Perdidos en el desierto. Capítulo 5
¡Léetelo des del principio para enterarte de toda la historia!
Capítulo 5: Desolación en la Desolación
Index de capítulos:
.Capítulo 5: Desolación en la Desolación
.Capítulo 6: A Contrarreloj
.Capítulo 7: El peor desierto
.Capítulo 8: Última Parada + Epílogo
Relsiin esperó pacientemente a que el alquitrán que la había inmovilizado desapareciese y así poder alcanzar sus armas para acabar con los despertados, pero sus esperanzas se esfumaron cuando la ataron a ella y a sus compañeros de pies y manos a la espalda y los metieron a todos en una jaula oxidada.
La
habitación estaba a oscuras. Las armas de la nigromante estaban colocadas sobre
el escritorio mientras que el báculo estaba al lado de la cama, una cama que
estaba siendo ocupada por Nairin. La asura se había cubierto con una manta
semitransparente, pero la tiró a un lado con los pies mientras dormía. Vestía
una ropa que Alma no había visto nunca puesto en ella. Dormía plácidamente sin
percibir la presencia de Alma de Escarcha.
.Capítulo 6: A Contrarreloj
.Capítulo 7: El peor desierto
.Capítulo 8: Última Parada + Epílogo
Relsiin esperó pacientemente a que el alquitrán que la había inmovilizado desapareciese y así poder alcanzar sus armas para acabar con los despertados, pero sus esperanzas se esfumaron cuando la ataron a ella y a sus compañeros de pies y manos a la espalda y los metieron a todos en una jaula oxidada.
Tirado
por dos dolyaks de carga y escoltado por media docena de despertados montados
en raptor, el carromato atravesó las inmensas murallas de los dominios de Joko
y se adentró en lo que en Elona se denominaba: La Desolación. El hedor a azufre
y alquitrán estaba siempre presente y le quemaba la nariz cada vez que
respiraba, pero al cabo de media hora se acostumbró y dejó de sentirlo. El cielo
era anaranjado, una mezcla de tierra y polvo que se había levantado de las
minas de azufre y que ocultaba el sol con su turbidez antinatural.
Inspeccionó
la jaula en busca de algo con que cortar las cuerdas, pero no encontró nada
salvo piedras que como mucho podían ser usadas de proyectil. Comprobó el estado
de sus compañeras. Alma de Escarcha luchó por deshacerse de sus ataduras, pero
acabó rindiéndose al llegar a la conclusión que no podía liberarse y acabó
sentándose. Actheon, por su parte, no dejó de mirar a Arbelma, que se
encontraba en posición fetal en el suelo. Apenas se movía y gesticulaba un poco,
pero había dejado un pequeño rastro de su sangre azulada desde la puerta de la
jaula y su atavío presentaba una mancha oscura en su espalda. No sabía si su
herida se había abierto cuando explotó la trampa o cuando los despertados la
movieron bruscamente. Lo que tenía claro es que estaba sufriendo y necesitaba
atención médica urgentemente.
— ¿Cómo está? —le preguntó Relsiin a Actheon.
— Mueve los ojos, pero no habla. Es posible que haya sufrido un shock cuando
explotó la trampa.
Relsiin
miró con preocupación a Arbelma, que tenía el cuerpo mirando hacia afuera.
Actheon estaba sentado a su lado y podía verla perfectamente, pero Relsiin solo
podía mirar su manchada espalda y tenía que preguntarle al druida por su estado.
— ¿Y quién la hizo explotar?
Una
voz invadió su mente. Al instante, volvió a sentirse mareada y le entraron
arcadas. Hubiera vomitado de no ser porque no había comido nada en todo el día.
Giró
su cabeza hacia la derecha y creyó ver la silueta transparente de una señora
que desapareció ante sus ojos en un pestañeo. No había nadie a su lado, Alma
estaba en el otro lado mirando con odio a los despertados y Actheon vigilaba a
Arbelma.
Pero
no podía quitarse la sensación de que alguien estaba a su lado y la estaba
observando.
— La norn os odia a todos. No es casualidad
que una guardabosques experta en trampas pise una. Nunca ha querido compañeros.
Intentó matar a la asura y va a matar al resto.
Una
y otra vez, la voz recorría su cabeza sin que pudiera evitarlo. Sus compañeros
no parecieron percatarse de nada. Todo estaba en su interior. ¿Tenía
alucinaciones debido al aire tóxico de la zona?
— El rencor la carcome por dentro. Vuestra
pasividad con la asura terminó por llenar su odio hacia vosotros y va a
vengarse cuando menos te lo esperas. Sé lista, piensa en ti, en Actheon y en
Arbelma.
