Perdidos en el desierto. Capítulo 4
¡Léetelo des del principio para enterarte de toda la historia!
Capítulo 4: Perseguidos
Index de capítulos:
.Capítulo 4: Perseguidos
.Capítulo 5: Desolación en la Desolación
.Capítulo 6: A Contrarreloj
.Capítulo 7: El peor desierto
.Capítulo 8: Última Parada + Epílogo
El
hombre estaba vestido con una túnica eloniana y un yelmo de dragón. Pero lo que
más les llamó la atención fueron sus guantes de bestialma.
.Capítulo 5: Desolación en la Desolación
.Capítulo 6: A Contrarreloj
.Capítulo 7: El peor desierto
.Capítulo 8: Última Parada + Epílogo
Arbelma
abrió los ojos para ver a una mujer sylvari arrodillada a su lado. Su tez
amarilla le pareció hermosa, al igual que sus ojos verdes como caoba. Su
ropa estaba formada por diversas hojas de su mismo color que le tapaban todo el
cuerpo salvo los hombros, los cuales eran perfectamente redondeados.
— ¿Cómo te encuentras? —preguntó la sylvari con una voz dulce.
— Viéndote, como si estuviera en el paraíso.
La
mujer esbozó una tímida sonrisa que Arbelma igualó al instante. Sin embargo, se
percató que estaba rodeada de vendas sucias. Reconoció su sangre en ellas,
además de otras manchas rojas y negras.
Se
miró a sí misma. No llevaba puesto su atavío. En su lugar, un montón de vendas
rodeaba todo su torso. Intentó ponerse la mano en la espalda, pero el solo
movimiento de su brazo le provocó un pinchazo extremadamente doloroso que se esparció por toda su columna.
— ¡No hagas movimientos bruscos! Apliqué magia de agua en tu herida, pero no está
curada del todo.
Arbelma
recordó todo lo que pasó anoche. Su fuga de aquella cueva llena de bandidos y
el ataque al campamento. Su memoria recobró al mismo tiempo que los rayos del
sol entraban a través de los huecos de las cortinas.
Se
levantó de la camilla como si fuese un bebé humano que apenas aprendía a
caminar. La mujer intentó detenerla, pero se zafó de ella y salió de la
tienda.
El
olor a humo fue lo único que sintió. La luz del amanecer dejó ver un campo de
batalla en el interior de un campamento infestado de ruinas y ceniza. Las tiendas
elonianas habían ardido con furia y tan sólo quedaba un rastro negro de palos
de bambú calcinados. Personas con vestidos de civil amontonaban los cuerpos,
tanto de bandidos como los de sus compañeros en pilas separadas. Otros
simplemente se quedaron parados delante de los restos de una tienda o de
cúmulos de arena cavada, asimilando sus pérdidas.
Reconoció
a Relsiin junto a dos humanos y un charr. A diferencia de ayer, tenía puesta su
armadura de siempre, en tan perfecto estado que hacía contraste con la ropa
desgastada de los demás. Verla con vida le indicaba que habían ganado la
batalla, pero la gran cantidad de cuerpos demostraba que habían pagado un coste
muy alto por ello.
— Relsiin.
Cuando
escuchó su nombre, la ladrona se dio la vuelta. Sus tres acompañantes se
apartaron y se fueron en diferentes direcciones, dejando a las dos solas.
— Deberías estar descansando.
— Estoy bien, no te preocupes.
— ¿Preocuparme? Cuando todo terminó te encontramos muerta. O al menos, yo pensé
eso. De no ser porque había una curandera cerca, ahora mismo te hubiéramos clasificado
con los demás.
Alma
de Escarcha apareció y se puso al lado de Relsiin. Cuando miró a Arbelma, se
mostró sarcásticamente sorprendida.
— ¡Arbelma! Sigues viva. Eso es bueno, supongo. —Se dirigió a Relsiin—. Kalidonn
ha muerto, algunos seguidores lo han separado del resto.
— ¿Y eso?
— Dicen que su deseo siempre fue que lo enterrasen cerca de la Roca del Augurio.
Al resto los quemarán, no quieren arriesgarse a que Joko los despierte.
Las
tres aventureras se quedaron en silencio. No sabían qué hacer ahora.
— A todo esto, ¿quiénes eran?
