volvió a golpearle con ella. Ahora era ella quien se había subido encima y le golpeó otra vez en la cabeza.

Arbelma estaba ida de sí. Bajo coléricos gritos de ira, golpeó sin parar la cabeza del bandido con la culata de la pistola. No se detuvo por nada, las flechas pasaban por su lado y el sonido de  la batalla camuflaba sus bramidos. Siguió golpeando una y otra vez. El bandido había dejado de moverse pero eso no la detuvo. Su cabeza se cubrió de sangre que salpicaba con cada porrazo. Al final, el rostro del bandido pasó a ser una masa irreconocible de carne y huesos.

No paró hasta que dejó de notar la dureza del cráneo. Pero de pronto, se mareó. Sintió hormigueos por sus extremidades. Su visión desapareció por completo. Sintió que ya no podía mantener el equilibrio.

Intentó alzar la voz para pedir ayuda a alguna de sus dos compañeras, pero no le salieron las palabras. Su cuerpo dejó de responder y se desplomó inerte justo al lado del bandido que había matado.



Comentarios

  1. ARBELMA!!!! NO!!!! qnq Espero que sobreviva... Y aver cuando sale Sheik y Nairin

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