— Qué tontería.
— ¿Qué? —saltó Alma de Escarcha.
— ¿Hm?
— ¿Qué es una tontería?
— Oh, nada. Estaba pensando en mis cosas.
Definitivamente
el aire le estaba provocando alucinaciones, pero no evitó que esa posibilidad se
materializase en su cabeza. No era común que una experta guardabosques como
Alma de Escarcha pisase tan imprudentemente una trampa tan grande.
Llegaron
a un pueblo al que los despertados llamaron Aldea de Pureza. Los edificios
tenían las paredes corroídas por la erosión del aire. Nidos de avispas se habían
formado entre los surcos y respondían con extrema hostilidad a cualquiera que
se acercaba. Los aldeanos, lejos de parecer normales, estaban muy delgados y
desnutridos por la falta de comida y los despertados campaban a sus anchas por las
calles como conquistadores en una tierra ocupada.
Una
vez cruzaron el puente que daba acceso a la aldea, los despertados se apearon
de sus monturas y abrieron la jaula en la que se encontraban. Relsiin pensó en
darle una patada a uno, pero se contuvo en el último segundo. La piel curtida
de los muertos vivientes era áspera y cuando la agarraron le entraron
escalofríos por todo el cuerpo. Alma de Escarcha se resistió y necesitaron a
tres personas para conseguir levantarla y moverla, mientras que Actheon fue
arrastrado de los pies hasta la puerta de la jaula y subido al hombro de un
despertado sorprendentemente musculoso. Cuando hicieron lo mismo con Arbelma,
ésta soltó un quejido de dolor.
— ¡Cuidado con ella, está herida! —replicó Actheon.
Pero
los despertados lo ignoraron por completo y la arrastraron de punta a punta de
la jaula, el atavío se manchó con la sangre de la sylvari y se llevó el rastro
que había dejado cuando la metieron al principio.
Los
llevaron hasta la puerta de un edificio que dejaba mucho que desear. Con sus
paredes descoloridas y manchas de humedad y moho, Actheon comparó mentalmente
el sitio con el hostal en el que durmieron en Amnoon el primer día que llegó a
Elona. De alguna forma, añoraba ese lugar y deseaba volver allí, aunque fuera
por un solo día.
Se
pusieron todos de pie, incluida Arbelma, que se mantuvo con todas las fuerzas
que le quedaban. Actheon se acercó a ella, pero el despertado musculoso se
interpuso y lo apartó de ella. Luego, agarró el brazo de la sylvari y la hizo
apoyarse en él.
Les
quitaron las ataduras de los pies y los hicieron desfilar de dos en dos para
adentrarse en un gran salón bastante decorado. Lámparas de techo iluminaban
unas paredes blancas que presentaban manchas en muchos sitios. El suelo era de
una madera que crujía allá donde pisaban y los bordes de las paredes tenían
azulejos que le daban un toque lujoso a la decrépita habitación. Los aventureros avanzaron por el salón mientras eran
escoltados por sus captores y bajo la atenta mirada de los que ya se
encontraban en el interior.
Cuando
llegaron al fondo de la sala, vieron a alguien demasiado familiar sentada en un
ostentoso trono de alas de oro y dos estatuas de chacal sujetando cuencos de
fuego que la iluminaban con una luz verde.
— ¡¿Nairin?! —exclamaron todos al unísono.
La
nigromante asura, Nairin, permanecía sentada cómodamente mientras inspeccionaba
al grupo con sus enormes ojos y ponía una cara pedante y de indiferencia.
— ¿Qué os parece? —dijo ella.
Actheon,
Relsiin y Alma de Escarcha se quedaron boquiabiertos. Todos esperaban que, como
mínimo, hubiese un humano vivo controlando a los despertados. Absolutamente
ninguno de ellos se hubiera imaginado a Nairin ocupando ese lugar.
— ¿Cómo? —preguntó Relsiin, atónita e incrédula—. Se supone que nos esperabas en
Vabbi.
— Verás, estaba siguiendo a Sheik a escondidas, pero acabó descubriéndome y me
engañó con una ilusión para desviarme del camino. Los despertados me capturaron
en Desolación, pero les convencí de que Sheik había robado un artefacto
extremadamente peligroso y se disponía a usarlo contra el rey Joko. —Cuando
pronunció su nombre, los despertados de la sala gritaron al unísono “¡alabado
sea Joko!”, sobresaltando a los aventureros—. Luego me enteré que estabais siendo
perseguidos y mandé una tropa a recogeros.
— ¿Y exactamente cómo has conseguido el control de estos despertados? —preguntó
Actheon.