— Bandidos de Shor. —Un seguidor de la ascensión se acercó a ellas apoyándose
sobre una muleta improvisada—. Son mercenarios al servicio de Joko. Anoche
rechazamos su ataque, pero van a volver. No podéis quedaros aquí.
— Necesitamos que nuestra amiga se cure antes.
— He dicho que no podéis quedaros. Está claro que estaban siguiendo el rastro a
vuestra amiga. Si os vais, los bandidos nos dejarán en paz.
— ¿Nos estás echando de aquí, pata-palo? —espetó Alma de Escarcha.
Alma
no necesitaba sacar su arco llameante para amenazar a la gente, se valía de su
propio cuerpo para hacerlo. Avanzó un paso y se encaró con el hombre. Éste se
apartó torpemente mientras creaba distancia colocando la muleta unos
pasos hacia atrás.
— ¡Ya basta! —Relsiin intentó poner orden antes de que las cosas empeorasen—.
Alma, Arbelma, venid conmigo, trazaremos un plan y nos iremos de aquí inmediatamente —concluyó clavándole la mirada al hombre.
Las
tres aventureras se juntaron en lo alto de un altiplano rocoso, dándoles un
panorama del campamento medio destruido y sus habitantes intentando reconstruir
lo que quedaba.
— ¿Qué hacemos ahora? —preguntó Arbelma.
Alma
de Escarcha se cruzó de brazos y fue la primera en hablar.
— Por lo que a mí respecta, tengo dos misiones que cumplir: recuperar esa corona
mágica y arrancarle la cabeza a Sheik.
— Eso último no es una misión.
— Es la mía. Si me quieres ayudar, perfecto, pero no te pienso pagar.
— Alma tiene razón. —añadió Relsiin.
— ¿En lo de la cabeza?
— ¡No! En que seguimos teniendo un trabajo que hacer. Venimos por el oro, no
podemos marcharnos con las manos vacías. Pero por otra parte…
Relsiin
miró de pies a cabeza al cuerpo herido y magullado de Arbelma. Su estado era deplorable.
— Ni se os ocurra dejarme aquí.
— En ese estado no nos sirves, chica. —añadió Alma de Escarcha.
— Vaya, gracias por tu tacto, Alma. —respondió Arbelma, ligeramente indignada.
— Necesitamos una montura para que te lleve y no te esfuerces demasiado.
La
frase de Alma pilló desprevenida a Arbelma. Acostumbrada a que la norn
respondiese con algún sarcasmo, no esperó para nada que mostrase preocupación.
La sensación fue la misma para Relsiin, que intentó ocultar sutilmente una sonrisa.
Las
tres se miraron en silencio. No necesitaban decir nada para demostrar que
estaban decididas a seguir pasase lo que pasase.
— ¿Cuál es el plan? —Preguntó Arbelma—. No es que sepamos precisamente a dónde ha
ido Sheik.
— En realidad sí. —Respondió Relsiin—. Anoche llegó un siervo de Nairin. ¿Sabes
ese adefesio pringoso con patas? Me dijo que le está siguiendo y que nos
dirijamos al sur, a Vabbi.
— ¿A Vabbi? —Inquirió Arbelma—. ¿No te has olvidado que nos están persiguiendo
los bandidos? Eso sería adentrarse en su territorio.
— Tenemos que pensar cómo llegar sin que nos descubran. —añadió Alma de Escarcha.
El
siervo de hueso subió al altiplano, se puso en medio de las tres aventureras y
se sentó mientras fijaba su mirada en ellas. Su actitud era la de un perro,
pero sin orejas, ni morro, ni piel.
— Mejor lo pensamos por el camino. —concluyó Relsiin.
Relsiin
bajó a recoger sus cosas. Alma de Escarcha fue a las afueras para llevarse a
tres raptores que los bandidos habían abandonado durante la batalla y Arbelma
volvió a la tienda, donde la sylvari que la cuidó la esperaba en la entrada.
Arbelma
había salido con sólo unas vendas cubriéndole el abdomen. No le importó mucho
debido a la situación, pero quería ponerse su ropa.
— ¿Y mi atavío?
— Lo lavé, pero aún está muy dañado. —La voz de la sylvari era dulce como su
carácter.