— Me retó y ganó en una apuesta de quién bebía más —respondió uno de los
despertados por ella, que resultó ser el oficial al mando—, y eso que no tengo
hígado.
Uno
de los soldados se acercó y cortó las cuerdas que tenían atadas en las manos,
liberándoles y dejándoles con una sensación de falsa libertad. Alma de Escarcha
se frotó las muñecas y de repente se sintió mareada y con náuseas.
— Mira a esa asura, sentada en un trono de
oro mientras los demás sufríais en el desierto. Si realmente la hubiesen
capturado estaría en una celda. —Alma miró a su alrededor, no veía a nadie
cerca salvo la multitud de despertados y a sus compañeros. La voz que retumbaba
en su cabeza no la escuchaba nadie más—. Está
conchabada con Sheik. No quiere que le encontréis y os ha engañado como tontos.
Alma
de Escarcha siguió escuchando a la voz e intentó usar la lógica a lo que decía.
Era cierto que en una situación así era muy improbable que acabase controlando
un batallón de despertados, pero no consiguió relacionarla con Sheik, pues fue
ella quien evitó que el hipnotizador acabase con ellos, frustrando sus planes.
— Es una asura, los asura nunca son de
fiar. Tú más que nadie debería saberlo. Son traicioneros y destruyen vidas
enteras en nombre de su caprichosa ciencia. Ella trama algo, y ten por seguro
que os traicionará a todos.
La
voz desapareció y se le pasaron las náuseas. Alma miró a los lados, extrañada.
Todo estaba igual que hace unos momentos y nadie se percató de nada.
— ¿Y mi siervo? —preguntó Nairin.
— Explotó cuando escapábamos de una aldea.
Nairin
levantó la cabeza y miró al techo. No parecía estar afectada, pero tampoco apática.
— Bueno, siempre puedo crear otro. ¿Tenéis hambre?
Los
aventureros se miraron entre ellos y fueron invitados a sentarse en una de las
mesas del salón. Se sentían incómodos con los despertados celebrando y bebiendo
a su lado cuando horas antes luchaban contra ellos. Todos cantaban, bebían y se
contaban anécdotas. Actheon y Relsiin acabaron relajándose, pero a Arbelma le
costó horrores sentarse y mucho más comer algo. El despertado musculoso la
acompañó en todo momento y la ayudó en lo que pudo. La sylvari no habló en
ningún momento, pero hizo gestos para indicar a su persistente acompañante lo
que quería comer.
Alma
de Escarcha, por su parte, se sentó al lado de Relsiin, en el sitio más lejano
de la asura. La miró sin parar mientras le daba un bocado a una pata de pollo,
pensando en lo que dijo la voz. Su opinión de los asura era nefasta, pues llegó
a formar parte de sus crueles experimentos en el pasado. Su odio hacia ellos aumentó
con el paso del tiempo, pero podía contenerse cuando veía a uno. Ésta misión no
fue diferente, cuando vio a Nairin subir por las escaleras de Amnoon, le vino a
la mente todo lo malo que representaban. Quizás hubiese conseguido tolerar su
presencia con el paso de los días, pero nunca llegó a fiarse de ella.
Nairin
tampoco cambió su punto de vista de Alma, cuando dirigió su mirada hacia ella,
la pilló observándola, como si la estuviera inspeccionando. Sabía que la norn
seguía desconfiando y podía suponer un problema. No creía que la degollaría por
la noche, pero sí que tendría que tomar precauciones cuando estuviese cerca.
La
celebración continuó hasta la noche. Finalmente, vino un médico humano que
atendió a Arbelma y se la llevó a otra habitación. Actheon quiso acompañarla,
pero Relsiin le agarró del brazo y le dijo que la dejase ir con él, que sabía
cuidarse sola. Poco a poco, los despertados empezaron a marcharse a sus
aposentos mientras algunos se durmieron directamente en el comedor por el
alcohol. Pese a su espantosa apariencia y el fuerte olor a alquitrán que
desprendían, los aventureros se sintieron a salvo por primera vez en días.
Nairin
les guio por el piso de arriba, donde había un pasillo con habitaciones y
podían pasar la noche. Cada uno eligió la suya y cerraron la puerta.
Actheon
entró en una habitación con toscas velas en las paredes que iluminaban una sosa
cama de tela transparente. No logró conciliar el sueño y pasó un buen rato
dando vueltas en ella hasta que escuchó pasos en el pasillo.
Abrió
la puerta y vio a Arbelma caminando a su habitación. En lugar de su atavío,
tenía una especie de brigantina con placas, parecía encontrarse mejor, pero
seguía caminando con dificultad. La luz de su interior era más débil, pero
seguía brillando con un azul muy vivo en su cabello y algunos surcos de su
piel.
— ¡Arbelma! —llamó Actheon.
— Eh, hola Actheon —habló por primera vez desde su huida de la aldea—. ¿No
duermes?
— No podía. ¿Cómo estás?
— Mucho mejor. El médico me suturó la herida y me puso esta cosa para que no se
me vuelva a abrir. Lo miro por el lado positivo: si me golpean, las placas
amortiguarán cualquier impacto. —terminó diciendo mientras daba golpecitos a la
placa de su pecho con su puño y sonreía.
Actheon
se percató de que era la primera vez que veía a la sylvari sin su atavío. La
brigantina le apretaba bastante, ajustando y definiendo su delgado cuerpo. Sus
pantalones eran los mismos y estaban bastante desgastados. Su tono negro se
destiñó y ahora era de un gris apagado. Sus botas, sin embargo, parecían estar
lavadas hace poco.
— Me alegra que estés bien. Cuando te vi aquella vez te encontrabas en bastante
mal estado.
— Bueno, es lo que uno espera cuando le clavan una lanza a la espalda.
Ambos
se rieron tímidamente y terminaron sonriendo el uno al otro. Pero la sonrisa se
borró del rostro de Arbelma mientras ponía los ojos como platos y miraba a los
lados nerviosamente.
— ¿Arbelma?
— Disculpa, he de irme.
Arbelma
se dirigió a su habitación, dejando a Actheon a solas y desconcertado en el
pasillo.
Una
vez dentro, se aseguró de cerrar con pestillo para que no la molestara nadie.
Debajo de cada cama había siempre un orinal. Arbelma lo sacó y acercó su cara.
La brigantina le facilitaba el movimiento y el hecho de no dolerle la herida
era algo que agradecía profundamente. Le dieron arcadas e intentó vomitar en el
innecesariamente decorado cuenco, pero se resistió y logró mantener su comida
en el estómago.
— ¿Por qué te escondes? ¿Tienes miedo que
descubra lo que eres?
La
voz de una mujer se apoderó de sus pensamientos.
— Déjame en paz. Eres una alucinación, nada más.
— Oh, querida, sabes perfectamente que no
soy una alucinación. Soy tu consciencia, soy la voz que debes escuchar.
— ¡Y un cuerno!
— No puedes ocultar algo así del resto del
grupo, mi pequeña adicta. Desde que viste ese cachivache de hematites has
deseado consumir su magia. Quizás eso te cure la herida de la espalda, quizás
te dé el poder que necesitas para acabar con los que te persiguen. Quién sabe
qué maravillas puedes hacer con eso.
— Ya sé lo que puedo hacer con eso, sé lo que hice aquellos días, la gente que
maté. ¡Todo por culpa de esa maldita magia!
— La tiara no tiene ni una fracción de la
magia que consumiste aquel día. Todo en exceso es malo, al fin y al cabo. Pero
algo tan pequeño no podría hacer daño a alguien tan fuerte como tú.
La
voz se adentró en lo más fondo de sus recuerdos y sacó a la luz eventos de hace
años. En ellos, se veía a sí misma siendo tragada por una explosión azul, la
excitación y rabia que sintió en ese instante y la necesidad de querer más. Sus
memorias se infectaron con momentos en los que les cortaba el cuello a personas
para absorber la magia en su interior.
— ¡Ya basta!
Arbelma
se giró y vio una habitación vacía con su cama y el orinal en sus manos. Ya no
escuchaba la voz. Tan sólo un silencio que había roto con su grito.
La
puerta de su habitación sonó con tres golpecitos y la voz de Actheon se escuchó
al otro lado.
— Arbelma, ¿te encuentras bien?
Impotente,
la sylvari se sentó en el suelo y apoyó su dolorida espalda en el marco de la
cama.
— Sí, estoy perfectamente.
— ¿Seguro? Te he oído gritar desde aquí.
Le
entró un escalofrío que pasó por toda la columna. No se dio cuenta del volumen
de voz que usó cuando habló con la voz y temió que la hubiesen escuchado todos.
Para aliviar la tensión y la incomodidad de la situación, comentó en un tono jocoso:
— No sabía que te gustase espiarme.
Esperó
que su tono burlón hiciese que se lo tomase a broma. Sin poder verse, uno podría
interpretar sus palabras de cualquier forma. Por suerte, La risa de Actheon se
oyó desde el otro lado.
— ¿Necesitas charlar?
Arbelma
se levantó del suelo y le abrió la puerta a Actheon.
— De hecho, sí, gracias.