— No importa, lo necesito para irme.
— ¿Os marcháis? ¡Pero apenas puedes andar!
— No nos queda otra. Vuestra gente no quiere que sigamos aquí.
La
sylvari bajó la mirada al suelo. Su rostro de dulzura cambió a otro con un
semblante más serio. Sin embargo, levantó la mirada de nuevo y posó sus ojos en
los de Arbelma.
— Al menos deja que te ayude a poner el atavío.
La
cara de Arbelma cambió de parecer al instante.
— Querida, por mí, puedes ponerme lo que quieras.
Las
tres aventureras se reunieron en la salida del campamento. Cada minuto que
pasaban en ese sitio aumentaba la disconformidad y el nerviosismo de los
seguidores de la ascensión. Sus miradas, breves pero profundas, les recordaba
que ya no eran bienvenidas y no querían volver a verlas.
Alma
de Escarcha llegó con tres raptores agarrados por las riendas. Relsiin había
terminado de recoger sus cosas y Arbelma llevaba puesto su atavío, oscurecido y
dañado. La norn ayudó a la sylvari a subir en la montura y las tres se
marcharon del campamento. En esa ocasión, nadie se despidió de ellas ni
soltaron vítores. Dejó a las tres con un mal sabor de boca que no se les
pasaría en mucho tiempo.
El
camino que se abría ante ellas se ocultaba entre dos pronunciados acantilados.
Cada uno infestado de alimañas y anguilas de arena, las cuales provocaban
pequeños desprendimientos de roca cuando serpenteaban entre ellas. Los raptores
giraban sus cabezas ante el más mínimo movimiento y se desviaban del camino,
haciendo que las aventureras corrigieran su comportamiento con las riendas.
Mientras
recorrían el desierto, se pusieron a charlar para pasar el tiempo.
— Te noto más afable, Alma. —Comentó Arbelma—. ¿Ha pasado algo mientras estaba
inconsciente?
— Qué va, es sólo que me recuerdas a alguien a quien aprecio.
— ¿Tú, alguien a quien aprecias? —añadió Relsiin.
— Muy gracioso, peliblanca.
— Eh —añadió Arbelma—, mientras le siga recordando a esa persona y me cuide, por
mí no hay problema.
— No te pases o te abro esa herida que tienes en la espalda.
Las
ruinas de antiguas ciudades aparecieron en el horizonte, mezclándose entre los
altísimos montes y precipicios del desierto. El camino que seguían las condujo
hasta un asentamiento repleto de gente, pero sus esperanzas de que fueran amigables
se disiparon por completo cuando vieron una gigantesca estatua de Palawa Joko
alzándose sobre la aldea, con los brazos abiertos y su gorro picudo compitiendo
contra la torre más alta del lugar.
— Ahora empieza lo difícil.
— Deberíamos dejar los raptores aquí para no llamar la atención.
— Estoy de acuerdo.
Se
bajaron de sus monturas y les dieron una palmada para que salieran corriendo.
Las criaturas desaparecieron de su vista bajo sonoros trotes cuando doblaron
una esquina, dejándolas solas en pleno dominio de los despertados.
Tanto
Relsiin como Alma de Escarcha iban armadas, pero Arbelma estaba herida y no
poseía ninguna de sus armas. Si tenían que pasar por una aldea repleta de
despertados, tenían que infiltrarse y no ser descubiertas.
Dos
banderas mostraban la entrada al asentamiento. Pero en lugar de despertados,
había dolyaks de carga y aldeanos que no suponían ninguna amenaza aparente. El
sitio parecía tranquilo y despejado.
Las
tres se adentraron en la aldea y avanzaron lo más discreto que podían una humana
de pelo blanco, una sylvari azulada y una norn con cara de pocos amigos. Los
habitantes del lugar las miraban durante unos momentos y luego bajaban la
cabeza. Más que indiferencia, parecían tener miedo.
Al
otro lado del asentamiento se encontraba un puente que dividía un inmenso y
fértil huerto hundido. A diferencia del resto del pueblo, el puente sí estaba
vigilado por despertados.
Relsiin
se asomó detrás de un edificio para observarles más detenidamente. Alma de
Escarcha y Arbelma se pusieron detrás y se apoyaron en la pared mientras
vigilaban que no les apareciese ningún despertado por el otro lado.