Le
invitó a pasar y Actheon se puso en medio de la habitación, pero se detuvo
cuando vio el orinal ahí en medio.
— Oh, perdón. No sabía que estabas ocupada.
— ¿Qué? Ay, lo saqué porque pensé que iba a vomitar.
Recogió
el cuenco y lo volvió a esconder debajo de la cama. Luego se sentó a un lado de
la cama mientras apretaba el marco con sus manos.
— Bueno, ¿quieres hablar de ello?
Arbelma
se resistió a hablar al principio, el miedo le encogía el corazón y sus labios
temblaron. Necesitaba contárselo a alguien para quitarse ese peso de encima,
pero al mismo tiempo no quería ser tachada de una persona peligrosa. Actheon
fue paciente y se sentó a su lado mientras esperaba en silencio, dándole tiempo
y espacio para prepararse.
— Me corrompí con la magia de hematites.
— ¿Hematites? ¿Cómo?
— ¿Recuerdas el incidente del Pantano, cuando Balthazar hizo explotar la piedra
de hematites?
— Sí, investigué sobre ello mientras le seguía la pista.
— Yo estaba buscando a una persona en ese lugar cuando ocurrió. La explosión me
dio de lleno y… me perturbé. —la voz de Arbelma tembló. Actheon se sorprendió
al recordar la primera vez que se conocieron. La consideró una persona jovial y
optimista y verla ahora de ese modo le dejaba una mala sensación en el cuerpo—.
Recuerdo poco de aquello, pero pasaba días vagando por el pantano, matando
miembros del pacto que también fueron alcanzados por la onda para absorberles
la magia, me clavaba esquirlas de hematites en los brazos. Fue terrible.
— ¿Cómo lo superaste?
— La persona que buscaba vino para rescatarme. Me depuró y luego me dio
la patada.
— ¿Te echó de su casa?
— Sí —Arbelma rio con ligereza—. Yo estaba enamorada de ella y… digamos que me
pasé un poco siguiéndola por todas partes.
— Vaya, y te tenía por alguien normal.
— ¡Eh!
Ambos
empezaron a reírse mientras Arbelma le soltaba un puñetazo de broma contra el
hombro de Actheon.
— ¿Qué te ha hecho volver al pasado?
— Cuando quedé inconsciente la noche de la batalla contra los bandidos, una voz surgió
de mi mente y me obligó a recordar todo lo que hice. Me instó a consumir magia
de hematites para curarme y que debía abandonar la expedición.
— Espera, ¿Una voz de mujer?
— Sí, ¿por qué?
Actheon
se quedó paralizado.
— Una mujer vieja.
— Sí. —respondió desconcertada—. Actheon, no me digas que tú también la has oído. —El druida no contestó y se limitó a mirarla fija y seriamente a los ojos—. Por
el árbol pálido…
Alma
de Escarcha no dejó de darle vueltas al asunto. Estaba segura de que Nairin no
decía la verdad. ¡Era evidente! Pero sus compañeros no la escucharían. Dirían
que hablaba su odio en lugar de ella, que aplicase la lógica a sus
pensamientos. Estaba harta. Harta de todo y harta de la asura.
— Ellos no sufrieron como tú lo hiciste. Nunca
sabrán lo que era formar parte de sus crueles experimentos. Tú misma lo has
visto con tus propios ojos, cómo esos seres manipulan a su propia familia para
buscar cómo contentarse y excusarse con la “Alquimia Eterna”.
La
norn estaba sentada delante de un escritorio de su habitación a la luz de una
vela. Cuando miraba fijamente la llama podía ver todo lo que le había hecho la
Inquisa. Su rabia fue acumulándose mientras la voz seguía susurrándole en el
interior de su mente y mostrándole recuerdos que no podía reprimir de ninguna
manera.
— Imagina que en lugar de ti se lo hubiesen
hecho a Kaede. Quién dice que no se lo han hecho ya mientras tú estás aquí sin
hacer nada al respecto.
Apretó
los puños mientras contenía su rabia y se convencía a sí misma de que nadie la
iba a ayudar, nadie se atrevería a forzar a la asura a contar la verdad. Su
grupo corría peligro y ella era la única que podía salvarlos. Pero para ello,
tenía que estar dispuesta a hacerle daño si hiciera falta.
— Tienes dos cuchillos en el costado,
úsalos y salva a tus compañeros. Sálvalos de ella.
Alma
de Escarcha salió de su habitación descalza para que no la escucharan. La
habitación de Nairin se encontraba al final de todo y tuvo mucho cuidado en no
pisar una tabla suelta ni nada que chirriase con su peso. Cuando llegó a la
puerta, se agachó e inspeccionó el pomo. El pestillo no estaba echado y abrió
la puerta lentamente.
Se
colocó al lado izquierdo de la cama, que era donde Nairin se encontraba más
cerca. Miró su rostro mientras retorcía el mango del cuchillo que tenía en la
mano y vaciló en usarlo.
— Duerme pensando que su plan va a
funcionar. De que os traicionará. No puedes arriesgarte, es demasiado
peligrosa. Adelante, sé que lo deseas, hunde la hoja en su cuello, húndela hasta
tocar su columna. Mátala, ¡mátala!
La
voz alzó su tono tan fuerte que pilló a Alma desprevenida. Nairin se sobresaltó
y abrió los ojos para ver a la norn casi encima de ella y con un cuchillo apuntando
a su cuello.
Ambas
se quedaron paralizadas por un segundo hasta que volvieron en sí.
Alma
de Escarcha bajó el cuchillo directo hacia el cuello de la asura, pero ésta se
inclinó hacia un lado y se clavó en el cojín. Nairin flexionó su brazo
izquierdo y soltó un látigo de oscuridad a la cabeza de Alma.
— ¡Mis ojos!
La norn se apartó para frotarse los ojos,
dando tiempo a la asura a salir de la cama en busca de su báculo. Alma saltó
encima de Nairin, alzó su pierna y le dio una patada al arma, partiendo el
báculo en dos. Se sacó el otro cuchillo que tenía en el costado y se dispuso a
apuñalarla, pero la nigromante se hundió en el suelo y apareció al otro lado de
la habitación mientras la luz del azufre mezclado con huesos iluminaba toda la
habitación. Alma se abalanzó sobre ella, la agarró por la ropa y la levantó en
el aire. La asura pesaba mucho más de lo que pensaba y le costó, pero el odio
que recorría sus venas hizo que la lanzase contra el espejo de la habitación
mientras soltaba un grito de cólera. Nairin se estrelló contra la ventana y
aterrizó sobre el mostrador. El ruido del impacto, el cristal rompiéndose y el
mostrador viniéndose abajo fue atronador.
Nairin
intentó levantarse del suelo, los cristales habían caído sobre su ropa y notó
los trozos más pequeños colarse por los huecos de ésta. Alma de Escarcha se
encontraba frente a ella con el cuchillo levantado y lista para otro asalto
cuando la puerta se abrió bruscamente y apareció Relsiin al otro lado.
— Alma,
¡¿qué haces?!
Alma
de Escarcha avanzó hacia la asura, la ladrona se lanzó a por ella e intentó
placarla, pero se quedó parada al no mover ni un poco a la corpulenta y
gigantesca guardabosques.
— ¡Aparta! —soltó Alma de Escarcha.
La
norn forcejeó con ella y se zafó de su agarre. Entonces Relsiin trató de
desarmarla, pero Alma le propinó un rodillazo a su abdomen y esgrimió el puñal
hacia su rostro, cortándole un lado de la mejilla y un pequeño mechón de su
cabello que se metió en la trayectoria de la hoja. Relsiin se llevó la mano al
corte mientras Alma volvía a por su objetivo principal.
Nairin,
que aprovechó el tiempo que estuvieron luchando, agarró su cetro y le lanzó una
maldición de hemorragia a la norn. Alma empezó a sangrar por la boca y las
orejas, pero eso no la detuvo y se dirigió hacia ella, decidida a acabar con su
vida mientras ignoraba los cristales que se clavaba en sus pies desnudos.
Entonces aparecieron Actheon y Arbelma por la puerta y se lanzaron encima suya
para que no se moviera mientras le gritaban que parase. Alma luchó por
deshacerse de ellos, pero Relsiin se incorporó y se unió para reducir a una
colérica Alma de Escarcha. Nairin usó de nuevo su cetro y salieron del suelo una
multitud de manos negras que la inmovilizaron por completo.
— ¿Puedes invocar garras? ¡Pero si estamos en un primer piso! —espetó Alma de
Escarcha.
— ¡Las creo yo misma, lame-skritts!
Cuando
los demás se aseguraron de que la norn no pudiera moverse, Actheon y sus dos
compañeras se apartaron de ella y le arrebataron el puñal que seguía sujetando
en la mano.
Ensangrentada
y frustrada, Alma de Escarcha le echó una mirada de desprecio a la asura.
— Debí suponerlo —dijo Relsiin—, tenías planeado traicionarnos a todos, ¿verdad?
¿Por eso pisaste la trampa?