Los
despertados del puente estaban tranquilos y aburridos mientras veían cómo
algunos granjeros pasaban a su lado portando cestas con las cosechas que habían
sacado del huerto. Pero su tranquilidad se perturbó cuando se acercó un hombre
montado en raptor.
Su
ropa era similar al que portaban los bandidos que capturaron a Arbelma.
— ¡Estamos buscando a una mujer planta: piel verde y una herida en la espalda! —La voz del bandido era tan fuerte que sonó por todo el asentamiento como un
eco que auguraba problemas—. ¿Ha pasado por aquí?
— No.
— Dile a tu superior que nos asentaremos aquí por si viene.
— No tenéis ninguna autorización para hacer eso. ¡El Creciente Acerado no va a
dejar que unos bandidos tomen el control de esta aldea porque les apetezca!
— Ya hemos enviado un mensaje al visir Kasahn explicándole la situación. ¡Si
queréis discutir sobre nuestra estancia aquí, yo y mis cientos de compañeros
estaremos encantados de hacerlo!
Mientras
decía esa frase, una docena de jinetes armados se adentraron en la aldea y
empezaron a recorrer las calles bajo gritos de guerra. Los despertados se
mantuvieron nerviosos en el puente y sin saber cómo proceder.
Los
aldeanos corrieron en todas direcciones, escondiéndose en sus tiendas y hogares
mientras los bandidos desmontaban de sus raptores y comprobaban todos y cada
uno de los rincones del asentamiento. Las tres aventureras se encontraban en
medio de todo y no tenían donde esconderse. Habían considerado huir por donde
habían entrado, pero los bandidos ya estaban tomando posiciones en ese lugar.
Estaban
atrapadas.
De
golpe se abrió la puerta de una casa que tenían enfrente. Alma de Escarcha sacó
su arco, Relsiin una de sus pistolas y ambas apuntaron en dirección a la
puerta. Sin embargo, dentro se ocultaba una persona que les empezó a hacer señas.
— ¡Vamos, por aquí! —exclamó sin levantar demasiado la voz.
No
tenían otra alternativa si querían seguir con vida. Las tres avanzaron
rápidamente y se adentraron en la casa.
Relsiin
fue la primera en entrar, seguida de Alma de Escarcha y finalmente una Arbelma
encorvada que estaba siendo escoltada por el siervo de hueso. La persona que las llamó cerró la puerta y la atrancó con una tabla de madera.
— Menos mal que os he encontrado antes que ellos. —la voz era de un hombre muy
familiar, pero eso no impidió que Relsiin le apuntara con la pistola.
— ¡Actheon! —Exclamó Arbelma con entusiasmo—. ¡Estás vivo!
Actheon
se quitó el yelmo y dejó ver su rostro ante sus compañeras.
— ¿Cómo nos has encontrado? —quiso saber Alma de Escarcha.
— Llegué aquí anoche mientras seguía el rastro de un ejército de bandidos, pero
me quedé atrapado cuando los despertados tomaron el lugar. Así que me refugié
en la casa de Moss.
— ¿Moss?
— Ese anciano de ahí.
Actheon
señaló un rincón de la casa y vieron a un anciano de cabello canoso sentado en
el suelo y fumando de una pipa de agua. El viejo no dejaba de sonreír y levantó
la mano para saludar, luego le dio otra calada a su pipa.
— ¡Sois todos bienvenidos a mi hogar! —Dijo Moss—. Actheon, esa mujer está
herida, que se tumbe en mi cama.
El
druida no se dio cuenta que Arbelma se encontraba herida hasta que el viejo se
lo dijo. Arbelma se lo agradeció y fue despacio hasta la cama mientras Alma de
Escarcha la ayudaba a caminar y apartaba al druida de su camino.
— Parece amigable. —dijo Relsiin refiriéndose al anciano.
— Es buena persona, pero se piensa que soy una palmera que habla.
— Bueno, tampoco se ha alejado mucho de la realidad.
Ambos
se rieron y se acomodaron un poco. Relsiin le explicó la situación en la que se
encontraban, el porqué de la presencia de los bandidos y su decisión de
recuperar el artefacto que Sheik había robado. Actheon asintió seriamente y se
apuntó a seguir con el trabajo. Al igual que ellas, también había venido por el
oro. Arbelma se puso a hablar con el anciano mientras permanecía tumbada de
lado en su cama.