— ¿Pero qué farfullas ahora, peli-blanca? —Inquirió Alma—. ¡Vine para salvaros de
esa enana traidora! ¿Es que no lo veis? ¡Ella y Sheik están trabajando juntos!
— ¿En qué te basas?
— En…pues…
Alma
de Escarcha no encontró las palabras adecuadas ni tampoco se sentía con ganas
de darle explicaciones a nadie. Pero Arbelma se agachó y se acercó despacio a
la norn.
— ¿Ha sido la voz de una mujer la que te lo dijo?
— Sí… ¿cómo…?
— Relsiin, tú también la has oído, ¿verdad?
El
grupo se quedó callado y se miraron unos a otros, esperando a que alguien les
explicase lo que estaba pasando. Nairin, por su parte, se quedó pensativa y
llegó mentalmente a una conclusión.
Elevó
su cetro y se envolvió de un miasma negro. Cuando bajó su arma, la oscuridad
rodeó toda la habitación a una velocidad inhumana y dos orbes negros se
pasearon por la sala hasta impactar en un punto de la pared. De repente, una
silueta se descubrió ante ellos seguido de un grito de sorpresa. Era la silueta
deforme de una mujer que a todos les resultaba familiar.
— Pero ¿qué…? —se sorprendió Relsiin.
— No puede ser… —añadió Nairin.
La
figura les echó una ojeada a todos. Puso sus manos en la pared y se hundió en
ella lentamente mientras sonreía sin tener boca. Sus ojos negros fueron lo último
que vieron antes de desvanecerse.
Todo
el grupo se quedó parado. ¿Quién era esa figura?
— No, no, no… —Nairin negaba una y otra vez con la cabeza mientras se quitaba los
cristales de su ropa.
— Nairin —dijo Actheon—. ¿Qué era eso?
— Espero equivocarme, porque de estar en lo cierto, tenemos un problema muy
gordo.
— ¿Más gordo que tú? —comentó Alma de Escarcha, aún inmovilizada por las garras.
Nairin
se acercó a ella y se puso frente a frente.
— No sé qué problema tienes conmigo, pero esa cosa ha acrecentado tu odio hacia
mí. No trabajo para Sheik y no me interesa lo más mínimo en hacerlo. Estoy con
vosotros y, te guste o no, voy a seguir estándolo. Así que acostúmbrate o la
próxima vez invocaré guadañas en lugar de garras. —Alma resistió como pudo las
ganas de escupirle en la cara a tan poca distancia. Pero pensó que, si
estuviera en su lugar y quisiera traicionarla, ya hubiera aprovechado para
matarla ahora que no podía moverse. La asura apartó las garras con su cetro y
éstas se hundieron en el suelo lentamente—. Me debes un báculo, norn estúpida.
— Tienes suficiente con ese palo que llevas en la mano. —respondió mientras se
levantaba y se limpiaba la sangre de su boca con la manga de su vestido. La
diferencia de altura era brutal, pero a ojos de los demás, las dos eran iguales.
— Nairin —la asura se giró cuando Actheon la mencionó otra vez—. No respondiste mi
pregunta.
La
nigromante soltó un suspiro.
— Ese ente que habéis visto es una nigromante muy peligrosa que acabó con la vida
de mucha gente. Es una manipuladora compulsiva. Si os ha puesto a todos en
vuestra contra, seguramente sea porque tiene algo que ver con el artefacto que
Sheik robó.
— ¿Crees que trabaja para ella?
— Es una posibilidad. Esa persona se alimenta de vuestras inseguridades y no
dudará en sacar vuestros secretos más profundos para manipularos, si es que no
lo ha hecho ya. —Añadió mientras ojeaba con el rabillo del ojo a Alma de
Escarcha—. Tenemos que permanecer unidos, ahora más que nunca. Cuando os acose,
nos apoyaremos entre todos para evitar que se meta en nuestras cabezas.
— Me parece bien. —dijo Actheon.
— Hagámoslo. —añadió Relsiin.
— Tolerémonos hasta que todo esto termine, ¿te parece bien? —preguntó Nairin
mientras le extendía la mano a Alma de Escarcha.
Alma
no respondió. En silencio y sin decir una sola palabra, extendió el brazo y se
dieron un discreto apretón de manos. El resto del grupo temía que eso no fuese
suficiente, pero esperaban a que dejaran de lado ese asunto hasta terminar con
su misión.
Un
nuevo día se mostró en la contaminada aldea de Pureza. Relsiin había sido
convocada en el centro de la plaza junto con Actheon, Arbelma y un puñado de
despertados a raptor. La sylvari seguía con la brigantina, pero se había puesto
su atavío para ocultarlo de la vista de los demás. Alma de Escarcha llegó
tarde, todavía magullada por lo de anoche, el grupo se reunió en el centro,
pero aún faltaba alguien entre sus filas.
Nairin
salió de un callejón acompañada de un despertado con un gorro picudo en la
cabeza. Caminó hasta la plaza y, cuando llegó, se subió en uno de los raptores
sin mirar a sus compañeros.
Antes
de que nadie tuviese tiempo a preguntar, la asura les presentó a su
acompañante:
— Éste es Kennir, mi nuevo guardaespaldas. Me protegerá de cualquier peligro,
desde hipnotizadores traidores hasta norns locas de remate.
— Qué gracioso —soltó sarcásticamente Alma de Escarcha.
— Kennir fue a hablar con el visir y el mariscal de clan, nos han dado un permiso
de tres días para atravesar los dominios de Joko a cambio de entregarles la
tiara.
— ¿Se lo has contado? —protestó Actheon con indignación.
— Era eso o recorrer el desierto a escondidas. Además… —Nairin se acercó al
druida con su raptor y bajó la cabeza para acercarse a él y poder susurrarle al
oído—, no vamos a entregárselo a los despertados.
Los
aventureros se miraron entre ellos, no estaban seguros que su plan fuese a
funcionar. Pero a falta de otros, era su mejor opción. Un par de despertados
llegaron del oeste montados con raptores amarillentos por el azufre en el aire.
Cuando llegaron a la plaza, se bajaron y los entregaron a Actheon, Relsiin,
Arbelma y Alma de Escarcha. Se montaron en las glamurosas bestias y acomodaron
sus armas en los sillones.
— ¿A dónde ahora? —preguntó Arbelma.
— A Vabbi. —Respondió Nairin con firmeza—. Atravesaremos los acantilados de Jahai
y de ahí a Kourna. Allí hay corsarios dispuestos a llevarnos a Istan.
— Esto no me gusta. —murmuró Alma de Escarcha.
— A Vabbi, pues —concluyó Relsiin.
Los
despertados formaron en círculo en la plaza y se despidieron de la nigromante
asura con cánticos militares. El grupo partió de la aldea de Pureza, dejando
atrás la amenaza no-muerta y la posibilidad de ser perseguidos por ellos.
El
viñedo se ocultaba bajo la sombra de la majestuosa academia Vehtendi. Las momias
despertadas recogían las uvas con sus decrépitas manos y bajo la mirada de
estudiantes curiosos y traviesos desde sus aposentos. Sheik había llegado muy
lejos y logró de milagro ocultar la intermitente tiara de la mirada de los
siervos de Joko.
De
golpe se mareó y tuvo que apoyarse en uno de los viñedos, provocando el enfado
de una momia cercana que gritó que no tocase las plantas.
— Tus amigos se dirigen a Vabbi. Saben que
vas a Istan.
— Creí que te encargarías de ellos.
Una
silueta negra se alzó de la tierra del huerto y se materializó ante sus ojos.
— Si no te hubieras acobardado, no tendrías
este problema. Date prisa, porque se te acaba el tiempo, la tiara corre peligro
y debes entregármela lo antes posible.
Sheik
vaciló. Aunque la silueta no tenía rostro alguno, notó un atisbo de miedo en su
persona.
— ¿Acaso tienes miedo de que me atrapen porque no pudiste con ellos? —infirió Sheik
con un tono burlón.
La
silueta oscura se acercó a él, inclinó su cabeza y la dejó a unos centímetros
de su cara.
— Hoy tu querida Cellica perderá algo más
por esa osadía. ¿Qué podría arrebatarle ésta vez, su dignidad o su voluntad?
— ¡No se te ocurra tocarla, monstruo!
La
silueta se esfumó y en su lugar apareció una de las momias despertadas del
viñedo, de su boca babeaba alquitrán y sacudía los brazos de rabia.
— ¡Tú! —gritó con una voz arrancada y grave—. ¡Vete de este lugar antes de que me
enfade!
Sheik
permaneció de pie, pero la rabia en su interior se apoderó de él. Trató de
controlarla, pero el granjero no-muerto no le dejaba en paz. El hipnotizador le
dio un codazo y apartó al despertado a un lado mientras se adentraba más al
viñedo.
Cabreado,
el despertado agarró el brazo de Sheik para detenerlo.
Sheik
invocó a un clon de sí mismo y éste le clavó una espada por la espalda al
despertado. Un grito ahogado salió de su putrefacta boca antes de caer rendido.
Su ilusión se rompió como el cristal y los trozos se transformaron en mariposas
que se desvanecieron en el aire.
— Apártate de mi camino.



Nito mas.
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