Las
voces de los bandidos rodearon la casa, repiqueteando por las paredes como alimañas
correteando por un almacén lleno de comida. Sólo era cuestión de tiempo que
acabasen por entrar y descubrirles. Alma de Escarcha tensó su arco y apuntó a
la puerta. Su lobo se había quedado en las afueras, por lo que no tenía que
preocuparse por él si la cosa no acababa bien para ella. Sus compañeros
prepararon sus armas y Actheon se quedó al lado de Arbelma, que se levantó de la cama por si tenía que luchar.
Dos
golpes sonaron en la puerta. Permanecieron en silencio, con las armas
levantadas, esperando nerviosamente que las abrieran.
La
puerta volvió a sonar acompañada con gritos que ordenaban a los que estaban
dentro que la abriesen. Los aventureros no vacilaron y se mantuvieron firmes y
en silencio, invitando a los bandidos a entrar por sí solos. Los golpes pasaron
a ser arremetidas. Una tras otra, las bisagras de la puerta se fueron
debilitando y la tabla de madera acabó quebrándose.
Finalmente,
la puerta se vino abajo y la fuerza del viento que entró apagó todas las velas,
oscureciendo la casa. Con los ojos acostumbrados a la luz del sol, los bandidos
fueron incapaces de ver a los aventureros escondidos en la oscuridad de la casa.
Por
eso mismo, tampoco fueron capaces de ver lo que se les vino encima.
La
flecha de Alma de Escarcha salió disparada, atravesó el cráneo de uno de los
bandidos y se clavó en la pared del edificio de enfrente. Su compañero dio un
salto por el silbante sonido del proyectil y se apartó de él, adentrándose en
la casa y encontrándose de cara con Relsiin apuntándole en la cabeza con su
pistola. El bandido sopló y apretó el gatillo. A diferencia del arco, la
pistola hizo muchísimo más ruido. Una explosión de pólvora cubrió la habitación
mientras los restos de la cabeza del bandido se esparcían por las paredes, el
techo y las cortinas. Su cuerpo cayó como si fuese un muñeco de trapo. Sin embargo,
el otro que fue atravesado por la flecha murió plantado de pie.
Tan
solo aparecieron dos bandidos, pero estaban seguros que vendría el resto después
de oír el disparo. Tenían que actuar rápido, escapar de la aldea antes de que
los encontrasen. Actheon instó a Moss, el anciano, a que los acompañase, pero
negó con la cabeza y les dedicó una amplia sonrisa de oreja a oreja.
Actheon
cargó a Arbelma sobre su espalda mientras Relsiin y Alma de Escarcha salían de
la casa para despejar la zona. Cuando pasaron al lado del cadáver que se había
quedado plantado de pie, Arbelma le pidió requisar la espada del bandido para
que ella pudiera tener un arma con la que defenderse. Cuando se la quitó de su
rígida mano, el cuerpo cayó al suelo.
Los
cuatro se encontraban fuera, Alma de Escarcha y Relsiin se asomaron en una
esquina diferente y observaron a los bandidos, nerviosos tras haber escuchado el
disparo.
Alma
de Escarcha miró con odio y desprecio a sus enemigos. Fantaseó con la mejor
forma de matarlos dolorosamente mientras retorcía su arco de metal para
apaciguar sus ansias de sangre. Pero sus pensamientos se esfumaron cuando notó
algo viscoso pasando entre sus pies. Bajó la mirada y observó al siervo de
hueso yendo en dirección al puente donde estaban tanto bandidos como
despertados.
— ¿Qué hace?
— ¡Vuelve! —Relsiin exclamó con voz susurrante. No podía alzarla, pues se
encontraban en una aldea infestada de enemigos y un grito los alertaría a todos.
Uno
de los bandidos bajó la mirada y se sobresaltó cuando vio a la criatura.
— ¿Qué leches es eso?
El
siervo de hueso se plantó en medio de la plaza, delante de los bandidos y los
despertados. Nadie supo cómo actuar y se quedaron perplejos observando al
siervo. De repente, la criatura empezó a hincharse como un globo. Su cabeza se
agitaba de un lado para otro mientras su cuerpo aumentaba de tamaño y superaba
en altura a un humano normal.
— ¡Se está inflando!
Delante
de todos, el siervo de hueso explotó y una nube negra verdosa tapó la plaza
entera. Los bandidos tosieron en el interior y algunos de ellos cayeron
inconscientes por el espantoso hedor. Pero donde ellos veían una nube que los
ahogaba, Relsiin vio la oportunidad perfecta para escapar.
— ¡Corred!
No
hubo tiempo para discusiones. Relsiin se puso por delante del grupo y se
adentró en la nube con la esperanza de atravesar el puente. Alma de Escarcha
detrás de ella. Su máscara, aunque ayudaba, no impidió que oliese el horrible
hedor de la criatura. Intentó respirar lo menos posible mientras los bandidos
que habían quedado atrapados en la nube tosían sin parar.
Relsiin
corrió y casi tropezó cuando el suelo se elevó repentinamente. Siguió avanzando
hasta que la nube se desvaneció de sus ojos y dejó ver un huerto inundado y a
varios aldeanos que habían detenido su trabajo para ver el espectáculo. Alma de
Escarcha apareció justo después y apuntó con el arco a su compañera. Cuando la
reconoció, la destensó y se acercó a ella. Faltaron por llegar Actheon y Arbelma.
Esperaron impacientemente a que saliesen de la nube, pero tardaban demasiado y
la nube empezaba a disiparse.
Finalmente,
apareció la silueta de una persona cargando a otra a sus espaldas. Eran ellos y
tanto Relsiin como Alma de Escarcha soltaron un suspiro de alivio.
— ¡Ahí están! —Unas voces procedentes de uno de los extremos de la aldea sonaron
como una alarma humana. Los bandidos los habían descubierto y los fusileros
dispararon contra ellos con sus mosquetes. Por suerte, estaban tan lejos que las
balas impactaron en los pilares de piedra que constituían el puente. Alma de
Escarcha tensó el arco y derribó a uno de ellos.
El
grupo abandonó la aldea y salió corriendo hacia el sur, siguiendo el camino de
tierra y adentrándose en los Bajíos de Soberanía.
No
se detuvieron por nada. Ignoraron a los depredadores que se asomaban para ver
quién estaba corriendo. Con suerte, los aventureros llegarían
a un lugar donde poder ocultarse y, si no era posible, encontrar un sitio
elevado para defenderse de los bandidos. El suelo era blando, pero sus pies
estaban ardiendo de cansancio. La humedad del lugar hizo que el sudor de su
piel se pegara a su armadura. Las aves tropicales cantando y las corrientes de
agua no pudieron ocultar el ajetreo de sus pisadas.
Cuando
Relsiin, el miembro con menos peso sobre sus espaldas, empezó a jadear del
cansancio, una colosal estatua de Joko se elevó en medio de su camino,
bloqueándoles el paso con su atroz presencia. A sus espaldas ocultaba el
inmenso muro que separaba los dominios de Joko con el mundo libre.
— ¡Ya estamos cerca! —exclamó Relsiin bajo incesantes jadeos.
No
pensaron en cómo se disponían a atravesarlo, ni si tendrían que burlar a los
guardias de las puertas. Lo único que les importaba era haber llegado sanos y
salvos.
El
grupo aminoró la marcha hasta llegar a andar. Todos estaban agotados y ver las
colosales murallas de la Desolación les animó.
Tanto,
que bajaron la guardia.
Alma
de Escarcha pisó lo que pareció un garfio del suelo, que se accionó y soltó un
flojo chasquido apenas imperceptible. La norn observó a cámara lenta cómo la
pieza salía disparada ante sus ojos. De golpe, algo explotó a sus pies y todo
el lugar se llenó de alquitrán hirviendo. La onda expansiva tumbó todo el grupo
al suelo. Arbelma cayó sin responder justo a las espaldas de Actheon. Relsiin
intentó levantarse, pero el alquitrán era extremadamente pegajoso y el olor la mareaba. No podía moverse y vio impotente cómo un grupo de
despertados se acercaba a ellos con aires de superioridad.
— Los tenemos.
— Alabado sea Joko. Inmovilizadlos y llevároslos.





Gg
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